miércoles, 7 de mayo de 2008

La reina perfecta


Inés Garland­
Alfaguara. Cuentos, 127 páginas. Edición 2008

­­Esta exquisita colección de cuentos corrobora la destreza que la autora había evidenciado en El rey de los centauros, su primera novela. La escritura de la señora Inés Garland goza de esas virtudes añejas que tanto extrañamos en las personas y en la literatura de las nuevas generaciones: corrección, sutileza, buen gusto. Nunca trata a los personajes a los gritos o con impudicia. Trabaja con elegancia los procedimientos oblicuos. El verde y el azul son sus colores favoritos. Sabe resolver un relato en el último párrafo e incluso provocar pasmo.

La materia del libro es la ausencia. Los textos aluden al desencuentro sentimental y, a menudo, al adulterio o al sexo que causa disgustos. El punto de vista es, obviamente, femenino. Hay mucho canalla de bigote rondando por las páginas, como Juan Woods de El remolino que yace con la hija adolescente de un matrimonio amigo; o bien José de Más tarde en la vida, quien le inflige con toda alevosía una traición a la dama que lo ama. También hay galanes que matan con la indiferencia como el petiso de Una cuestión de altura o el médico altivo en Electrocardiograma de riesgo. La tendencia de ciertas mujeres a enamorarse del tipo equivocado inspira los bien logrados Microcosmos, Cóctel y Los dulces sueños están hechos de esto.

Garland no naufraga, incluso, cuando narra desde la perspectiva infantil. Es el caso del relato que da nombre al libro. Una reina perfecta alude a una mamá de largo y sedoso cabello rubio, cuya imagen se degrada una noche de cristal que se hace añicos. Algo parecido ocurre en El último día de vacaciones con una madre sustituta que ahoga sus penas en oleadas de whisky. En Una buena educación se sirve de dos amiguitos para denunciar la homofobia.

Guillermo Belcore

Publicado en el suplemento cultural del diario La Prensa.

CALIFICACIÓN: Bueno

1 comentario:

  1. Concuerdo plenamente Ines Garland es una gran cuentista. Hay sutileza en la sensualidad y una voación existencial que no concede al lector.

    Santos

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