Stephen Dixon
Eterna Cadencia. Cuentos, 190 páginas. Edición 2014.
La libre competencia, al menos en la Argentina, ha mejorado la industrial editorial. Se esfuerzan nuestras pymes -y ello es motivo de aplauso- para tentar a su majestad el lector con textos sublimes que los mastodontes del negocio suelen desdeñar. Así, vuelven autores que nunca debieron ser olvidados o llegan otros que jamás habían sido traducidos. Como en este caso. Descubrir a Stephen Dixon (1936) es un regalo del Cielo, al menos para quienes la Alta Literatura forma una parte importante de su vida. En esta magnífica colección de cuentos -qué buena selección hizo Eduardo Berti-, el escritor neoyorquino aborda preguntas que van al meollo de la condición humana: ¿por qué el amor se apaga de repente? (y por qué muchos hombres o mujeres no pueden aceptarlo); ¿por qué un señor en la flor de la vida decide pegarse un tiro en la boca?; ¿por qué no puede elegir su final un anciano torturado por la enfermedad?; ¿por qué el desatino rige la conducta humana?; ¿por qué son tan difíciles las relaciones padre-hijo?
La escritura de Dixon es notable, siempre. Hay aquí frases, párrafos, cuentos enteros incluso (léanse La firma o Calles, por ejemplo) que podían definirse como “perfectos”, si es que esa meta pudiese alcanzarse en el arte. Se trata de un estilista notable, capaz de narrar una historia desde perspectivas diferentes; o de provocar tristeza o risa con un pestañeo, de improviso, incluso; o de tallar diálogos vibrantes que satisfacen sobradamente la teoría del iceberg de Hemingway. El estilo de Dixon nos resulta familiar, pero es originalísimo. De hecho, Rodrigo Fresán detalla en el prólogo muchísimos parentescos (algunos disparatados) pero ninguno de ellos logra explicarlo. Lo que sí hace muy bien es trasmitir su entusiasmo por este ilustre desconocido (para los argentinos). Tiene razón Fresán: el lector del volumen se convierte en “eufórico recomendador” del neoyorquino. Da ganas de seguir leyéndolo. Uno cruza los dedos para que la veintena de libros de ficción de Stephen Dixon arriben a la Argentina.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
La libre competencia...
ResponderEliminarQuien nos da estos maravillosos libros no es el Mercado sino editores apasionados y aventureros. Encontraron un lugar bajo el sol gracias a la voracidad de las grandes editoriales que coparon ese "Mercado" y estirilizaron la literatura y el oficio, despreciándolo por ser poco rentable.
Además no se puede hablar de libre competencia a menos que el mismo libro se publique en muchas editoriales y uno pueda elegir la mejor edición. El libro siempre fue monopólico por naturaleza, menos mal.
Si no, cada éxito de una pequeña editorial sería canibalizado inmediatamente por los Grandes Monstruos, o sea, el Mercado. Las consecuencias son fáciles de deducir.
Buen Dia Guillermo,
ResponderEliminarNo estoy seguro de por que decido escribirle precisamente ahora, pero durante largo tiempo pense que era una curiosidad necesaria (escribirle), luego lo olvide.
Ocurre que en el 2014 (tenia yo 21 años) me encontre con su blog, ya no recuerdo por qué motivo. Siempre me gustaron las letras y a esa edad contaba con mas tiempo para perderme por internet buscando novedades, literatura de nicho, joyas ocultas o ignoradas, etc, así que quizás solo haya sido natural encontrarlo.
Sucede que me encontre con la entrada de Calles y otros relatos de Dixon, y quedo anotado en el tintero mental.
Consegui un cupon de descuento en el Yenny-Ateneo y me dirigí a comprar los libros que me alcanzara. Siendo siempre dificil la decision, compre El desayuno del vagabundo, una antologia sobre Posmodernidad, y Calles de Dixon, este ultimo guiado por el rótulo que recordaba de su entrada.
Me pregunté varias veces respecto de si hubiera caido en Dixon si no era por la entrada, entiendo que seguramente a la larga (habiendo perseguido la linea posmoderna de literatura norteamericana como consumo privilegiado) habria llegado. Pero es dificil explicarle lo mucho que ese libro me impacto y me obligo a buscar a este maestro escondido, "escritor de escritores" por todos lados, a lo largo de los años, en viajes, usados increibles en un mercado libre de mediados de los 2100 (Ahora Gould esta traducido, pero lo consegui en una edicion tapa dura por nada de un refugio de animales que lo vendia para juntar plata), entre otros lugares.
Me obsesione con Dixon y con algunos de sus temas (la narrativa de la enfermedad neurologica por ejemplo {yo soy ahora neurólogo}, única, la muerte de la pareja, la necesidad de justificarse perpetuamente ante un auditorio {cuál?}, etc).
De ahi me fui a otros autores que en menor o mayor medida lo orbitan, pero me di cuenta de que mi amor por dixon no era tan difundido, incluso en quienes leen a otros coetaneos del palo como Barth, Coover, Barthelme & cia.
Así que quizás, aun si hubiera llegado a la gran isla que es Barth y sus amigos, no estaria encantado como lo sigo al dia de hoy de Dixon, de quien he leido por lo menos la mitad de la obra (suena a menos de lo que en realidad es...).
En fin, le escribo entre pacientes, movido por quién sabe qué motivo.
Espero que tengo un buen dia, y sepa que cada tanto algunas de estas reseñas o recomendaciones llegan a orilla.