domingo, 28 de marzo de 2021

Civilizaciones

 


Se ha afianzado en la Europa continental cierta corriente literaria que bien podría definirse como estilo pueril. No significa que sea un demérito per se una prosa tan simple y plana que hasta un niño podría entenderla, pero el lector adulto que goza con las densidades temáticas y estilísticas es probable que sienta que está dilapidando su tiempo (¡oh, funesto pecado!) con las obras de Michael Tournier o Milena Angus, por citar dos casos.

En esta categoría descafeínada debe incluirse la tercera obra de ficción del profesor Laurent Binet (París 1972), novela de aventuras y delicada intriga que la crítica y público de su país ha consagrado. Civilizaciones (Seix Barral, 442 páginas) recibió el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, lo que delata el estado general de las bellas letras en "la más literaria de las naciones" (Borges dixit).

La trama no carece de encanto ni inteligencia. Binet imagina que allá por el año 1.000 una guerrera vikinga (no es este un libro que carezca de perspectiva de género) conduce a las civilizaciones precolombinas a la Edad de Hierro y les otorga los otros dos elementos que -según los historiadores- les hubiese permitido resistir la conquista europea: el caballo y los anticuerpos. El efecto cascada de ese mestizaje hace que Colón y los suyos sean aplastados por los indios taínos; la corona española renuncia, como consecuencia, a los viajes trasatlánticos.

En 1531 de nuestra era, el emperador Atahualpa, con ayuda de los cubanos y huyendo de su hermano Huáscar, llega a Lisboa con casi 200 súbditos quiteños, guacamayos y un puma. Con un coup de main en Salamanca captura a su colega Carlos V. Con matanzas, guerras, asesinatos selectivos, pactos con potencias extranjeras, alianzas matrimoniales y alivio de los oprimidos logra apoderarse del "imperio donde nunca se ponía el sol", y lo convierte en el Quinto Cuarto.

El Hijo de Sol, inspirado por Maquiavelo, se convierte en rey de España, príncipe de los belgas y de los Países Bajos, rey de Túnez y Argelia, Rey de Nápoles y de Sicilia, emperador del Sacro Imperio Germano (le ciñen la corona de Carlomagno). Francia es su principal aliado. Los Habsburgo se atrincheran en el trono de Viena. Enrique VII se convierte a la religión incaica atraído por la poligamia. Sevilla es el centro del mundo. Desde el Viejo Mundo llegan colonizadores (collas, chimúes, chachapoyas, etc.) y un río interminable de oro y plata; a cambio el Tahuantinsuyo recibe vino, trigo y obras de arte. Ingenioso, ¿no?

NOVELA DE PROPOSITO

Como dijimos, Civilizaciones entretiene como novela de aventuras, pero merece también un análisis como libro de propósito. La ucronía incaica es el vehículo ideal para que Laurent Binet, apostol del izquierdista radical Jean Luc-Melenchon, exprese su ideario progre, al precio de incurrir una y otra vez en anacronismos.

En primer lugar, al autor le interesa persuadirnos del caracter criminal y reaccionario de la civilización cristiana; los representantes del ""dios clavado"" son, en efecto, las villanos de la película, desde el Papa y los inquisidores hasta un Lutero con rasgos de orate. El imperio ecuménico de Atahualpa, en cambio, respeta la libertad de culto, siempre y cuando se honre al Sol, dos veces al año.

También hay un mensaje social y político. El Quinto Cuarto establece el Welfare State, la reforma agraria y el ecologismo con trescientos años de adelanto. Se trata de una civilización benigna que cuida de los débiles y exige a los súbditos, en lugar de impuestos agobiantes, dos o tres meses de trabajo para que el Estado pueda hacer obras públicas y surtir sus almacenes comunales. El monarca sería una suerte de tolerante y sabio líder populista, protector de los pobres. En cambio, la República del naciente capitalismo se define, al pasar, como ""esa forma de gobierno en la que un grupo de nobles se reparte el poder y elige a sus soberanos"".

Binet no ahorra ninguno de los clichés de Francia: los ingleses son pérfidos, los españoles fanáticos y atrasados, los alemanes crueles y desmedidos, los italianos volubles e intrigantes.

CULTO AL PASTICHE

El procedimiento esencial de la novela es el pastiche, el recurso de los holgazanes. No hay aquí un estilo en juego, excepto por el tono irónico muy de vez en cuando. Binet amontona sagas vikingas, el diario fragmentado de Cristóbal Colón, las crónicas de Atahualpa, cartas entre Thomas Moro y Erasmo de Rotterdam, poemas de la Incada (muy malos), el relato de las aventuras de Cervantes (muy divertido).

Usted encontrará en el libro pura narratividad, un suspenso tenue, habilidad para resolver situaciones encastrando los ladrillos del siglo XVI a partir de un hecho que nunca ha sucedido pero con personajes reales como Miguel Angel o Copérnico. Eso está muy bien. No obstante, las buenas descripciones, la poética y la filosofía, y la profundidad psicológica brillan por su ausencia.

En manos más virtuosas para la forma, la original y ambiciosa propuesta de la conquista incaica de Europa (a pesar de sus portentos inverosímiles) hubiera plasmado una de esas novelas oceánicas que mantienen viva la llama de la Alta Literatura. He aquí un libro ideal para adolescentes que gusten de la Historia.

Guillermo Belcore

 Calificación: Regular

domingo, 21 de marzo de 2021

El día del Chacal

 


Los libros son como las personas; algunos envejecen muy bien.
Es el caso de El día del Chacal (Emecé editores, 400 páginas). La opera prima de Frederick Forsyth -y acaso su mejor creación- cumple cincuenta años en 2021 y aún hoy es una cautivante novela policial, que induce a meditar sobre esa magnífica entidad platónica conocida como Francia.

La trama, en efecto, nos lleva a "una de las guerra más sádicas y crueles de la historia moderna" que se libró durante los primeros años de la década del sesenta a partir de la convicción de un grupo de militares extremistas de que el Presidente Charles De Gaulle había mancillado la patria y había prostituido su honor por negociar la retirada de Argelia. Ambos bandos cometieron atrocidades y la novela que lanzó a la fama a Forsyth las documenta.

Viajamos a 1962. Un putsch militar (1) y dos intentos de magnicidio han fracasado. La Organisation del'Armée Secrete (OAS) ha sido infiltrada, diezmada, aislada de sus mecenas. El coronel Marc Rodin, enjuto y fanático, asume el mando de las operaciones encaminadas a asesinar al Judas del Palacio del Elíseo; de inmediato llega a una conclusión: deberá contratar para la faena a un pistolero extranjero, un experto que no figure en los colosales archivos de la seguridad francesa (el punto débil de los Estados cuasi omnipotentes es que son vastas burocracias y lo que no está en sus archivos no existe).

El Carnicero de la Casbah elige a un inglés que, entre otros trabajos, ha liquidado a dos ingenieros alemanes que desarrollaban misiles para el rais de Egipto, por encargo de un magnate sionista de Nueva York. Se sospecha que también mató a Rafael Trujillo. 

La reunión de negocios se celebra en Viena. El profesional llegado de Londres es contratado por 500.000 dólares de entonces, una fortuna que le permitirá retirarse definitivamente del sicariato. La OAS conseguirá el dinero con robos a bancos y joyerías, lo que enciende todas las alarmas en París. El inglés elige como nombre en clave El Chacal, parece ser el hombre ideal, con "un plan que posee en su estructura un solo factor, único, lo bastante insólito para atravesar el muro de seguridad levantado en anillos concéntricos en torno a la persona del Presidente". En la primavera boreal de 1963, Charles De Gaulle era el mandatario mejor protegido del mundo occidental, infinitamente mejor que JFK, por ejemplo. 

A partir de aquí, el lector curioso no podrá dejar el libro. Magnetiza los dedos. Asistimos a los minuciosos trabajos del Chacal -nada dejará librado al azar- para preparar el atentado. (No hay en el mundo un solo hombre a salvo de la bala de un asesino, aseguró a sus mandantes).
 

En Londres roba dos pasaportes y encarga otro a las autoridades (una de las cosas más fáciles del mundo en 1963 -nos dice el novelista- es adquirir un pasaporte británico falso). En Lieja, se hace fabricar un extraño fusil de francotirador y en la capital de Bélgica consigue otros tres documentos apócrifos para ingresar al Hexágono.

"Bruselas tiene una larga tradición como centro de la industria de falsificación de documentos de identidad y muchos extranjeros aprecian vivamente la falta de formalidades con que se puede lograr ayuda en este campo de acción", nos explican en la página ochenta y siete (Obsérvese, por cierto, la elegancia de la prosa de Forsyth).

Sin embargo, el secreto es perforado. El Estado francés descubre la conjura en marcha. La segunda parte del libro ("Anatomía de una cacería") y la tercera ("Anatomía de un asesinato") narran una formidable lucha entre dos voluntades de acero. La administración De Gaulle ha decidido que el desafío de dar un rostro, un nombre y un número de pasaporte al asesino solitario es una labor puramente detectivesca. Por ello, otorga facultades temporales de dictador al mejor investigador policial de Francia: Claude Lebel. 

SABROSA CLARIDAD

La prosa temprana de Forsyth se destacaba no sólo por la delicada ironía y la fineza de algunas expresiones, también relumbra por su estilo periodístico, es decir combina claridad en el decir con toneladas de información. El escritor se había fogueado en Reuters y BBC antes de componer The Day of the Jackal. Ya había sido reclutado por los servicios de inteligencia británicos. Sí, Forsyth pertenece al mismo club afortunado (los escritores-espías) que honraron Graham Greene y John Le Carré, entre otros.

La atención al detalle y la precisión del dato son dos cualidades que merecen elogios. Forsyth corre los cortinados y nos permite atisbar escenarios fascinantes. Desde el espléndido despacho de De Gaulle hasta un tugurio de levante homosexual en París son retratados con esmero. Del primero nos dice: 

"Nada había en la habitación que no fuese sencillo, nada que no fuese digno, nada que no fuese del mejor gusto, y sobre todo nada que no constituyera un ejemplo de la grandeza de Francia".

NOSTALGIA

Un suave tono de nostalgia recorre las páginas. Los hechos ocurrieron en los Treinta Gloriosos, aquella época donde a nadie faltaba un trabajo digno y no estábamos todos colgados de las baratijas tecnológicas. En la meticulosa preparación del asesinato de De Gaulle, el Chacal pasó tardes enteras en bibliotecas leyendo la Encyclopaedia Britannica y colecciones de diarios franceses. También compró varios libros sobre el General. Era 1963, no existía Internet. Era un tiempo tecnológicamente más amable que el nuestro; uno -que está poniéndose viejo- se siente tentado de afirmar.

El filósofo Jean-Franois Revel sostenía que la Francia de posguerra "fue una URSS exitosa". El poder del Estado policial -comprobamos en la novela- era aplastante. Los burócratas se reían del respeto de los policías ingleses a las libertades individuales. Aun antes de la llegada de las computadoras, todos los ciudadanos y legiones de extranjeros tenían un legajo en los sótanos de las fuerzas de seguridad.

Uno no puede dejar de meditar, no obstante, sobre qué hubiera pasado en Francia, en Europa, en el mundo si los militares extremistas lograban asesinar a De Gaulle a principios de los años sesenta. ¿La admirable Nación gala se hubiera despeñado a una guerra civil? ¿Kennedy se hubiera salvado por vía indirecta?

"Los gaullistas habían tenido que luchar para sobrevivir a la enemistad americana, la indiferencia británica, la ambición giraudista y la ferocidad comunista", escribió Fortsyth en la página ciento ochenta. ¡Necesitamos una centroderecha así en la Argentina...!

(1) De Gaulle abortó el putch en abril de 1961, según Fortsyth, con un discurso radial extraordinario, dirigido a los militares: "Os encontráis ante un conflicto de lealtades. Yo soy Francia, el instrumento de su destino. Seguidme. Obedecedme".

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno