El moscardón imaginario XXXIX
"Si creemos realmente que la naturaleza es, fundamentalmente, matemática, deberíamos buscar los patrones y regularidades matemáticos cuando encontramos un fenómeno que no comprendemos'', escribió Max Tegmark, profesor de física en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Ajá. Está muy bien para los fenómenos sociales e históricos, incluso políticos, me atrevo a decir. Pero, ¿puede aplicarse el díctum al análisis literario? Dejemos de lado, por un momento, la poesía. ¿Hay regularidades aritméticas en la prosa excelente, en la que George Steiner cree encontrar el fundamento del orden del universo? Puede explicarse esa música, ese ritmo, esa cadencia que caracteriza al texto sublime -y que quizás sea lo único importante- con ciertos patrones objetivos. No lo sé. Nadie lo sabe, hasta donde yo sé.
Omar Genovese, ese crítico excelente, ha descubierto sí que cierta regularidad caracterizan al texto cacofónico, descuidado, mediocre: la repetición de sonidos. Desmembró en su blog -recuerdo- una página olvidable de Juan Diego Incardona y probó que la aliteración no buscada y extendida es un ripio horrible de la prosa. Interesante.
A partir de esta entrada, intentaré definir pseudoleyes del buen escribir. La inspiración, el capricho, la tontería y el sentido lúdico son mis únicas herramientas. Aquí va la primera:
Primera Ley de la Literatura: Contar sueños en un libro es cosa de idiotas.G.B.
Creo que, como toda regla, admite excepciones; el tema es que, en este caso, me parece que las excepciones son mayoria.
ResponderEliminarOjo, creo.
Si, yo también creo que es una regla con muchas excepciones: sin ir más lejos, el gran Murakami suele incluir en cada novela uno o varios sueños.
ResponderEliminarQueridos amigos:
ResponderEliminarA ver. Una cosa es el producto de la imaginación que se hace pasar por sueño (como Murakami). Es decir, el producto de la imaginación conciente. Mi dudosa ley se refiere a la mera reproducción de esa cosa incoherente, desarticulada y aburrida que es el sueño. Es un renuncio. Es dejar que el inconciente haga el trabajo de literato.
G.B.