La
tercera novela de Jeffrey Eugenides (Detroit 1960) es la mejor de
todas, han sentenciado algunos críticos estadounidenses. La trama
nupcial (Anagrama, 531 páginas) se inspira, como se dijo, en el
pasado. Un argumento victoriano, injertado en la Nueva Inglaterra de
fines del siglo XX. La heroína tiene dos pretendientes. Se casa con
el tipo equivocado y dos semanas después de la boda se da cuenta del
error. Aparece el otro pretendiente de la nada y entonces... bueno,
no vamos a revelar aquí el final de esta espléndida novela.
Hanna Enamorada
Estamos
en Providence (Rhode Island), la ciudad de Lovecraft. Estamos en la
Universidad de Brown. Estamos en los años de enriquecimiento rápido
de Ronald Reagan. Como hoy, los jóvenes pueden denunciar todo lo que
no les gusta y pueden permitirse cualquier capricho que les venga en
gana. La deconstrucción domina los claustros; se mencionan nombres
en razón de su oscuridad. Hay profesores que abrazan la semiótica
como una forma de afrontar la crisis de la mediana edad. La
sensibilidad general de los chicos es nihilista y pospunk. Hemingway
naturalmente, pero tambien Cheever y Updike han caído en desgracia.
Pese a todo, se lee a Borges.
En
ese caldero burbujeante, nada Madeleine Hanna, una WASP (white,
anglosaxon and protestant) de pura cepa. Una chica afortunada,
familia extensa y distinguida, dinero antiguo; gente ejemplar, al
abrigo de las inclemencias. Vemos aquí la encarnación de la
magnifica e imperial clase dirigente estadounidense, supersegura de
sí misma. Pero Hanna prefiere nadar contra la corriente. Se gradúa
en Letras y Literatura Inglesa; desea convertirse en una
victorianista, en una época en que Derrida es lo máximo. Uno no
puede sino simpatizar con una heroína que “está feliz con la idea
del genio” y que “siente debilidad por aquella entidad cada día
más eclipsada: el escritor”. La chica está en guerra (mental)
contra aquellos petimetres que “quieren degradar al autor, quieren
que un gran libro -esa cosa obtenida con tanto esfuerzo, tan
trascendente- sea un texto''. ¡Bien por la chica! (Por cierto, la
lucha continua).
En
segundo lugar, Hanna se enamora del estudiante de biología Leonard
Bankhead, un enorme San Bernardo que sufre un trastorno
maníaco-depresivo. El gigante rubio nació en Portland. Es el único
de los tres que maduró en una casa donde no le querían, o bien lo
querían muy mal. Y acá entramos en el núcleo incandescente del
libro: el desamor como una pena fisiológica, como si fuera un
trastorno de sangre, la angustia romántica, un concepto traído (¿de
los pelos?) de dos siglos atrás.
El
tercero en discordia se llama Michael Gramaticus, licenciado en
Ciencias de la Religión. Proviene de Detroit, es el alter ego de
Eugenides, que por cierto estudió en Brown en los años ochenta.
Michael está perdidamente enamorado de Hanna. Lo atrae, además, el
misticismo cristiano. Las busquedas espirituales -y su mal de amores-
lo lleva a un periplo por tres continentes. Lo seguimos a Francia,
Marruecos, Grecia y la India donde ejerce el voluntariado en una
congregación de las monjas de la Madre Teresa. Ejerce durante no
mucho tiempo, pues una de las ideas fuerza del libro sostiene que esta
generación (la de los graduados en 1982) es demasiado egoísta como
para dedicarse seriamente a cuidar a un semejante.
Tres mosqueteros
La
novela seduce por su rodaje minucioso. Eugenides dedica extensos
capítulos a cada uno de los tres mosqueteros. Nunca ahorra detalles,
trátese de los órgasmos de Hanna, la lucha denodada de Leonard
contra una enfermedad maldita o los sufrimientos de los menesterosos
que Michael encuentra, y asiste con la punta de los dedos, en los
hospicios de Calcuta.
El
perspectivismo es otro de los agrados del libro. Un mismo suceso se
narra desde la perspectiva de distintos personajes, método que en el
siglo XIX Wilkie Collins llevó a la perfección en La piedra lunar,
-¡caray, cuántas referencias decimonónicas hay en este libro!-.
Nos salen al paso decenas de caracteres interesantes, como el padre
de Hanna, Alton, ex rector universitario, que opina que la
homosexualidad no existía hasta el siglo XIX, que es un invento de
los alemanes. O esa novia de uno de los amigos de Michael, hija de
judíos piadosos, que abraza el feminismo radical de una manera
absolutamente acrítica, y suelta un lugar común tras otro.
Eugenides
no es un gran estilista, no cuenta con fina agudeza de un Tom Wolfe,
otro de los grandes narradores estadounidenses que ha desmenuzado la
vida universitaria. Pero Jeffrey es un escritor de cuello azul muy
competente. Con mano firme, vilipendia las modas intelectuales de sus
años mozos, aunque le tiembla al pulso para criticar a los europeos.
No obstante, la erótica de su último libro deviene tanto del
interés que suscitan las historias individuales como de las
observaciones lucidas de los tres rapaces que protagonizan la trama
(el mundo observado desde un punto de vista inteligente). El ingreso
a la adultez -ese momento terrible en la vida de cualquier persona-
resulta a la postre conmovedor. La atención nunca flaquea, y estamos
hablando de más de quinientas páginas.
Sostiene
un profesor decrépito de Hanna que en el siglo XIX los novelistas
tenían un gran tema en el que ocuparse: el matrimonio. “Las
grandes epopeyas cantaban la guerra; la novela el casamiento. La
generalización del divorcio desbarató el género por completo'', se
queja la antigualla. Bien, Eugenides ha intentado complacerlo con una
clamorosa trama nupcial.
Guillermo
Belcore
Este
artículo ocupó la página tres del Suplemento de Cultura del diario
La Prensa de este fin de semana.
Es la segunda reseña positiva de esta novela que leo en un día. Asterión y Fresán la aprobaron calurosamente. Chitarroni la odió. No me gustó nada Middlesex (no pasé de las primeras cincuenta páginas. Dicho sea de paso, Chitarroni cuenta en su crónica que le pasó lo mismo). La pregunta leninista, entonces, es: ¿Qué hacer? (No se preocupe, amigo Belcore. No espero una respuesta: para eso alcanza con leer su reseña. Es más bien una pregunta retórica, y un pedido de ayuda a otros lectores de este encomiable blog).
ResponderEliminarUn abrazo,
Mario
Querido Mario:
ResponderEliminarCoincido con su juicio. La primera novela de JE era un bodrio insoportable. Lei la critica de Chitarroni, me da la impresion que ni siquiera leyo LTN, le dio una miradita y la despacho sin miramientos. No era su taza de te, esta en su derecho.
Me animo a sugerirte Mario una breve reflexion antes de comprarla, los libros son caros y el tiempo siempre es escaso. Te interesa el tema tratado? Las novelas de empaque decimononico son de tu agrado? Si la respuesta es si sospecho que no seras decepcionado. Pero, en el fondo, todo es cuestion de gustos, de ahi la discrepancia entre los criticos.
Un abrazo
G.B.
Guillermo, permitime una corrección: la primera novela de JE no es Middlesex sino Las vírgenes suicidas y es, sí, extraordinaria.
ResponderEliminarAbrazo.
Gracias Santi, estaba equivocado. No lei Lvs.; tratare de conseguirla.
ResponderEliminarUn abrazo
G.B.
Estimado Don Guillermo.
ResponderEliminarLeí primero la crítica de Fresán y luego la de Chitarronni. No me decidía a llegarle a este libro, pero ya que lo recomienda me atreveré con él (hay hasta un alter-ego-cameo de David Foster Wallace, de quien no dejo de recomendarle cualquiera de sus libros)
LTN será mi libro de esta semana...por Kindle. La edición de Anagrama no ha llegado por acá.
Un abrazo y fuerzas desde ciudad de Panamá.
Sergio Bernales.