lunes, 21 de junio de 2010

El barítono del diablo


"La propaganda en política sólo tiene un objetivo: la conquista de las masas. Cualquier medio que sirva a este propósito es bueno. La propaganda depende fundamentalmente de la palabra hablada. Los movimientos revolucionarios son obra de grandes oradores''.
Joseph Goebbels



Hay en Der untergang -la inolvidable pel¡cula de Oliver Hirschbiegel- una escena que corta el aliento. En las catacumbas de Berl¡n, un jefe del Partido Nazi y su esposa deciden que sus seis hijos deben morir con ellos, en lugar de huir o caer en manos del Ejército Rojo. Joseph y Magda Goebbels introducen en las boquitas adormecidas una pastilla de cianuro. Luego se matan. As¡ concluyó en 1945 la vida del más celebre demagogo del siglo XX, una fuerza crucial en el desarrollo de ese tumor bávaro que hizo metástasis por toda Alemania y asesinó a millones de europeos. Al "pequeño lisiado'" debe el hitlerismo también buena parte de su satánica eficacia. El personaje ha encontrado ahora otro avezado investigador. El sello Ariel acaba de lanzar en la Argentina Joseph Goebbels, vida y muerte, de Toby Thacker, catedrático de Historia de la Universidad de Cardiff.


Un hallazgo justifica la biografía. En los últimos años, cuanto sabíamos del esbirro de Hitler se vio alterado por la publicación completa de los diarios que llevó entre 1923 y 1945. Son 29 volúmenes que queman los dedos. El superministro de Propaganda del Tercer Reich, un individuo excepcionalmente activo, nunca perdió la costumbre de plasmar sus emociones junto a la observación de sucesos públicos. Si bien Goebbels fue un mentiroso de primera, los diarios son sorprendentemente fiables, asegura Thacker. Le importaba el juicio de la posteridad y "sabía más de los acontecimientos nacionales e internacionales que se produjeron entre 1933 y 1945 que cualquier otro alemán'', insiste el profesor. Con la nueva información, ha tallado un retrato que desaf¡a algunas certezas. Impugna incluso, voces tan distinguidas como la de su colega Hugh Trevor-Roper.


Naturalmente, Thacker comete el típico desliz de todo biógrafo entusiasta: atribuye a la figura de análisis una importancia desmesurada. Goebbels no fue un jerarca común y silvestre ni uno más de la pandilla, es el leimotiv. Más revolucionario que Hitler, impulsó siempre el péndulo hacia los extremos. Al comienzo de su carrera, incitaba a sus camaradas a la violencia callejera o a los arrebatos socialistas; al final, lideró la inmolación heroica frente a las hordas del Ejército rojo. Si bien, queda probado que en 1939 no deseaba ir a la guerra de conquista (temía que la reacción anglofrancesa echara todo a perder), siempre pensó y actuó como el más infame antisemita. Era un hombre bien educado y aficionado al arte y a las mujeres hermosas, pero compartía con su jefe la creencia demencial de que la fuente de las desgracias alemanas era el Pueblo Judío. No fue un oportunista ni un cínico, sino un intelectual y un político de convicciones tan firmes como desequilibradas. Thacker redondea la siguiente conclusión: debemos achacarle a Goebbels una responsabilidad mucho mayor en el proceso homicida del nazismo de lo que se creía, aunque descarta la noción de que la propaganda lavara el cerebro de toda una nación.


El renano
El ensayo es minucioso e instructivo porque satisface una triple condición: retrata la vida de un individuo notable, detalla la historia de una secta (el Partido Nacionalsocialista) y evoca el devenir de una nación envilecida. Los destinos se confunden. Gobbels saltó de intelectual resentido y provinciano a hombre clave de una revolución maldita en un tiempo asombrosamente corto. El 9 de noviembre de 1926, cuando tenía sólo veintinueve años, llegó a Berl¡n para hacerse cargo del Partido Nazi en una ciudad que era aún un feudo de socialdemócratas y comunistas.


Nadie más diferente de la bestia rubia, del vikingo de la raza superior: "Era un hombre menudo que pesaba sólo 50 kilogramos y med¡a poco más de un metro y medio. Su cabeza, con sus grandes ojos marrones, parecía demasiado grande para aquel cuerpo'', describe Thacker. Sufría de parálisis infantil en el pie derecho. Pero era enérgico, astuto y diligente. Siempre mostró un gran coraje. Abrigaba, además, una fe incondicional en el triunfo de la causa nazi. Un Savonarola, pues.


La biograf¡a de Thacker confirma que ganó su lugar en la historia como el gran manipulador de la cultura y de los medios de comunicación. Tenía una notable habilidad para explotar las nuevas tecnologías, como el cine o la radio, pero también descolló como tribuno de la plebe, a la antigua. Fue un maestro del sarcasmo cáustico, un orador extraordinario, un barítono rico y sonoro, inusualmente potente para un alfeñique. Antes de la era de la televisión, ofrecía al público una vertiginosa mezcla de entretenimiento, emoción y riñas. Detestaba a los ricos, ten¡a gran facilidad para congeniar con el hombre que está solo y espera, incluso en el infierno de 1945.


Sin un gramo de bondad
Antes de la II Guerra, Goebbels fascinó al mundo con el abuso de la histeria de masas. Organizaba las impresionantes manifestaciones, controlaba a miles de artistas y periodistas, y, al mismo tiempo, se hacía tiempo para escribir de puño y letra un alud de panfletos, libros y artículos. Era un maniático de la puntualidad y los detalles. Resulta deprimente pensar que tamaña resoluci¢n y energía se hayan consagrado al exterminio del prójimo. Los diarios confirman que Goebbels ni siquiera sintió una pizca de compasión hacia sus v¡ctimas. Se convirtió en una influencia delet‚rea. Sus discursos, proclamas y patrañas fomentaron la insensibilidad, la crueldad y el sadismo en miles de almas sencillas. Encarnó la combinación más mortífera del siglo XX: inteligencia y extremismo.


¿De dónde provenía tanto odio? De la ideología, claro. Thacker demuestra que Goebbels fue un místico de la idea volkisch, es decir, de la construcción de una comunidad nacional racialmente pura, cuyo destino manifiesto era esclavizar al débil. Concluye que el Partido Nazi supuso para el ministro de Propaganda un sustituto de la religión católica, heredada de sus severos padres de Renania. Espiritualmente, Harry Haller -el personaje de El lobo estepario de Herman Hesse- guardaba ciertas similitudes con el Goebbels de los primeros años. Cuando perdió la fe cristiana se entregó al demonio. No se puede servir a dos Señores, advierte la Biblia. Como activista y luego dirigente político eligió "la voluptuosa pasividad de la obediencia total'" al Fuhrer, a quien comparaba con el Ungido. Es lógico. Chesterton advirtió que, al fin y al cabo, el drama de quien no cree en Dios no es que no crea en nada, sino de que es capaz de creer en cualquier cosa. En la superioridad aria, por ejemplo.
Guillermo Belcore
Este artículo se publicó el domingo pasado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.


Calificación: Muy bueno

PS del 24 de junio: Sugiero enriquecer la lectura de este comentario con la brillante reflexión de O.G. sobre la responsabilidad y los riesgos de los biógrafos.

5 comentarios:

  1. GUILLERMO:
    excelente entrada.

    te felicito.

    PARA CUANDO ALGO DE MACCHIAVELLI?


    ALEJANDRO

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Gabrielaa... hace tiempo que usted no escribía aquí y de alguna manera debía llamar su atención...

    G.B.

    ResponderEliminar
  3. Estimado Asterion:

    Como ya nos tiene acostumbrados impecable su reseña, pero no puedo dejar de disentir con su conclusión final.
    La credulidad y la fe ciega son justamente los cimientos del totalitarismo, siendo, por el contrario, el pensamiento escéptico su mejor antibiótico. La historia lo demuestra, desde los antiguos griegos que sentaron las bases del debate racional, el método científico y por ende la democracia hasta los actuales totalitarismos teocráticos de Medio Oriente, enemigos de todo ello.

    Un abrazo, Harry.

    ResponderEliminar
  4. Querido Javier:

    Sí no le entendí mal, usted postula que la religión es una vía segura para el fanatismo asesino. Me temo que debo discrepar. La Historia nos ha probado que los sueños de la razón, como estableció Goya, también engendran monstruos. Al fin y al cabo, el bolchevismo y el nazismo, las dos grandes calamidades de nuestro tiempo, fueron movimientos antirreligiosos.

    Yo entiendo al pensamiento religióso correctamente entendido y honestamente aplicado como una filosofía que amansa al hombre al elevar a cada prójimo a la categoría de "Hijo de Dios", por ende su vida cuenta y debería ser intocable por el Estado o por cualquier otra racionalidad instrumental que divida a los seres humanos en categorías. Obviamente, algunos emplean a las religiones como coartada para satisfacer sus deseos de dominación, explotación o maldad lisa y llana. Pero esta pulsión es previa a la etiqueta que se añade.

    Un apasionante tema para la discusión, en cualquier caso.

    Gracias por escribir

    G.B.

    ResponderEliminar