Viernes 3.00 PM , Mac Iver y Agustinas
Es posible que el lugar más infame de Sudamérica para profesar el exquisito culto de beber café se encuentre en la capital de Chile. En realidad, se trata de una cadena con varios puntos. Conté tres entre el Palacio de la Moneda y el hermoso cerro Santa Lucía, refugio ideal para abandonarse a los goces de la lectura o del pololeo. Se los conoce como café con piernas. Los parroquianos beben de pie el brebaje (me dijeron que es muy malo) en derredor a una barra que atienden señoritas con diminutas minifaldas. ¡Qué herejía! ¿Quién puede entregarse allí a un libro, a una tertulia o simplemente al placer de pensar?
Persigo en Santiago una confitería o bar que haya soportado airoso el frenesí del milagro chileno. Un enclave similar a nuestro Tortoni o Las Violetas. No existen, me advierte Leopoldo, un viejito con quien me siento a conversar en uno de los cómodos bancos de Paseo Estado. "Aquí, no respetamos las tradiciones culturales; los chilenos no son tan nacionalistas como los argentinos", añade. Curioso. Yo jamás hubiera llegado a semejante conclusión. El gentil señor me sugiere, empero, el Café Colonia, si es que no quiero moverme en Metro hasta Providencia.
Aquí estoy pues. Mac Iver 133, una agradable pastelería, especializada en finuras alemanas. Hay sólo una animada pareja en el fondo. El silencio propicia la lectura. Por una vez, evitamos el café. Estamos cansados con mi mujer que Chile nos reciba en todos lados con café instantáneo con agua caliente. Optó por un jugo de naranja y platano con un sandwich de carne. La elección del pan me trae dificultades. Habermas estableció que una nación es una complicidad comunicativa. Cada pueblo hispanohablante tiene su propios vocablos para designar las variantes de la pieza de pan. ¿Qué serán los "kuchenes"?
Me acompaña en Santiago un librazo de cuentos de Claire Keegan, a quien considero tanto un valiosísimo hallazgo personal como la evidencia viva de que la literatura irlandesa no ha perdido un gramo de potencia. Esta dama (foto) agita algo imperioso en mi sensibilidad de lector. Eterna Cadencia publicó ahora Antartida, elegido en 1999 libro del año por Los Angeles Times. Combina con elegancia y rica imaginación historias de la Irlanda profunda y del sur y oeste de Estados Unidos. En el relato que le da nombre al volumen, tropiezo con uno de los mejores comienzos de la narrativa moderna:
"Cada vez que la mujer felizmente casada salía, se preguntaba cómo sería dormir con otro hombre. Ese fin de semana estaba decidida a descubrirlo. Era diciembre; sintió que se corría un telón sobre otro año. Quería hacer eso antes de ponerse demasiado vieja. Estaba segura de que se iba a desilusionar".
¡Cómo no seguir leyendo con tan espléndida carnada! Les aseguro que el cuento está a la altura de su primer párrafo. Ten cuidado con lo que deseas porque podría convertirse en realidad, es la moraleja. No quiero decir más. Ahora deseamos con María de los Angeles un enorme café expreso con leche y una bien nutrida librería de viejo. Veamos que nos depara el distraído zascandileo. Dos flaneurs en el querido Santiago.
Guillermo Belcore
PD: Que alguien me explique por qué son tan caros los libros en Chile.
Estimado Guasterion, el hecho que no haya buen café en Santiago no lo habilita a uno a pedir "jugo de naranja y platano con un sandwich de carne", una patada de puntín (con botines) al estómago y al arte de la mezcla culinaria.
ResponderEliminarEso sí, la lectura de un libro de Keegan funciona como un Uvasal instantáneo
Un abrazo
P.
todo el libro está a la altura del primer párrafo! que lo disfrute!
ResponderEliminary que disfrute Santiago!
cariños