“El comunismo es una aberración pasajera que algún día desaparecerá del mundo porque es contraria a la naturaleza humana“.
Margaret Thatcher (1975)
POR GUILLERMO BELCORE
Decía Chesterton que uno de los juegos favoritos de la humanidad es burlarse de los profetas. Nadie lo vio venir; nadie percibió que la URSS y sus satélites venían cuesta abajo. En 1988, Helmut Kohl, canciller de Alemania Federal, vaticinó que él no llegaría a ver la reunificación alemana. Meses después, Erich Honecker, dictador de la Alemania oriental, predijo que la frontera de hormigón armado perduraría cincuenta o, quizás, cien años más. Pero hay momentos mágicos en que la historia bruscamente se acelera. Ocurrió hace veinticinco años: una corta serie de eventos impactantes concluyó con la destrucción del más odioso símbolo de la guerra fría. El 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín. Comenzaba una nueva era.
El asombroso final de esa anomalía de ciento sesenta kilómetros de largo que durante veintiocho años, dos meses y veintisiete días convirtió a Berlín oeste en una isla de libertad en un mar de autoritarismo es aún materia de discusión académica. Los profanos miramos hacia atrás con admiración. ¡Qué vertiginoso fue 1989! Los adultos no podemos olvidar que la Argentina sufrió entonces su primer episodio de hiperinflación , catástrofe que nos ha dejado marcas en la piel. En las antípodas, un régimen comunista que supo cambiar a tiempo y optó por el capitalismo y la propiedad privada para rescatar a millones de personas de la pobreza masacraba a cientos de jóvenes. Veinticinco años también de la matanza de Tienanmen.
En retrospectiva, la caída del Muro pareciera haber sido algo inevitable. Fue el final de un proceso cuyo momento preciso de largada divide aún a los historiadores. ¿Cuándo comenzó la implosión de las gerontocracias socialistas? Este artículo propone como hito inicial el 2 de junio de 1979, día en que Juan Pablo II besó el suelo de Varsovia por primera vez. Cientos de miles de sus compatriotas lo vitorearon gritando "¡Queremos Dios, queremos Dios!” El comunismo había fracasado.
En efecto, Karol Wojtyla (como Deng Xiaoping, Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Lech Walesa y Mikhail Gorbachev) fue uno de esos líderes extraordinarios de los años ochenta que percibieron que la pétrea estructura de la guerra fría -que había congelado por 44 años los resultados de la Segunda Guerra Mundial- no formaba parte de la naturaleza de las cosas. Ese puñado de notables ablandó el status quo a golpe de audacia, elocuencia y efectos teatrales. Intuyó que el paisaje internacional era modificable.
Si esos líderes fueron decisivos para hacer converger ciertas fuerzas tectónicas (como las desatadas por las nuevas tecnologías electrónicas e informáticas), puede que la comunicación de masas aportara el precipitador del annus mirabilis. “Los medios audiovisuales registraron los acontecimientos culminantes que tuvieron lugar en Europa central y oriental y en las tierras de la antigua URSS contribuyendo así a configurar tanto su desarrollo como su ritmo, del mismo modo que la imprenta difundió y aceleró los radicales cambios religiosos que sacudieron a Europa durante el siglo XVI”, ha notado el historiador Alan Ryan.
CRITICALIDAD
En el año del bicentenario de la Revolución Francesa había más gobiernos libremente elegidos que nunca; el marxismo soviético, que ya nada tenía que ofrecer en términos económicos o morales a sus ciudadanos, era vulnerable. El historiador norteamericano John Lewis Gaddis explica el colapso repentino con un concepto prestado por la ciencia: ‘criticalidad‘. Una perturbación pequeña en una parte del sistema puede desquiciar al sistema entero, han notado los físicos. La partícula de arena que estragó los engranajes del marxismo cuartelero provino, en un principio, de Budapest.
Había comenzado tranquilo 1989, con la toma de posesión el 20 de enero del mediocre y conservador (en el sentido de ‘enemigo de cualquier cambio') George H. Bush como presidente de los Estados Unidos. Nada presagiaba tormenta. Pero Hungría, donde se había abierto paso una nueva generación de cuadros, decidió tantear el terreno. Puso a prueba ‘la perestroika’ y el ‘glasnost’ de la remozada URSS. Primero reivindicaron con grandes actos de masas a Imre Nagy el líder de la revuelta antisoviética de 1956, a quien Nikita Jrushchov había ordenado ejecutar. Pero ahora Moscú ni se mosqueó. El más trascendente servicio que Mijail Gorbachev, ese apasionado reformista, hizo a la humanidad, fue enterrar sin honores la Doctrina Breznhev un día glorioso de mayo de 1989. Dejó en claro a todo el mundo que Rusia no usaría más la fuerza para mantener su esfera de influencia en Europa oriental. A fin de año le no quedaría nada del botín de guerra de la Segunda Guerra Mundial, que Stalin había consolidado con mano de acero en guante de hierro. Este giro de ciento ochenta grados en el Kremlin provocó consecuencias espectaculares.
“La primera piedra del Muro de Berlín fue quitada en Hungría”, afirma hoy en día el ex canciller Kohl respecto de la importancia de lo que ocurrió en junio: Hungría desmantelaba las alambradas de su frontera con Austria. A partir de allí, se desencadenó un efecto bola de nieve. En las semanas siguientes huyeron de la República Democrática Alemana unas 50.000 personas hacia Occidente. Muchos decidieron ocupar las embajadas de la RFA en Budapest, Varsovia y Praga.
Paralelamente, los movimientos a favor de los derechos civiles salían del armario en la RDA. Las tímidas protestas (severamente sofocadas por el estado policial) se transformaron en masivas manifestaciones que exigían reformas, al grito de Wir sind das Volk ("Nosotros somos el pueblo"). El 9 de octubre, unas 70 mil personas recorrieron las calles de Leipzig, un hecho sin precedentes desde 1953. Honecker dio orden de reprimir: sus esbirros no lo obedecieron. Gorbachev ya le había soltado la mano. “No puede uno retrasarse; de otra manera la vida te castigará”, se dice que le espetó en Berlín al anciano alamán el primer mandamás soviético con formación universitaria desde Lenín. Ante la presión de sus camaradas, las incesantes manifestaciones y la fuga masiva de ciudadanos a Occidente el 18 de octubre Honecker deja el poder. El 4 de noviembre sacude Berlín oriental la mayor manifestación de la historia de la RDA; cientos de miles de personas reclamaban pacíficamente libertad de opinión, reunión y prensa.
Obviamente, las promesas del nuevo mandatario Egon Krenz de pasaportes y visas para viajar al extranjero no frenaron las protestas. Así llegamos al 9 de noviembre. A las 18.53, en una confusa conferencia de prensa, el miembro del Politburó Günter Schabowski anunció que se concederían visados automáticos de salida a todos los ciudadanos que lo solicitaran. "¿A partir de cuándo?", preguntó el periodista italiano Riccardo Ehrmann. "Según lo entiendo, desde ahora mismo", respondió Schabowski, después de echar una mirada nerviosa a sus papeles. La buena nueva dio la vuelta al mundo: había caído el Muro de Berlin.
Multitudes se agolparon desde las siete de la tarde junto al Muro. A las 22.00 se abría el primer paso en la Bornholmer Strasse y esa misma noche miles de ciudadanos cruzaron hacia el oeste sin pasaporte, ante una policía desbordada por la situación y sin instrucciones de sus superiores. Por miedo o costumbre, pudo ser una masacre. Afortunadamente, la noche fue hermosa. No se disparó ni un sólo tiro y berlineses de los dos lados bailaron hasta la salida del sol.
UNA CONMOCION
Perforada la muralla, el efecto contagio fue inmediato. A fin de año habían sido defenestrados los autócratas de Checoslavaquia, Bulgaria y Rumania. Se dijo una vez que si alguien podía hacer funcionar al comunismo ese alguien eran los alemanes. Mentira. Los vientos de la historia barrieron también a la ineficaz República Democrática Alemana. La reunificación avanzó con botas de siete leguas y con Kohl en el timón. En lo que atañe al Muro mismo fue demolido y sus fragmentos se vendieron por el mundo entero (obviamente, circulan millones de falsificaciones). La Unión Soviética fue disuelta en 1991. La guerra fría llegó entonces a su fin.
La conmoción intelectual que provocó la caída del Muro fue inmensa. No se puede exagerar el trauma que supuso para los adalides del marxismo leninismo. Un exaltado pensador hegeliano, llamado Francis Ford Fukuyama, llegó a proclamar ‘el fin de la historia’. No fue así: siguen circulando amenazas conceptuales a la democracia liberal. A Dios gracias, lo que quedó definitivamente desacreditado es cierta ideología de Estado, la perversión bolchevique de perseguir el desarrollo con un partido único, basado en el terror (en nombre del proletariado) y propietario de todos los medios de producción. Sobreviven a las exequias del comunismo dos antiguallas: Corea del Norte y Cuba. Tienen los días contados.
* Publicado hoy en la página central del diario La Prensa.
* Publicado hoy en la página central del diario La Prensa.
Diria que, si una multitud grita "Queremos Dios! Queremos Dios!", no es (solo) el comunismo lo que ha fracasado.
ResponderEliminarPero es una opinion personal.
Un abrazo.
Si Margaret Thatcher tenía razón en algo el mundo es una mierda sin remedio.
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