domingo, 25 de julio de 2021

La apariencia de las cosas



En esta era pandémica, en la que la obra maestra brilla por su ausencia, nos conformamos con pedirle a la Alta Literatura una historia interesante, narrada de manera competente, con personajes bien tallados y algunos destellos de inteligencia y singularidad. Todas estas virtudes mínimas están presentes en La apariencia de las cosas (Duomo, 499 páginas).

En Estados Unidos, la novela fue entregada a la imprenta en 2016; es decir, tardó un lustro en llegar a las librerías argentinas. Es inevitable; somos un país periférico, empobrecido. Este año, Netflix ha transformado el libro en una película, pero bastante mala y que no respeta el espíritu original.

Elizabeth Brundage, la autora, ha publicado cinco novelas y trabajó como docente y guionista. Capturó en La apariencia de las cosas (va por su edición número 26 en Estado Unidos) elementos que conoce de primera mano: la cultura rural y pueblerina del norte del Estado de Nueva York; las miserias de la vida universitaria.

La crítica diarística ha definido como thriller literario a la novela que hoy nos convoca, pero es un flaco favor. Es un texto más ambicioso que narra la degradación de un carácter y la destrucción de una familia de apariencia perfecta, con los efectos devastadores que esto provoca en la vida de las personas y de una pequeña comunidad en el valle del Río Hudson. 

Incluye una investigación policial y elementos sobrenaturales (una casa maldita, un fantasma y la capacidad de ciertas personas de poder percibirlos), pero no podría definirse estrictamente como literatura fantástica. Es una novela realista. Abelardo Castillo dijo una vez con una lógica impecable: 

"Si el solo hecho de que en una obra aparezcan espectros la convierte en literatura fantástica, también tendríamos que poner en esa categoría al teatro de Shakespeare".

HACHA ENSANGRENTADA

En el primer capítulo, vemos al profesor de Historia del Arte George Clare llegar desencajado, con su hija Franny en brazos, a la granja de los Pratt, sus vecinos. Estamos 250 kilómetros al norte de la ciudad de Nueva York. Es el 23 de febrero de 1979, cinco y media de la tarde. Cae copiosa nieve. Les explica el hombre, con palabras ambiguas, que alguien ha asesinado a su esposa Catherine. Media hora después, el sheriff Travis Lawton descubrirá que a la bella y joven mujer le destrozaron el cráneo con un hacha.

No conduce a ningún lado la investigación detectivesca, aunque el taimado George es el sospechoso número uno. El libro salta al pasado. Evoca los terribles acontecimientos que, un año atrás, le habían ocurrido a los tres hermanos Hale en la misma casa; y luego nos lleva a los seis meses previos al asesinato de Catherine, una mujer sufrida (es éste también un libro de mujeres desdichadas, que padecen pésimos matrimonios y no tienen la fuerza para romper las convenciones sociales del siglo XX). Flota un agradable suspenso.

Viajamos a 2004 en la Quinta Parte. Franny es una doctora con especialización en cirugía. Recibe un llamado perturbador de una agente inmobiliaria. Al fin, ha podido vender la propiedad de Chosen, es decir, el lugar encantado donde habían asesinado a su madre. Hay un reencuentro conmovedor y la verdad se va abriendo paso hasta la superficie. Tres generaciones de mujeres han aparecido en escena.

La escritura de la señora Brundage tiene algo de Stephen King y mucho de Joyce Carol Oates. Escribe con oraciones simples, pero muy eficaces. También los diálogos. Es pura narratividad y el retrato del sociópata que ha esculpido bien puede ser definido de perfecto. No muestra un especial talento para la metáfora, aunque introduce con delicadeza y erudición el elemento paranormal. Acude al teólogo Emanuel Swedenborg -canonizado, como se recordará, por Borges- y al pintor George Inness, de la Escuela del Río Hudson, que se inspiró en el místico sueco.

La trama se sostiene en antinomias. Urbanitas vs. campesinos. Egoísmo vs. abnegación. Educación tradicional vs. libertad de pensamiento. Hipocresía vs. rectitud. Escepticismo vs. creencias religiosas. Brundage eleva la voz en favor de los pequeños propietarios rurales; y le interesa, sobre todo, reivindicar el amor conyugal. Está muy bien. La vida es demasiado difícil para que llevemos solos esa cruz que a todos los seres humanos nos toca en suerte.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

PD: Aquí el trailer de una película cuyo único mérito, creo, es ponerle un rostro a los personajes del libro: 

https://www.youtube.com/watch?v=TmcGxl_gIrs

domingo, 4 de julio de 2021

La otra mitad de Dios

 


Hace seis milenios, la humanidad sufrió la peor catástrofe de su existencia. Una invasión de pastores de la estepas, montados en caballos, destruyó en la Antigua Europa y el Asia Menor la civilización matrolineal, en la cual hombres y mujeres vivían juntos, libres y en paz, cultivando la tierra y las artes, sin propiedad privada ni dominio masculino sobre hijos y la esposa. Esa Arcadia, ese Edén -una gran etapa comunista- fue arrasada por varias oleadas de guerreros indoeuropeos que desarrollaron tres herramientas de conquista formidables: el arma, la religión y las escrituras (en especial las Sagradas Escrituras). La ciudad venció a la naturaleza. Nacía el patriarcado; moría el culto a la Gran Diosa. Yahvé y Zeus fueron consecuencias de aquella revolución dogmática.

Hasta aquí la tesis fundamental de La otra mitad de Dios (339 páginas) que Adriana Hidalgo Editorial acaba de traer a la Argentina desde la Italia más refinada. La ensayista Ginevra Bompiani (Milán, 1939) sitúa en el fin del Neolítico la fuente de todos los males de la historia occidental, en el corredor entre la civilización del derecho materno (ctónica, vegetariana, nocturna, mistérica) y el mundo olímpico, solar, soberano, del derecho paterno (¿capitalista?). El triunfante feminismo radical de los albores del siglo XXI encontrará en esta obra una mitología que lo justifique.

Hay que destacar que tan audaz interpretación viene servida en una bandeja de plata. El libro más reciente de la signora Bompiani es un alarde de erudición, buen gusto y cultura libresca. Deconstruye mitos, leyendas e historias del Antiguo Testamento, de la Grecia homérica y de la Alta Literatura. Examina la destrucción de Sodoma y Gomorra y el martirio de Ifigenia y de Antígona; nos habla de Kafka, Freud y Deleuze; nos regala un poema de Symborska y las estatuillas de Hacilar. Idealiza a la Creta anterior a la invasión de los aqueos (¡1.500 años sin guerras!). El análisis de la "palabra mistificadora" -la lengua de los políticos y los profetas inescrupulosos- es impecable e inspirador.

No obstante, la autora -destacada editora y catedrática de lengua inglesa en la Universidad de Siena- se toma su tiempo para plantear la idea esencial del texto; es decir, la nostalgia por la gilania prehistórica.  Recién en la página 191 se anuncia con trompetas:

 "La mistificación más antigua y más duradera, más tenaz y silenciosa es esa que hace miles de años sustituyó el mundo pacífico e igualitario de las sociedades matrifocales por el patriarcado, haciendo de las primeras la gran negación de la historia y de este último nuestra segunda naturaleza...".

Ante la Madre de Todas las Falsificaciones, doña Ginevra siente que tiene una misión: 

"...interrogar sobre el imaginario humano, qué lo nutre y lo mantiene, comprender si podríamos elegir una historia diferente que nos dejase libres. Y recorrer nuestras dos grandes memorias: la Biblia y el mito griego que, como dos ríos cársticos fluyen hacia el mar de nuestra mente...".

EL ODIO A OCCIDENTE

En una de sus mejores novelas, Saúl Bellow notaba que "los peores enemigos de Occidente resultaron ser sus intelectuales favoritos".

La sentencia le calza justo a La otra mitad de Dios. Es que este notable ensayo puede encuadrarse también en esa corriente entre demencial y pueril de insatisfacción -cuando no de odio- con la única civilización que ha logrado extender la esperanza y la calidad de vida de la especie humana, al reducir la pobreza que había heredado. La cultura occidental, además, es la única en haber generado una auténtica conciencia ecológica y en haber emancipado a las mujeres y a las minorías. No parece suficiente para algunos de sus hijos e hijas mejor acomodados que se empeñan en incurrir en el Mito del Buen Salvaje. Bompiani lo ha transformado en el Mito del Antiguo Salvaje.

Nada más inane en la crítica literaria que el psicologismo, pero la propia autora confiesa inesperadamente en la página 151 una de sus motivaciones más profundas. Dice que el padre le causaba terror: "...era una relación que no he logrado superar en ninguno de mis análisis". ¿De ahí el repudio tan intenso al Patriarcado?

No es la primera vez ni será la última que una decepción personal lleva a un pensador relevante a exigir el sacrificio de toda la civilización. No obstante, rebajar tan ingeniosa obra a mero ajuste de cuentas familiar sería una injusticia. Una persona seria y sabia meditando sobre la chifladura del mundo siempre debe ser escuchada con atención.

Solo resta agregar como dato anecdótico que Ginevra Bompiani es esposa del filósofo Giorgio Agamben (a quien menciona en varias oportunidades). Imagínese amable lector la belleza de los diálogos en este matrimonio.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno