sábado, 26 de mayo de 2012

Delirio


David Grossman

Lumen. Novela, 230 páginas. Edición 2011


El narrador de fuste es capaz de cualquier proeza. Diría el lugar común que puede sacar aceite de las piedras; pero en rigor el artista verdadero logra extraer hectolitros de néctar del peñón de Gibraltar. El israelí David Grossman (Jerusalén 1954) ha forjado una novela delicada, intensa y lujuriosa sólo con los celos delirantes de un intelectual, un físico para ser exactos. Después de veinticinco años de matrimonio, Shaul Krauss está absolutamente convencido de que su adorada Elisheva le es infiel. Un asunto tan misterioso como idiota.

Que el erotismo -no la pornografía- es básicamente una cuestión de palabras lo demuestra este libro, de estupenda composición. Los párrafos son macizos, impresionistas, a lo José Saramago. La trama fue urdida con tres filamentos de colores: el azul pálido narra la noche en que el despechado Shaul, con una pierna rota y la lengua floja, es llevado en auto por su cuñada Ester hasta el presunto nidito de amor de su esposa. El viaje dura horas. La hilacha carmesí es, justamente, el relato erótico, las supuestas maravillas carnales que Elisheva consuma con Paul, el amor de la vida, con quien -como cree el imbécil de Shaul- comparte todos los días, llueve o truene, unos cincuenta minutos. La hebra turquesa es una fantasía on¡rica que secreta el alma del cornudo: se narra, en letra bastardilla, una batida de machos concuspicentes en busca de la traicionera hembra.

Las reflexiones atormentadas, retorcidas, de Shaul y Ester obran como una sonda que explora las profundidades del ser. Grossman, además, introduce el Israel eterno (el valor de la tribu, las referencias bíblicas) con procedimientos oblicuos, los más eficaces. Como si fuera poco, evidencia un buen dominio de la metáfora (¿por qué las metáforas con animales suelen ser tan encantadoras como precisas?). Una novela excelente, en síntesis, que invita a perseguir el resto de la obra de una gran voz, añosa aspirante al Nobel
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Guillermo Belcore
 
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Excelente

PD: El País de Madrid ofrece las primeras páginas de este libro muy recomendable. Pinche aquí.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Grossman en Nucha Palermo

Diario de un lector apasionado XXV

Ciudad de Buenos Aires, Armenia 1540 Sábado. 11.00


A mi querido amigo Alejandro no le agrada innovar. Con buen tino sostiene que sólo las cosas importantes deben perturbarnos el corazón, uno no debe resignarse a quedar a merced de un mozo descuidado, una mesera incompetente o un comerciante miserable. Lo mejor es apostar a lo seguro. Por eso, el café lo ingiere siempre en Las Violetas o el Florida Garden, la pizza la demanda en Tuñín y el asado de tira en Los Mirasoles. Por desgracia, yo carezco de tan útil sentido común. Me hace feliz experimentar con bares y restaurantes, incluso con aquel piringundín de mala comida y buena bebida que parece dejado de la mano de Dios. Pata de perro, diría mi madre. En esta luminosa mañana de sábado, el vagabundeo me trajo a Palermo Viejo, barrio careta si los hay. Estoy desayunando en Nucha.

Se me había antojado degustar algunos de esos dulces despampanantes que se exhiben, lúbricos, en el centro del salón. Como Oscar Wilde, puedo resistir cualquier cosa menos una tentación. La última vez que estuve aquí fue un domingo a la tarde, ¡y había que hacer cola hasta que se desocupara una mesa! Me fui irritado. Si de algo estoy seguro es que los lugares atestado de gente (ruidosos como un avispero enloquecido) son los menos propicios para abandonarse al goce de la lectura. Hoy, loados sean los dioses, los parroquianos son pocos: parejas, casi todas con su diario La Nación y algunas pibes con pinta de extranjeros aporreando una notebook.

Encargo un café con leche con una tarta Filadelfia. Recubre el queso una espectacular mermelada de frambuesas, con pepitas y todo. Está muy bien, aunque no parece del día. El café, me temo, es demasiado chirle para mi paladar, le falta cuerpo. Viene con un vasito de jugo y un bombón. Cuarenta y un pesos marca la cuenta (¡18 pesos un café con leche!). No sé si es caro. En un país de inflación galopante, cuyo gobierno hace esfuerzos titánicos no para combartirla sino para ocultar la existencia de la maldita segunda fábrica de pobres que se conoce (la primera es la desocupación), uno nunca puede estar seguro de lo que le cobran es razonable.

Estoy sentado en una suerte de banco de plaza que si bien permite descansar a placer la espalda, más pronto que tarde descubro que a mi bunda no le cae muy simpático que digamos. Después de leer unas cuarenta páginas ya no sé como acomodarme. ¡Qué demonios! La lectura es, no obstante, un placer intenso. Leo, por primera vez y absolutamente cautivado, al israelí David Grossman (foto). En mi carácter de experimentado catador, puedo decir con certeza, incluso con apenas tres cuartas partes de un libro de Grossman en el garguero, que se trata de un escritor de primera. Con poquita cosa (los celos alocados de un físico en la mediana edad) ha construido una novela fascinante que contiene fino erotismo, profundidad psicológica y ricas inferencias culturales y nacionales. Las Sagradas Escrituras tampoco están ausentes en una trama que puede describirse como el mero escrutinio neurótico de una sospecha infundada.

Pocas cosas, lo juro, me provocan más satisfacción intelectual que tropezar con un autor magnífico. Esta clase de descubrimiento es una promesa de lecturas deleitosas, de un futuro feliz. Grossman, por ende, es otro nombre que este blog habrá de perseguir. Seguiremos sus huellas en el marasmo de la industria editorial. En rigor ya me lo habían mentado; incluso, ahora que lo recuerdo, he leído que estuvo en la última Feria del Libro. El tipo tiene su reputación. Dice la solapa: “Hombre de gran talla intelectual y moral, figura destacada en la lista de candidatos al Premio Nobel, Grossman forma parte del comité que debate la posibilidad de entendimiento entre el pueblo israelí y el palestino, y ni siquiera la muerte de su hijo en combate le ha hecho desistir de su misión”. Permítaseme añadir que la calidad estética del libro es pareja a la grandeza moral del autor.
 

Delirio (Lumen, edición 2012) es, sin duda, una de las mejores interpretaciones que he leído sobre el fenómeno de los celos, esa “ulcera del alma”, como la llama Grossman. En unos días subiré la reseña. Mientras tanto, quiero compartir unas líneas, lígeramente modificadas, con aquellas personas que disfrutan de los consejillos existenciales. Fueron extraídas de una novela que me alegró la mañana sabatina:


“…que nada te importe lo que piensen ni lo que digan de ti. Que en eso estribe tu fuerza… en eso consiste la sana paz interior, la plenitud bien formada…”   

Guillermo Belcore

sábado, 19 de mayo de 2012

El viaje de Kokoshkin


Hans Joachim Schädlich

Adriana Hidalgo. 188 páginas. Edición 2012. Novela. Precio aproximado: 82 pesos


Que la Alta Literatura es cuestión de profundidad no de extensión lo corroboran novelas como ésta que, en avaras páginas, se las ingenia para desollar algunas plagas contemporáneas. El alemán oriental Hans Joachim Schädlich (1935) iguala al nazismo y al bolchevismo como exterminadores de cualquier atisbo de democracia, allí donde logran prosperar. Es conveniente que los intelectuales latinoamericanos -por lo general intoxicados con castrismo- lean de tanto en tanto a los grandes escritores centroeuropeos. Les quedaría en claro al infierno que conducen los regímenes de partido único.

El libro fluye en varios planos temporales. La arquitectura es perfecta. Conocemos a Fiódor Kokoshkin, botánico eminente, exiliado en Estados Unidos, hijo de un ministro de Kerensky acribillado a sangre fría por los rojos. A su edad no le falta espíritu emprendedor. A los noventa y cinco años, Fiódor quiere dar un vistazo a los lugares del triste pasado. Lo acompaña en San Petersburgo y Berlín un amigo checo que conoció en la Praga mártir de 1968. Finalmente, retorna a Boston en un trasatlántico de lujo, donde incluso intenta seducir a una dama alemana, qué divertido. La decisión de narrar cinco días en un crucero en alta mar fue una decisión sagaz del autor. Acaso, no exista un muestrario más revelador de la estupidez contemporánea; basta con dejar que las gentes prósperas -tan obsesionadas con matar el tiempo- se expresen libremente para que el ridículo campee a sus anchas. Lo mismo ocurre en Facebook.

El estilo de Schädlich es parco, pero minucioso y riquísimo en ideas. En verdad, es un placer que Adriana Hidalgo -sello inteligente si los hay- lo haya traído al castellano. Literatura de primera que nos deja con una vaga sensación de amargura.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

miércoles, 16 de mayo de 2012

Carlos Fuentes (1928-2012)

De mortuis nil nisi bonum, advertían los romanos. Es decir, "de los muertos no digas nada a menos que sea algo bueno". Pero no edito un blog, con todo el esfuerzo que implica, para ser complaciente o hipócrita. Sólo un necio podría  negar que Carlos Fuentes fue uno de los grandes de la literatura universal. Nos dejó un novela esencial, extraordinaria, im-pres-cin-di-ble, lo que nunca es poco: La muerte de Artemio Cruz. Y por eso el lector de fuste le estará siempre agradecido. 

De su vastísima producción, rescato otras otras dos ficciones: Terra nostra (aunque aquí no estoy del todo seguro que sea recomendable para el común de los mortales) y la más reciente Todas las familias felices. Pero el resto de su producción novelística -al menos de lo que he leído- me pareció que, en lo que al boom latinoamericano se refiere, está en un nivel muy inferior a la cima en la que refulgen un Onetti o un Guimaraes Rosa, a bastante distancia de Vargas Llosa o Carpentier, y dos o tres escalones más abajo que García Márquez o Roa Bastos (yo creo en las jerarquías literarias, porque el tiempo apremia, se nos va volando y nunca alcanza para leer todo lo que uno desea; es lo que en economía se llama costo de oportunidad). Como ensayista, Fuentes me ha resultado aburrido y previsible. 

Ayer se me pidió una opinión en el diario La Prensa y con retazos de comentarios anteriores, material de archivo y mi experiencia como lector urdí estás líneas apresuradas:


 El último de los grandes muralistas

 En algo se parecía a nuestro Borges. Carlos Fuentes fue el primer mexicano en querer abarcar el universo, según la opinión autorizada de Elena Poniatowska. Esa pantagruélica "avidez cultural", ese "afán totalizador" del último de los grandes muralistas dio frutos excelentes como Todas las familias felices (2006), acaso su última gran novela, un fresco estremecedor de la deriva en que se encuentra la sociedad mexicana. Una obra coral que confirma que en el Distrito Federal están pasando hoy cosas no sólo desagradables sino también malditas.

Entre los novelistas del boom latinoamericano, Fuentes fue el más prolífico de todos, pero también el más desparejo. Por lo general, se consideran a La muerte de Artemio Cruz (1962) y Terra nostra (1975) no sólo sus obras más logradas, sino dos de las mejores novelas en lengua española de todos los tiempos. Empezó a hacer literatura en la d‚cada de los cincuenta y, como destacó Tomas Eloy Martínez su amigo y admirador sin tapujos, cada volumen de Fuentes ha sido siempre "una sorprendente aventura verbal, en la que todo se pone a prueba: desde la estructura del relato hasta el incesante hacerse y deshacerse de los personajes; esa búsqueda sin tregua lo ha llevado a defender otros osados experimentos narrativos como si en ello le fuera la vida''.

Leer a Fuentes es, sobre todas las cosas, bañarse en deliciosa mexicanidad. José Donoso notaba que practicó la deliberada impurificación del castellano, su voz estuvo colmada de tlanes y tepecs. La reflexión sobre el amor o la paternidad, la nostalgia romántica o sexual, el maniqueísmo a veces tan obvio tuvieron en sus páginas regusto a melodrama, jitomates, supeficialidad de bolero, ajonjolí, cursilería y chile picante. Tuvo un gran pericia para tallar malvados pero los personajes positivos nunca se le dieron bien, acaso por ese plaga de la corrección política. El grueso de su producción novelística se asemejó a una corriente caudalosa: como un río crecido arrastró muchísimas cosas pero no todos eran materiales nobles. Borges, quien sino, estableció que cuando un autor se plantea metas muy ambiciosas por lo general estropea las operaciones estéticas. Pero esa ambición colosal, no obstante, lo convirtió a Fuentes en un escritor imprescindible de los últimos cincuenta años.

Si como narrador siempre tuvo como norte a Balzac, como figura pública encarnó el personaje del pensador comprometido a lo Sartre, consejero de reyes y presidentes, y gran conferencista. En los ensayos nunca se privó de homenajear a amigotes y de ajustar cuentas con sus enemigos (Octavio Paz) y con el catolicismo. Sus ideas nunca fueron más allá de los tópicos del progresismo. En una novelita de Cesar Aira (de quien el mexicano pronosticó que sería el primer argentino en ganar el Premio Nobel) un fulano intenta hacer clones de Carlos Fuentes para dominar el mundo con un ejército de intelectuales poderosos.
Guillermo Belcore

sábado, 12 de mayo de 2012

La novela, el novelista y su editor

Thomas McCormack


Fondo de Cultura Económica. Ensayo de literatura, 149 páginas. Edición 2011


Básicamente, la narración literaria se ofrece en dos calidades. La sublime, producto de un genio a lo Borges, que corrobora que el arte es una entidad sin reglas; y la convencional, cuyas partes pueden ser fácilmente identificadas y corregidas para optimizar el argumento o bien incrementar el coeficiente estético. El autor o lector de la segunda categoría (el noventa y nueve por ciento de todo lo que se publica, por cierto) encontrará útil este ensayito que atesora treinta años de experiencia de un editor exitoso en sellos como Doubleday, Harper & Lamp; Row y St. Martin's Press.

El señor Thomas McCormack sostiene una idea pragmática de lo que son los libros; postula que la literatura es un trabajo en equipo, y que el oficio de escribir, opinar o editar puede ser enseñado y aprendido, al menos dentro de esa porción del género humano que no ha nacido con el don pero cuenta con la cualidad esencial de ser sensible. Y, mire usted, no existe una sola clase de sensibilidad. No todo es para todos.

Con espléndida dicción (tiene talento para la metáfora), McCormack hilvana consejos útiles para las personas que se dedican a crear o perfeccionar un manuscrito. Ofrece sugerencias de esta caletre: "emplear accidentes para exponer a los personajes a ciertas situaciones de prueba está bien, pero usarlos para librarlos de ellas es lo que se no se acepta". Además, define con precisión conceptos resbalosos como detonador, prelibación o efecto principal deseado.

El misterio de la alta literatura, obviamente, sigue sin ser develado. McCormack reconoce que es posible sucumbir al embrujo de un texto magnífico sin ser capaz, incluso el lector espabilado, de identificar la causa de dicha respuesta. Ahora bien, si se trata de una respuesta negativa es posible diseñar técnicas sistemáticas para diagnosticar algunas de las dolencias que ofenden nuestra sensibilidad. ­Plumíferos mediocres, ¡absténgase!
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Util

jueves, 10 de mayo de 2012

La muerte y la brújula

Proyecto Diez Mil Cuentos 

Argumento número veintisiete

Jorge Luis Borges
Artificios (1944). Bruguera. Edición 1985


Red Sarlarch, el más ilustre de los pistoleros del Sur, juro vengarse del hombre que había encarcelado a su hermano. Al dios de todas las fiebres, le prometió sumir en un laberinto fatal al detective Erick Lönnrot. El plan era atraerlo a una quinta remota. Un heresiarca judío asesinado en ocasión de robo, le permitió montar el engaño. La temeraria perspicacia de Lönnrot fue tentada con un acertijo que involucra el nombre terrible del Altísimo (de cuatro letras), una brujula, una secta del siglo XVIII, un puñal, los rombos de una pinturería. Hubo otra muerte y un falso secuestro. El policía mordió el anzuelo; la venganza fue consumada.


PD: Esta joya fue evocada en una novela del rumano Norman Manea, que en unos días -Dios mediante- aquí recomendaré. La relectura era pues obligada. Me reencontré con esos espléndidos objetos verbales que sólo Borges era y es capaz de esculpir. Verbigracia: hay en el cuento "un caballo plateado que bebe el agua crapulosa de un charco". "Agua crapulosa", qué sublime combinación, imposible para cualquier otro autor. Hay un "ciego riachuelo de aguas barrosas, infamado de curtiembre y de basuras". Hay una "calle salobre en la que conviven el cosmorama y la lechería, el burdel y el vendedor de biblias". Hay un suburbio donde "crece el firmamento y ya importan poco las casas y mucho un horno de ladrillos o un álamo". Hay "una puesta de sol desaforada".

Estoy convencido (he comprobado) que sólo Borges le hizo decir cosas tan bellas al castellano. No sé para ustedes, pero para mí el placer es físico. Releer a Borges es casi una necesidad del cuerpo.

domingo, 6 de mayo de 2012

La soledad del lector

David Markson

La bestia equilátera. Novela (¿Novela?), 254 páginas.



Los Joyce escriben, los lectores leen.

¿Qué es una novela en todo caso? ¿O tal vez no es una novela? ¿Una novela de referencias y alusiones intelectuales, por así decir, pero sin casi nada de novela? Collage, texto discontinuo, assemblage. ¿O de un género indescriptible? ¿Cubismo? ¿Inspirado en qué? Tiene un relato pero hay que esforzarse para encontrarlo.

Como los surrealistas, como César Aira, como los pusilánimes en busca de respetabilidad, el autor de este libro ha querido explicar lo que había encerrado entre las tapas. No es fácil clasificarlo, de acuerdo. Fue urdido con un goteo de frases, pero el ritmo es agradable (“todo arte aspira constantemente a la condición de música”). Hay una historia, la del Protagonista (y un Lector que lo imagina, ¿o son la misma persona?) que vive en la pobreza con libros y soledad, junto al mar y frente a un cementerio. Hay una mujer a la que le falta una pierna. Entre los fragmentos se intercalan citas, aforismos, curiosidades, nombres eminentes o luminosos, bits de información, denuncias de antisemitas famosos, mandobles a los críticos (son la lepra de las letras, decía Flaubert; son los piojos de los rulos de la literatura, afirmaba Tennyson). Retazos de púrpura que a Borges hubiesen encantando. El efecto intelectual es soberbio; la lectura, placentera. Tiene el sabor de la originalidad posmoderna y el encanto de armar rompecabezas. Puede que David Markson (Nueva York 1927-2010) haya tenido dos intenciones primordiales: causar pasmo y resaltar el sino trágico del artista, tanto por la ceguera de sus coetáneos como por la malévola fatalidad.
 

La soledad del lector (Reader’s Block) fue publicado por primera vez en 1996 y se considera el brillante comienzo de una serie experimental. Algo bueno hay que decir del sello La bestia equilátera. Especializarse en gemas raras y apostar a la excelencia -en una época de mediocridad generalizada- no merece sino el aplauso de su majestad el Lector, que siempre está solo y espera.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura de La Prensa y otros diarios asociados.

Calificación: Muy bueno