martes, 22 de marzo de 2011

Matrioska

Gilda Manso
Malas palabras. Cuentos, 152 páginas

“Los humanos prefieren lo sugerente a lo evidente, en especial los humanos que se introducen en el habitáculo de una adivina“.
Gilda Manso

El presente volumen integra una edición limitada de trescientos ejemplares. Trae fotos de la autora en la tapa, contratapa, retiración de tapa y retiración de contratapa. ¿Egocentrismo? No, una joven promesa de la literatura nacional que intenta darse a conocer. Realmente, no necesita el artificio. El libro vale por sí mismo, ha sido forjado con breverías muy seductoras.

Gilda Manso (Buenos Aires, 1983) exhibe una imaginación prolífica y sutil. Tiene un dejo de Cortazar y, en tren de buscar parecidos, uno podría citar también a Samanta Schweblin. ¿Influencia o espíritu de la época? Manso trabaja con esmero la alegoría, la elipsis, el simbolismo, la fábula y la literatura fantástica. De la prosa puede decirse que aún no ha alcanzado su mejor momento pero da la impresión que no tardará en hacerlo. Usa correctamente los registros del habla popular.

Matrioska incluye cuentos, minicuentos y microcuentos. Muy poquitos resultan pueriles; la mayoría son tan suaves que hasta un niño puede disfrutarlos. Los obvios pueden contarse con los dedos de la mano. Abundan aquellos que nos sorprenden con el giro del último renglón o con la inversión del sentido. Hay decenas de ocurrencias. Se nos revela que los coleccionistas son seres siniestros, que la metamorfosis es la expresión suprema de la rebelión contra la violencia, que quizás la Tierra sea el infierno que nos han deparado, que los marcianos gustan del sexo sin protección. Resulta que el Edén tiene una entrada en el escote de Mónica.

A modo de ejemplo de ingeniosidad, se resume un argumento: un perro ladra en la ventana de un hombre a las cinco menos cuarto de la mañana, todos los santos días. El fulano siente una rabia infinita; podría convertirse en homicida otra vez, como hace treinta años cuando liquidó a un pibe. Una noche se hartó. Cuando el chucho comenzó a ladrar, irrumpió en la vereda con su nueve milímetros. No había nadie.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

1 comentario:

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