domingo, 23 de octubre de 2022

Escuela nocturna


Por Lee Child

Blatt & Ríos. 418 páginas


Qué caso extraño son los escritores europeos cuya obra policial es tan estadounidense como la comida chatarra (aunque de mejor calidad). Veamos dos ejemplos contemporáneos. El irlandés John Connolly añadió al universo imaginario al detective Charly Parker y se consagró como campeón del thriller metafísico. El otro notable es Lee Child. Nació en Coventry (Inglaterra) el 29 de octubre de 1954, como James Dover Grant. Ha tallado una vasta saga -francamente apasionante- que describe la vida militar, las mafias y la vida cotidiana de la gran nación americana con la precisión de un relojero suizo. Su héroe es el mayor Jack Reacher, una impresionante masa de músculos con el cerebro de Sherlock Holmes, a quien Amazon Prime le ha atribuido, acertadamente, el rostro del actor Alan Ritchson (1).


Que un sello argentino siga traduciendo la obra de Child es una estupenda noticia. Blatt & Ríos trajo ahora Escuela nocturna. Es uno de esos libros que magnetizan los dedos, que sobradamente cumplen la prueba de excelencia que propuso el rabí George Steiner: ser capaces de atrapar nuestra atención un día caluroso de verano en un vagón de ferrocarril de tercera clase.


Viajamos a 1997. Reacher, ésta es la novedad, aún está en el Ejército. Tiene treinta y cinco años cumplidos y acaba de recibir la Legión al Mérito por haberles volado la tapa de los sesos a dos asesinos en serie de Bosnia-Herzegovina. Su siguiente misión es, a priori, decepcionante. Deberá asistir a un curso forense en una instalación secreta de Virginia. Allí se encuentra con un sabueso del FBI y un analista de la CIA. Otros dos ases, tan desconcertados como nuestro chico. La escuela, naturalmente, es una tapadera.


El Consejo de Seguridad de la Casa Blanca recluta al trío para investigar una amenaza que pone los pelos de punta. Una organización terrorista de Medio Oriente está dispuesta a pagar cien millones de dólares a un ciudadano estadounidense ignoto a cambio de un material desconocido. Qué diablos puede valer tanto y ser fácilmente transportado. Qué clase de arma devastadora desea una naciente Al Qaeda.


La transacción se realizará en Hamburgo. Hacia esa ciudad hanseática viajará el mayor Reacher, secundado por la sargento Frances Neagle, otro perro de presa. Hay, aproximadamente, doscientos mil ciudadanos estadounidenses en la Alemania reunificada. La tarea es colosal y tiene los minutos contados.


La trama consiste, pues, en una formidable cacería humana. Reacher siempre apuesta fuerte; es un juego de posibilidades (remotas). No sólo deberá lidiar con sus jefes, los obstáculos diplomáticos, la policía local y lo azaroso; una mafia neonazi se inmiscuye en el asunto tras percibir el irresistible olor del dinero. La obra tiene otro agrado: redondea una denuncia de la locura de la extinta guerra fría.


Podríamos mencionar otras potencias de la novela. La traducción de Aldo Giacometti es correcta; la prosa de Child es absolutamente funcional a la acción trepidante; y aquí y allá aparecen esas metáforas ingeniosas que caracterizan a la novela negra. Una curiosidad: con los dólares del terrorismo islámico, el villano planea comprarse un "rancho" de doscientas cincuenta mil hectáreas en el centro de la Argentina (sí, nos ven como tradicional refugio de delincuentes), incluso el pillo compra pesos argentinos en Hamburgo para gastos menores. ¿Dijimos que estábamos a fines de los años noventa? Con Carlos Saúl Menem en la presidencia, aún teníamos una moneda nacional.


La conclusión inevitable de la novela es ésta: Lee Child es uno de esos escritores que despierta deseos de agotar su obra. Como Raymond Chandler y James Ellroy. Como Bolaño, Sciascia y Guimaraes Rosa. Como Borges, Chesterton y Pynchon. Como Eco, Nabokov y Steiner. ¿Quien más?

Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno


(1) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2022/02/reacher.html

jueves, 20 de octubre de 2022

Los prisioneros del cielo

 


A mediados del siglo XVIII, el Imperio Británico orquestó una brutal limpieza étnica en la porción oriental de lo que hoy es Canadá. Se la conoce como La Gran Expulsión.   Se calcula que más de 12 mil súbditos franceses -denominados los acadianos- fueron obligados a partir al exilio. Algunos volvieron a Europa y un puñadito llegó a las Islas Malvinas; pero la gran mayoría se asentó en la desembocadura del río Misisipi, por entonces parte de la Louisiana francesa. Allí, se desarrolló una vibrante cultura católica y latina que ha llegado hasta nuestros días. Estados Unidos la reconoció como grupo étnico en 1980; Isabel II se disculpó con los descendientes de Acadia en 2003. El llamado país cajúnno sólo tiene su música identitaria, su dialecto galo y sus riquezas gastronómicas, sino también su propio detective atribulado. El Philip Marlowe de Nueva Orleans y los pantanos sureños se llama Dave Robicheaux, fruto de la imaginación del escritor James Lee Burke . Si le gusta la novela policiaca no puede dejar de conocerlo.

En Buenos Aires, usted podrá encontrar un precio de saldo una de las joyas de la saga: Los prisioneros del cielo (RBA, 330 páginas), que Burke entregó a la imprenta en 1988. El libro nos lleva al condado de Nueva Iberia, a mediados de los ochenta. Después de una década y media en el Departamento de Homicidios de Nueva Orleans, Robicheaux volvió -con el estómago asqueado- a su aldea natal. Lleva la culpa como una red de pesca sobre la cabeza (es católico practicante). Mantiene una heroica pero devastadora lucha por permanecer sobrio: un súcubo alcohólico vive dentro de él con las garras hundidas en su alma. Montó un negocio de alquiler de barcos, venta de carnadas y souvenirs, y parrilla al paso. Vive con su esposa menonita de Kansas, rubia, bella e ingenua.

Hasta que un día, Dave y Anne ven caer una avióneta al mar desde su barco de pesca. Nuestro héroe se arroja al agua y logra rescatar a una niña salvadoreña. Se ahogaron la madre de la pequeña, un sacerdote y un traficante de drogas. La pareja decide adoptar a la nena, pero tendrá dificultades con la DEA y el Servicio de Inmigración por un lado (la guerra sucia en Centroamérica es el telón de fondo); y con hampones forjados en la fragua de un demonio, porque Robicheaux es de esos justicieros capaces de comerse un bol de arañas antes de dejar las cosas como están. Así, más temprano que tarde se cruza en el camino de un amigote de la infancia: Bubba Rocque, que ascendió de niño conflictivo a mafioso local, disfrazado de empresario próspero, con intereses en el tráfico de drogas y la prostitución.

Se sabe que en una buena novela policial pasan cosas. Y aquí ocurren cosas espeluznantes. La trama magnetiza los dedos. El viejo Burke ha logrado redondear el tono justo del subgénero noir : los personajes son rotundos, los diálogos filosos, la musa del comentario irónico muestra su hermoso rostro.   Hay reflexiones sobre los misterios del mal y la violencia, datos sobre el inframundo del delito (¿a quién no le gusta otear detrás de esos negros cortinados?) y, como bonus track,párrafos que capturan el fulgor de la naturaleza en el sur de Louisiana. La denuncia social se canaliza hacia las más altas esferas: ``Estamos al servicio de una vasta, vulgar y prostituida empresa (NR: el gobierno de Estados Unidos)'', concluye un agente antinarcóticos.

Vea usted los meandros sorprendentes de la Historia. Al fin y al cabo, le debemos el arroz cajún y la espléndida saga Robicheaux a la Pérfida Albión . Agreguemos que Los prisioneros del cielo  dio lugar en 1992 a un largometraje, bastante malo, que puede verso hoy por YouTube, siempre y cuando uno tenga paciencia de acero al tungsteno para soportar el calé madrileño de la traducción. Además, al joven Alec Baldwin no la daba la talla para representar aa ese sombrío sabueso, con el alma desgarrada por dos fuerzas antagónicas: Robicheaux tratar de ser un hombre moral en un negocio amoral, al tiempo que deseaba hacer picadillo -como cualquier hijo de vecino- a quienes lo hacían sufrir .

Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno

PD: Propongo esta banda sonora:  https://www.youtube.com/watch?v=Jh9CXnoDua4 

martes, 18 de octubre de 2022

Valle Abraham

 


La ignorancia de cualquier lector, incluso el más avezado, puede compararse con una galaxia. Frecuentamos planetas hospitalarios, nos iluminan algunas estrellas ilustres, y de tanto en tanto seguimos esos cuerpos menores que sólo a nosotros interesan; pero en general nuestros mapas son rudimentarios, la bitácora es dolorosamente incompleta.¡Hay tanto para leer! Y una vida no alcanza. Por eso, el placer del descubrimiento. La llegada de un astro deslumbrante que no teníamos cartografiado. Como la señora Agustina Bessa-Luís (Amarante, 1922-2019), poco traducida al español a pesar de que publicó medio centenar de libros y es considerada como una de las glorias de la literatura portuguesa (recibió el Premio Camoes en 2004).


Con apoyo de la República del Portugal, el sello Edhasa ha traído a la Argentina una novela extraordinaria de Agustina B-L. Valle Abraham (355 páginas) tiene la densidad de una enana blanca y la belleza del lucero de la tarde. En una curva fértil del Duero, dedicada a la producción de vinos finos, se recrea la pasión de Madame Bovary. Viajamos a las últimas décadas del siglo XX. La obra fue entregada a la imprenta en 1991 e inspiró un largometraje del director Manoel de Oliveira, también muy elogiado por la crítica.


­La protagonista se llama Ema Cardeano. Su padre, un labrador que no es rico aunque tiene criados (“coloso de la persistencia”), la entregó en matrimonio a Carlos Paiva, un médico viudo y mediocre, excepto para ganar dinero, “que se aburre sin poder sentir curiosidad o desprecio por el mundo que lo rodea”. El grandulón ama a su esposa “con esa obstinación que las personas del campo ponen en las cosas de su propiedad”, pero Ema se asfixia en esa cárcel, se siente aislada y disminuida. Carlos es el cornudo más famoso de Valle Abraham.


La belleza de Ema “constituye una exorbitancia y, como tal, un peligro” entre la nueva burguesía del interior. La han llamado La Bovarita, pero es un malentendido; no la mueve la concupiscencia sino la provocación, el hambre de aventuras, “la oposición al vacío, a la castración con que la amenaza la vida conyugal y la sociedad en su conjunto”. Tiene a su disposición unos pocos amantes, un filósofo y un paje que le abre puertas en la nobleza europea. Ema “sería capaz de dar la vida por los aplausos”. Parió tres hijos.


La novela no sólo reconstruye en un escenario diferente la historia trágica que imaginó Flaubert. También es un minucioso cuadro de costumbres del Portugal profundo. Hay una galería fascinante de esnobs provincianos: Pedro Lumiares, María Semblano, Pedro Dossem, Fernando Osorio, la servidumbre... Deleitan, asimismo, las digresiones filosóficas que, aunque breves, exigen toda nuestra atención. Son como relámpagos sobre el texto. Agustina Bessa-Luís tenía una maravillosa predisposición a acuñar sentencias. He aquí una: 

“La discreción es el emblema de los auténticos”.­


La degradación posmoderna también es retratada y reprobada como se merece. Se hilvana una suerte de metafísica del desgarramiento. Sin embargo, podríamos decir que lo mejor del libro es la sonda que escruta las profundidades de cada alma. La Gran Dama de Portugal era ampliamente reconocida por el detallado análisis psicológico al que sometía a sus personajes.


Hay que advertir que ésta no es una obra para los lectores con prisas, superficiales. La escritura, con sus saltos temporales y sus digresiones incluso teológicas, es difícil porque es excelente. Acumula puntos de vista y hace alarde del dominio de la metáfora -a lo Onetti- con combinaciones sorprendentes, que a priori parecen imposibles. Agustina Bessa-Luís escribía con la cultura clásica y moderna europea en su regazo. Una mujer tiene “el carácter bravo como Medea”. Un hombre, “la altivez de Ossian en cautiverio”.­


­LOS DOS MILAGROS­


­En 2019, la autora de Valle Abraham partió hacia la casa del Señor. La nación lusitana la lloró. El obituario de El País de Madrid recordó un comentario de José Saramago: “Si hay en Portugal un escritor que participe de la naturaleza del genio, es Agustina Bessa-Luís”. Otros críticos y escritores han comparado su excelencia a la de Fernando Pessoa,”los dos milagros del siglo XX portugués”, como dijo Antonio José Saraiva.


La edición argentina trae otro regalo. Un prefacio de António Lobo Antunes, nada menos. Recuerda que Agustina “vino a caer de súbito, como una piedra inmensa y extraña en pleno charco neorrealista”. Nada tuvo que ver con las capillas literarias promocionadas por el Partido Comunista, por un lado; o por la dictadura salazarista, por el otro. Su prosa es “completamente diferente, completamente nueva, rica, casi barroca, enteramente innovadora, aguda, inteligente, irónica, riquísima, surgida de la nada, de un talento desmedido”, añade el prologuista. Digamos que todas estas virtudes están presentes en las páginas siguientes.­


Uno no puede dejar de preguntarse: ¿No merecía el extraordinario talento de Agustina B-L. el Nobel de Literatura? Por supuesto que no, ya que no se trataba de una intelectual progresista, al gusto de los mandarines de Estocolmo. Se cortarían el cogote antes de reconocer a una mujer creyente que escribía esto: “Sólo las personas seguras de sí mismas pueden creer en Dios”. O esto otro: 

“...las cosas siempre fueron moderamente conducidas por el espíritu clerical, que no era riguroso sino indulgente. Gran parte de la dulzura de las costumbres en Portugal es debido al cura de familia...”.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno­