En un ensayo breve pero muy reconocido, Georg Luckáks (1885-1971) estableció que la novela histórica comenzó a principios del siglo XIX. Más precisamente en 1814 cuando Walter Scott publicó Waverley. Aparecía por primera vez -según el gran crítico húngaro- el contenido específico de esa subespecie narrativa: "La excepcionalidad en la actuación de cada personaje deriva de una singularidad histórica".
El invento prosperó, ha cautivado la imaginación de millones de terrícolas. Aún hoy genera decenas de obras extraordinarias y una versión plebeya que se vende muy bien en los supermercados y permite a ciertos periodistas argentinos posar de literatos. "Gracias a la invención y la imaginación, puede llegar allí donde no llega la Historia, y hacerlo, además, de forma más intensa y entretenida", escribió en El País de Madrid Luis García Jambrina (1960), profesor de la Universidad de Salamanca, quien tampoco pudo resistir la tentación de experimentar con la forma. Georg Luckáks, por cierto, consideraba que la virtud fundamental que debe exhibir es la verosimilitud. Y advertía: "Los acontecimientos históricos, si se recurre a ellos, no pueden alterarse, pero los personajes pueden ser ficticios y responder a la creatividad de sus autores".
Entre tantas joyas que retratan una porción del pasado, hay una excepcional. Recomendamos hoy la obra magna de Eugene Luther Gore Vidal (1925-2012), uno de los grandes narradores estadounidenses, cuyo talento, sin embargo, no parece haber recibido de la Academia el aplauso que merece. Nos referimos a Creación (Edhasa, 854 páginas). Fue entregada a la imprenta en 1981 pero se publicó mutilada, con cuatro capítulos menos; hasta 2002 Gore Vidal no pudo desbaratar esa herejía. Busque entonces la versión larga. Le permitirá fugarse de este horrible 2002 a una época de maravillas y acontecimientos decisivos para la humanidad: la Edad Axial (el concepto es de Karl Jaspers). Viajamos a la Atenas de Pericles, a la corte del Gran Rey Darío I en Susa, a las republiquetas del Ganges donde enseñaba Buda, y al Reino del Medio del taoísmo y el maestro Confucio.
La trama está narrada en primera persona. Escuchamos la voz añosa de Ciro Espitama, embajador en Atenas del Imperio Persa y sobrino de Zoroastro, el profeta de la Verdad, del dios único Ahura Mazda. Está indignado. Quiere refutar una conferencia de Heródoto en el Odeón, plagada de embustes que han llegado hasta nuestros días. Casi ciego y en el invierno de su vida, Ciro le dicta su biografía a un sobrino de 18 años, un tal Demócrito de Abdera. Estamos en el 445 antes de Cristo.
La trama pues hilvana decenas de viajes, aventuras y decisiones de Estado, salpimentada con reflexiones teológicas, filosóficas y políticas. A Ciro Espitama lo obsesionaba un tema: la creación del universo (de ahí el título). Lo oímos, maravillados, discutirlo con Anaxagoras, en la casa del rico Calias; con el Buda en un monasterio de la ciudad de Shravasti, cuando el Gran Rey Darío lo envió a la India en misión diplomática y de espionaje. Y con Confucio, durante una clara mañana de pesca en el decadente ducado de Lu. Hasta Catay había llegado el emisario de Jerjes para abrir una ruta comercial, tarea equivalente a la construcción de una escalera a la luna.
ANACRONISMO DELICIOSO
Hay que decir que hasta el anacronismo de Creación es delicioso. Ciro Espitama habla con la elegancia e ingenio que caracteriza a la elite wasp de Nueva Inglaterra. Gore Vidal, claro, era uno de esos patricios. Su imaginación nos ha permitido intuir el punto de vista persa durante las guerras griegas. Los bárbaros, al parecer, somos nosotros.
A la hora de planear la próxima expansión del Imperio Aqueménida, dos políticas pugnaban en la pesada corte: la estrategia occidental vs. la oriental. ¿Conquistar belicosos territorios de Europa, "donde nada no hay nada que alguien pueda querer"; o apoderarse de la industriosas poblaciones de India? Todos los reyes, tiranos o generales griegos desacreditados iban inmediatamente a Susa a conseguir ayuda, evoca Ciro Espitama. "Un occidental siempre está dispuesto a traicionar a su tierra natal por amor propio herido", advertía a Demócrito. Y esos consejeros resentidos obnubilaron a Darío y a Jerjes. Abrieron el camino hacia Salamina; alumbraron a Alejandro a la larga. Fascinante novela, ¿verdad?
Gore Vidal, finalmente, nos deja una enseñanza. Poco ha cambiado en 2.500 años, entre los tiempos del Trono del León y los Planes Trabajar de Cristina:
"Un campesino contratado o un esclavo producen exactamente la mitad de alimentos, que un hombre libre dueño de la tierra que trabaja".
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno.