sábado, 10 de diciembre de 2011

El verano sin hombres

Siri Hunstvedt
Alfaguara, Novela, 218 páginas, Edición 2011

Después de treinta años de feliz matrimonio, un neurocientífico de renombre mundial, un poco barrigón y con gafas, abandona a su mujer, una poetisa de cincuenta y cinco años y pelo alborotado, por una colega francesa de pechos voluptuosos. La esposa despreciada pierde y vuelve a encontrar sus cabales. Regresa a su Bonden natal (Minnesota) con la intención de sanarse. Allí, en la vasta pradera, cultiva la relación con su madre y con amigas nonagenarias, da clases de poesía a siete adolescentes que se las traen, y se involucra en las desaveniencias conyugales de una joven vecina. Ocurren tempestades en un tubo de ensayo, que la voz de la autora se empeña justificar ("¿Quién puede medir el sufrimiento real de una persona?''). Hay un happy end que implica aceptar con madurez lo inevitable. Como en las series ligeras e inteligentes de la televisión, el equilibrio se restaura.

Siri Hustvedt narra este argumento con impecable destreza profesional. Decora el texto con opiniones juiciosas, exquisitas citas literarias, tibia nostalgia. La novela siempre resulta agradable pero, en sus virtudes y defectos, hace pensar a cada momento en la obra de Paul Auster, el marido, justamente, de la autora. Y no sólo por el estilo pulcro o las obsesiones de burgueses ilustrados de Nueva York (la adoración al terapeuta, por ejemplo), sino también por detalles puntuales como éste: en la página sesenta y nueve se establece que las bibliotecas son fábricas de fantasías sexuales. Lo mismo planteaba Auster en Invisible un año atras.

El abordaje del sexo es, por cierto, uno de los puntos altos del libro (incluso hay una delicada pornografía). Los derroteros de la relación hombre-mujer (desde el punto de vista de la esposa-víctima) y el problema de la constancia son otros temas bien tratados, aunque también hay párrafos que parecen injertados desde un manual de auyoayuda. En síntesis, es una novela simple, amena, bien escrita, ubicada en algún punto entre el arte y la literatura de supermercado, que permite pasar un buen rato pero apenas mueve la aguja del sismógrafo.

Guillermo Belcore

Calificación: Regular

5 comentarios:

  1. Pues que comentario tan certero, acabo de leerla y no sabía que pensar,es la primera de Hustvedt que leía. Ahora que leo tu comentario me doy cuenta que es más o menos eso lo que me parece esta novela.
    Gracias

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  2. Me crea curiosidad ver como es su literatura aunque te tomo la palabra y no parece ser una gran escritora, sin embargo me gusta la temática sexual cuando lleva algo de manejo intelectual, una profundización o sustancia sin que pierda sus características. Siempre me ha llamado la atención el gusto de los senos grandes en los americanos, parece una obsesión, de las que valen la pena pro supuesto pero igual una fijación, debo decir que como macho latino que se respeta he gozado de suculentos culos, no me quejo y me siento muy afortunado, caderas anchas y cinturas cortas, el eden por supuesto pero llevo un vacío de experiencias aún reinvindicable con los senos amplios aunque ya pecando de franco los prefiero perfilados y en punta que redondos y plásticos, lo digo en pleno juicio retomando aquella mención anterior tuya a la anatomía deliciosa de las mujeres que bien vale SIEMPRE tener presente así estemos en medio del té de la tarde. Un gusto leerte, me cae en gracia esa vanidad tan argentina que le da otro matiz a la crítica literaria. Abrazos.

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  3. Estimado Mario:

    Hay mucho de fino erotismo o pornografía cerebral en Hustvet, pero -como he escrito- todo parece calcado del estilo Paul Auster.

    Estoy de acuerdo con usted. El modelo de sensualidad estadounidense ("un chico con tetas grandes") tampoco me mueve un pelo. Coincido en que un culo rotundo, siempre es preferible.

    Me parace incorrecto hablar de vanidad argentina. Sugiero circunscribirlo a la ciudad de Buenos Aires, esa formidable hoguera de las vanidades. Los argentinos del Interior, hasta donde yo sé, no tienen ese vicio, tienen otros. El blog, por lo demás, es un medio propicio para formentar el egocentrismo. Aquí no sólo es necesario, sino también imprescindible, usar la primera persona.

    Muchas gracias por escribir, amigo.

    G.B.

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