Salamandra. Novela, 667 páginas. Edición 2011.
Harold Bloom sostiene que el malestar de la cultura estadounidense es tan descomunal que ningún escritor contemporáneo puede abarcarlo por sí solo. En realidad, lo que el insigne crítico quiere decir es que no existe ningún literato al que le dé la talla para semejante faena (sí, hay uno, se llama Thomas Pynchon). Pero está bueno que los más diestros narradores lo intenten. Como Jonathan Franzen (Illinois, 1959). Por segunda vez en diez años, compone un fresco balzaquiano de una familia típica del Medio Oeste con el propósito de denunciar la podredumbre de una civilización que se basa en consumir en exceso, y que se cree que tiene el derecho universal a más y más.
Libertad es algo así como Las correcciones (la obra maestra de Franzen) recargado. El retrato es más minucioso, pero la expresión no ha mejorado ni un ápice. La prosa, dicho de otro modo, no es nada del otro mundo. En lugar de sondear los abismos de una conciencia, se demora en examinar durante décadas las enfermedades mentales y las desdichas en carne viva de los Berglund (papá y mamá, dos hijos) y sus conexiones cercanas. Es una narración, por así decirlo, en plan psicólogo. El problema es que ha absorbido, vaya paradoja, el gigantismo estadounidense que tan bien logra desollar.
¿Eso significa que la novela es mala? No, todo lo contrario. La ambición le otorga alas de gigante. El sinsentido de la existencia moderna, el imperioso llamado del sexo, la apremiante cuestión ambiental, la deliciosa renuncia a la responsabilidad social, la guerras del nefasto George Bush, la epidemia de resentimiento y neurosis son algunos de los cien núcleos temáticos que Franzen, un moralista implacable, aborda con eficacia e inteligencia. Ha creado, además, un héroe para nuestra época: Walter Berglund, el hombre íntegro. El final, dulce y conmovedor, nos permite sacar la conclusión que, en el fondo, se trata de una historia de amor en forma de novelón decimonónico, que nunca carece de tensión dramática y aprendizaje existencial. Aun hoy, en la era del Twitter estupidizante (¿puede redondearse algo que requiera meditación en ciento cuarenta caracteres?) la sombra de Dickens o de Tolstoi resultan una influencia enaltecedora. Sin duda, el amante de la novela oceánica, esa maravilla del universo, agradecerá a Franzen.
Guillermo Belcore
Una versión un poquitito más corta se publicó en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Bueno
PD: En la página 460 se afirma que “todo el mundo dice que Buenos Aires es una ciudad fantástica“. Luego Joey Berglund y la despampanante hija de un neocom judío a lo Feith, Perle o Wolfowitz vienen a una estancia de Bariloche a practicar equitación.
PD II: Se estableció que es ésta la gran novela de 2011. De hecho, Franzen ha ganado la tapa de la revista Time. Me temo que no puedo convalidar la sentencia. Yo opino que es muy inferior a Las correcciones, aunque se trata de una obra lúcida, interesante, amena en sus tres cuartas partes (¿qué libro de seiscientos páginas no contiene algún momento aburrido?). Una experiencia de lectura casi siempre agradable, en suma, pero me cuesta compartir el entusiasmo de la gran Michiko Kakutani.
A pesar de tus peros me ha atrapado la reseña y me dan ganas de leer la novela. Me has picado la curiosidad. Excelente crítica.
ResponderEliminarEs verdad, Correciones, es mucho mejor! todo bien con Libertad, pero no es original(condición para ser "canonizable" segun Bloom, según Vico), es la vida de las familias EEUU, esta muy tratada desde siempre, me quedo con Upike y la saga de conejo! igual es entretenida!
ResponderEliminarCual es , segun Ud., la gran novela del 2011? Vicio propio?
ResponderEliminarBuena pregunta. No me resulta fácil identificar la Novela del Año. Dire que mi gran descubrimiento de 2011 es el irlandés William Trevor. Me he propuesto agotar su obra. Banville, Murakami, Munro, Roth, Pynchon, Claire Keegan se han consolidado al tope de mis preferencias. Mire usted, tres irlandeses de una lista de siete.
ResponderEliminarGracias por escribir
G.B.
Pues acabo de terminarla y me gustó, pero sin alcanzar la intensidad de "Las correcciones": más ambiciosa, más panfletaria, más despareja..., vale la pena igual, entretenida y estimulante, me sorprendió encontrar mis peensamientos en los de Walter Berglund. Me hace acordar a la literatura de Sinclair Lewis.
ResponderEliminarSaludos