Tres años antes de suicidarse, Virginia Woolf (1882-1941) escribió un pequeño ensayo que hoy bien puede considerarse como otro mojón de la literatura feminista. El sello Ediciones Godot ha creído oportuno traerlo a la Argentina en el año de la peste. Tres guineas (212 páginas) es rico en ideas, copioso en notas, profundo en la mayoría de sus planteos pero cae en el tedio con harta frecuencia, más que nada por culpa de un estilo epistolar que abusa de la redundancia.
El propósito del libro es responder la carta de un eminente abogado que la señora Woolf había recibido tres años antes con una pregunta apremiante: ¿Cómo podemos evitar la guerra?
Desde esa base, la escritora aprovecha para cañonear las infames murallas que por entonces vedaban el acceso de la mujer a la educación superior, a las profesiones liberales, al servicio público, al salario justo y hasta al ejercicio de las artes, con la excepción -reconoce- de las bellas letras. Virginia habla en nombre de "las hijas y hermanas de los hombres instruidos". La razón está de su lado, pero algunas conclusiones son irrelevantes.
UN TORBELLINO
La obra es un torbellino de indignación. Denuncia a Cambridge y Oxford como enemigos de la libertad intelectual, la que puede definirse "como el derecho a decir o escribir lo que uno piensa con sus propias palabras y a su manera".
En la página 48 ofrece como alternativa a las decrépitas instituciones una utopía educativa, la universidad pobre:
"¿Qué debería enseñar la universidad nueva? Ningún arte que sirva para subyugar al otro: los artes de gobernar, matar, acumular tierra y capital. Estas artes requieren muchos gastos excesivos, requieren salarios, uniformes y ceremonias. Las universidad pobre debe enseñar solamente las artes que puedan enseñarse con poco y puedan ejercer los pobres, como la medicina, las matemáticas, la música, la pintura y la literatura. (...) Debería indagar los modos posibles de cooperación entre cuerpo y mente, descubrir combinaciones nuevas que compongan totalidades beneficiosas para la vida humana. Los profesores seleccionados deben contarse entre los que saben vivir, no solamente los que saben pensar".
Si la primera guinea es para rehacer la educación hasta los cimientos, la segunda se dedica al mundo del trabajo. El hecho de que a partir del siglo XX las mujeres pueden ganarse su propio dinero con su esfuerzo laboral es para V.W. un avance histórico trascendental, más importante que, digamos, la Revolución Bolchevique. ¿Cómo podemos ingresar en las profesiones y seguir siendo seres humanos?, se pregunta la bienintencionada escritora.
Es que lo largo de las páginas no se limita a denunciar la injusticia e idiotez de la discriminación de género sino que elabora una crítica afiladísima y total a la civilización moderna. ¿Adonde no está llevando la procesión de hombres instruidos?, le enrostra a su interlocutor imaginario. Así, concluye que la guerra es el resultado natural de "la incurable vileza masculina". Es nuestro instinto.
Qué nobleza tiene convocar a luchar contra las dictaduras extranjeras cuando el dictador está dentro de casa, dispara. Es el marido, el empresario, el clérigo, el rector de la universidad, el director del hospital. Las feministas "luchan contra la tiranía del estado patriarcal al igual que lucha usted contra la tiranía del Estado fascista". Llega a decir la señora Woolf que "como mujer no tengo país". Las personas de su sexo y su clase "tienen muy poco que agradecerle a la Inglaterra del pasado y no mucho que agradecerle a Inglaterra del presente".
Típico del intelectual progre de buen vivir. Odian (de la boca para afuera) lo que disfrutan. Pero como enseñanza para el presente, podría decirse que si es tan importante luchar contra las desigualdades internas de género como combatir el totalitarismo en el mundo, como señala este libro, el razonamiento se aplica a la inversa: una feminista cabal nunca podría respaldar a un Fidel Castro, a un ayatolá Jamenei o al Partido Comunista Chino
A los fanáticos de la vicepresidenta argentina, Virginia les espetaría sin rodeos que "el servilismo intelectual es el más degradante de todos los servilismos" y que no existe tarea más perentoria para el hombre y la mujer de la esfera pública que "liberarse de las lealtades falsas". Para ello, sugiere permanecer en castidad intelectual (negarse a vender el cerebro por dinero), así como optar por el estado de pobreza, a la que define "como no tener más dinero que el necesario para vivir".
Veamos:
"Es decir, usted debe ganar el dinero necesario para ser independiente de cualquier otro ser humano y solventar ese mínimo de salud, tiempo libre, conocimiento y demás que hacen falta para desarrollar de manera plena el cuerpo y la mente. Pero no más. Ni un penique más".
PERORATA
Como dijimos, el texto fue compuesto como si se tratara de una carta. El problema es que suele degenerar en perorata, y la señora Woolf lo reconoce. Bascula entre la lógica más exquisita y el idealismo resentido e irresponsable que cierra los ojos ante la urgencia capital de fines de los años treinta: Adolf Hitler alistaba a una gran nación para la guerra. Y Josef Stalin maquinaba destruir la democracia liberal, el peor de los sistemas de gobierno si se exceptúan todos los demás como decía sir Winston Churchill.
Destaquemos, por último, las 125 notas que se añaden al final; el comentarista está tentado a decir que son más interesantes que los tres capítulos del libro. "¿Acaso los mejores críticos no son las personas privadas y la crítica sin reservas la única que vale la pena ejercer?", escribió, por cierto, la ensayista.
Una de las imágenes más poderosas de la literatura universal es la pobre Virginia ingresando en las aguas del río Ouse el 28 de mayo de 1941, con los bolsillo llenos de piedras, para nunca más salir con vida. En este ensayo irregular, leemos estupefactos en la página 93:
"¿No sería mejor lanzarnos al río desde el puente, rendirnos, declarar que la totalidad de la vida humana es un error y que por lo tanto debe terminar?".