sábado, 19 de julio de 2014

El Narciso de los cien mil disfraces

Perderé en Austerlitz y ganaré en Waterloo
 Curzio Malaparte

Por Guillermo Belcore

Hay una linaje maldito de escritores cuyo talento artístico es opacado por sus vicios, sus defectos o sus elecciones ideológicas. Los moralistas, esa panda de hipócritas o de fanáticos, pugnan para que su obra en bloque sea relegada al olvido. Felizmente, no siempre tienen éxito. Todas las generaciones tienen derecho a disfrutar de los buenos libros, sin detenerse a considerar la integridad de sus autores. Al fin y cabo, ¿que sabemos hoy del Homero o del Dante de carne y hueso? La cri-ética, sentenció Borges, es la ciencia de los canallas.

En esa barca de condenados cuyo pasajero más conocido es Celine navega también un toscano del siglo XX. Su nombre era Kurt Suckert, pero es mejor conocido como Curzio Malaparte. En Europa se lo evoca como esbirro de Benito Mussolini. También se lo recuerda como  “un mitómano, exhibicionista, persona ávida de dinero y de placeres, camaleón, dispuesto a servir a todos los poderes y a servirse de ellos, especie de Cagliostro de las letras modernas”. Es una imagen hecha de tópicos, asegura Maurizio Serra, literato y diplomático italiano que ha escrito (en francés) una monumental biografía de Malaparte (Tusquets, 553 páginas). ¿Su propósito? Demostrar “la coherencia íntima y la modernidad” de un “precursor del compromiso libre del intelectual”. El fascinante ensayo deja incluso un par de mensajes para los muchachos de Carta Abierta: antes de militante se es intelectual; todo pasa menos la misión de testimoniar. 

Quizás los amigos de este blog recuerden que Malaparte hizo gran periodismo y dio a la imprenta dos novelas documentales (imprescindibles) sobre la Segunda Guerra Mundial: Kaputt y La piel. Conforman dos frescos impresionantes (no se ahorran repugnancias) del conquistador alemán en la Europa ocupada y del victorioso Ejército estadounidense en Nápoles. Hay en ellas un estilo en juego: “Partir de lo real, para transfigurarlo, desvirgarlo, violarlo pero sin negar lo real nunca”, Serra dixit. El tamiz es un ego monstruoso. Porque el toscano -establece su biógrafo- se sirvió de la historia, pero no la respetó, como el bárbaro usa a la prostituta que encuentra en el camino y la abandona cuando ha gozado. De Malaparte también han llegado al español: El compañero de viaje, Técnicas de golpe de Estado: como los dictadores alcanzan el poder, Sodoma y Gomorra, Muss, el gran imbécil y Diario de un extranjero en París.

EL PERSONAJE


Curzio Malaparte nació en 1898 como Kurt Erich Suckert en Prato, arrabal de Florencia. Familia burguesa, padre alemán y luterano, madre lombarda acomodada. Luchó en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. De allí saltó a la literatura con un seudónimo que evocaba a Napoleón. Se sumó al fascismo, pero nunca fue un intelectual orgánico, su feroz independencia y sus ambiciones desaforadas lo metían cada dos por tres en dificultades. Insultó a un jerarca del régimen y terminó dieciocho meses preso, por lo general en condiciones benignas. Además de escritor de valía, fue director de La Stampa (el diario de los Agnelli) y de revistas literarias de gran calidad y espíritu cosmopolita. Fue corresponsal de guerra al servicio y en contra de Mussolini. Se parecía algo a Drieu La Rochelle y a André Malraux, pero su obra-vida fue originalísima. Polígrafo destacado, fue protegido por Galeazzo Ciano (el yerno del Duce), Palmiro Togliatti (el mandamás del Partido Comunista) y los políticos en general. Sedujo a la madre de Giovanni Agnelli y a Mao Tse Tung. Tenia gran predicamento entre las mujeres (una actriz norteamericana se mató por él) pero su gran amor fueron los perros. Mejor dicho, ‘su segundo gran amor’, el primero era él mismo. “Incluso juzgado con los criterios del mundo del espectáculo, asombra tanto narcisismo. De él se ha dicho que ‘en todas las bodas quería ser la novia; en todos los entierros el difunto‘”, escribió Serra. Fue un divo, lo que hoy llamaríamos un “mediático”. Malaparte murió en 1957, se necesitó un cáncer de pulmón provocado por los gases alemanes de Bligny en 1918 para segar tanta vitalidad. Fue fiel al personaje hasta el último minuto. Fascistoide pero también marxistoide, anarquistoide, paladín del qualunquismo, lo que hiciera falta para figurar… ¡Qué tipo!

Para juzgar a un hombre hay que examinar atentamente sus retratos, escribió Malaparte. Su biógrafo lo describe así: Boca fina, como una hoja de papel, y tan recta y dura como el canto de una regla. Ojos, hundidos en sus órbitas, que miraban a todas partes, aunque sin posarse en nada y por momentos parecían de vidrio, lo que hizo creer erróneamente a algunos interlocutores que tomaba opio. Un metro ochenta y cuatro de estatura. Porte distinguido y viril, cabellos negros engominados. Desdeñó los placeres fáciles del alcohol, el tabaco y las drogas. Se cuidaba en las comidas. La austeridad (excepto en la elección de la morada) formaba parte de la liturgia del culto al Yo. Soltero empedernido, Curzio solía maquillarse y se aplicaba carne cruda en las mejillas para mantenerlas lozanas. Mantuvo toda su vida un apetito voraz por la escritura. ¡Qué tipo!

Este pícaro consumado hizo todo a su manera, incluso cosas muy feas, como visitar al sátrapa de Hitler en Varsovia, mientras los judíos eran exterminados. Pero más allá de las razones -todas muy buenas- para execrarlo, su trayectoria de camaleón perfecto no puede sino inspirar curiosidad. Por eso la biografía resulta muy interesante. Los detalles cómicos -la sarta de mentiras de Curzio para caer siempre parado, por ejemplo- alivian la espantosa crueldad de la época. El historiador Serra, por cierto, no se ha limitado ha seguirle la estela al farabute; también retrata con amenidad y rigor el contexto, por ejemplo la escena cultural en la Italia fascista o durante la posguerra. Los parangones (entre Malaparte y Moravia, verbigracia) siempre nos parecen esclarecedores. Vale destacar que el autor no se ha dejado seducir por el canto embrutecedor de las sirenas de lo políticamente correcto; se esfuerza en matizar. 

El libro incluye apéndices valiosos. Otro agrado del libro es la calidad de los escritos del propio Malaparte, heraldo de la decadencia europea. Obsérvese la originalidad de la mirada, definitivamente no era un tipo común y corriente:


“Nada hay en el mundo más despreciable que el hombre, ese animal pervertido, ese animal degradado por la razón. Hay en los ojos del hombre, un animal inocente que nos mira con su prolongada mirada pura, llena de piedad y de desprecio. ‘El asesino siempre es el hombre‘, me decía un soldado alemán en Rusia, en agosto de 1941, ‘su víctima es siempre un animal‘. El hombre asesinado se convierte en un animal perseguido, asustado. Por eso el hombre asesinado inspira piedad. Porque no es un hombre, es un animal”.

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno

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