A principios de septiembre de 2001, hubo en la Bolsa de Chicago un repentino y anormal aumento de opciones de venta de United Airlines y American Airlines. Miles de opciones de venta pero muy pocas de compra. El volumen negociado sextuplicó el tráfico normal. ¿Información privilegiada? ¿Alguien, de muy arriba, sabía lo que se le venía encima a Estados Unidos?
Planteado de otra forma, ¿el 11-S fue Pearl Harbor o el incendio del Reichstag? ¿Otro fracaso monumental de prevención o una conspiración para que Los Administradores “tuvieran su Guerra contra el Terror, un conflicto sin fin y empleos en seguridad hasta que les reviente el culo”? La pregunta no sólo la han formulado anarquistas de la Web o intelectuales de izquierda a lo Michael Moore sino el más inteligente y culto de los escritores de Estados Unidos. Suenen las trompetas. Ha llegado al español la octava novela de Thomas Pynchon (Nueva York, 1937). Sus materias primas son la destrucción del Word Trade Center, el estallido de la burbuja puntocom, la estupidez de la vida cotidiana, la maldad de la economía de mercado libre de ataduras. La lista continúa, pues, en “la pantalla de inicio del tardocapitalismo triunfal, Pynchon es un solitario píxel de insatisfacción", podría decirse, modificando, ligeramente, una metáfora usada por el eremita más famoso del mundo, ahora que Salinger está muerto. La novela se rige por una premisa genial: la paranoia es el ajo de la cocina de la vida. Nunca está de más.
Para quien esto escribe, Al límite (Tusquets, 491 páginas) merece el galardón ‘Mejor Novela 2014‘. Por los recursos en juego, la abrumadora cantidad de ideas que ponen a prueba nuestra comprensión y bagaje cultural, la seriedad de los asuntos abordados, el magistral uso de la ironía, los diálogos vibrantes, el tono cómico. Tiene la trama un punto de contacto con la anterior novela de Pynchon (Vicio propio, Tusquets, 2009): la estructura pseudopolicial. Pero aquí el motor de la acción no es un detective fumeta sino una investigadora privada de fraudes y delitos económicos. Se llama Maxine Tarnow, es judía y vive en Nueva York. Mencionamos su religión porque el judaísmo es otro nudo importante del libro.
El documentalista Reg Despart y su amigo Eric, un genio de la informática que es el doble de suspicaz, descubren algo raro en la contabilidad de un magnate de la tecnología de la información. Algo que tiene que ver con Medio Oriente. Le piden a Maxine que investigue a Gabriel Ice, señor del Universo Web 1.0. Como Alicia en el País de las Maravillas, entramos entonces en una protorrealidad, a un cosmos paralelo, donde cada personaje materializa un arquetipo. Paisajes de porquería empresarial y gubernamental nos salen al paso. Pynchon, el último de los enciclopedistas iluminados, ha querido registrar todos los chanchullos de la alborada del siglo XXI. Un espeso hilo paranoide une decenas de historias opacas, encriptadas y sibilinas. Una advertencia, amigos. Leer a Pynchon exige máxima atención: más allá de la exactitud de la traducción (¡puaj, caló madrileño!), si te distraés, no atraparás el chiste. También hay páginas desopilantes y una pizca de ciencia ficción (Montauk Project).
EXPEDICION ANTROPOLOGICA
Leer a Pynchon, asimismo, es lanzarse de cabeza a la piscina de la antropología urbana. Uno se encuentra en la superficie con esos seres elementales que describen las novelas del montón, pero también con las criaturas extraordinarias que moran en las profundidades, en las zonas mas oscuras de la sociedad, y que siempre atrapan nuestra imaginación. En Al límite nadan especímenes de la ‘nerdistocracia’ (estamos en plena resaca de Silicon Alley), y de la estructura de poder de Estados Unidos, uno de los cuales es el agente Nicholas Windust, quien ha torturado personas y realizado negocios turbios en la Argentina. Una digresión. Es notable el conocimiento que tiene Pynchon de nuestro país. Sabe de Villa Freud y opina que la obediente sumisión de Menem-Cavallo al Fondo Monetario Internacional fue “una suerte de ley lacaniana del Padre fuera de control“.
En rigor, nada de lo humano le es ajeno a este extraordinario narrador. El momento cultural pop al completo. Toneladas de curiosidades, desde el inframundo maya o la colonia que usaba Hitler a las carteras de Mónica Lewinsky y un Second Life, mejorado, deteniéndose con amorosa atención en la degradación mercantilista de la ciudad de Nueva York (Giuliani bailaba al son de los más infames promotores inmobiliarios). La denuncia (convincente) de cierta imposición filistea de un consenso embrutecido y romo acerca de lo que tiene que ser la vida urbana, es otro de los puntos altos del libro.
El autor de Contraluz, por cierto, puede compararse con Jorge Luis Borges. Con los conceptos que pueblan la obra de ambos podría escribirse una especie de Encyclopedia Britannica apócrifa. Verbigracia: Pynchon inventa aquí a uno de los primeros psicoanalistas, un tal Otto Kugelblitz, expulsado por Freud de su círculo íntimo (le arrojó la colilla del puro a la cara) por haber concebido la ’teoría de la recapitulación‘: “la vida humana no es otra cosa que una sucesión trastornos mentales: el solipsismo de la más tierna infancia, las histerias sexuales de la adolescencia y la primera madurez, la paranoia de la madurez, la demencia de la última fase de la vida. Todo conduce a la muerte, que al final es la cordura“. ¿Ingenioso, verdad?
El sesentismo, con un dejo inconfundible de socialismo moderado, versus los yuppies, los desmanes neoliberales y Bush y sus esbirros (Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Feith) es la antinomia fundamental de un libro, al que uno abandona en la última página con melancolía, si no tristeza. ¡Qué lastima que no durara unas doscientas páginas más! Pynchon proporciona argumentos a favor de la teoría de la conspiración. Los republicanos sabían lo del 11-S (el escritor lo denomina “la atrocidad”) y no hicieron nada al respecto. “Fue otro ejercicio para volver loca a la gente corriente para que siga balando y suplique protección“, reflexiona un personaje. ¿Exagerado? Escuchen éstas sentencias:
- * El postcapitalismo tardío ha enloquecido. Va de frenesí en frenesí de mercado. Es un fraude piramidal a escala planetaria.
- * Los magnates de la información encarnan una reposición neoestalinista.
- * Las torres del WTC también eran símbolos religiosos. Representaban lo que Estados Unidos adora por encima de todo: el mercado... “Los estadounidenses creen que la Mano Invisible del Mercado lo rige todo. Libran guerras santas contra religiones rivales como el marxismo. Frente a todas las pruebas que demuestran que el mundo es finito, ésta es una fe ciega en que los recursos naturales nunca se agotarán, en que los beneficios seguirán aumentando eternamente, igual que la población mundial: más mano de obra barata, más consumidores adictos“.
- * Internet no es inocente, devora nuestro tiempo, fortalece el control de Los Administradores.
- * ¿Cuánto se ha alejado la vida moderna de las realidades básicas? Estar al tanto de todo lo que se cuece es la cima de la sandez del urbanita. El invierno de lo contingente.
- * ¿Cuan de derecha debe ser una persona para considerar a ‘The New York Times’ un diario de izquierda?
Si hay una obra que merece el Premio Nobel, en el sentido de máximo reconocimiento universal al talento literario, es la de Thomas Pynchon. Pero la Academia Sueca, acaso por temor a que el anacoreta no vaya a buscarlo, ha decidido ignorarlo (como a Borges, Proust, Nabokov, Roth, etc). Uno debe concluir que no existe nada más parecido a los tecnócratas del FMI que los mandarines de Estocolmo.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Si no recuerdo mal en El Arco Iris de la Gravedad, hay en una parte unos personajes argentinos (en un submarino nazi o algo así) y hay una teoría muy interesante sobre el Martín Fierro, del que se habla en varias páginas.
ResponderEliminarLa reseña me dio ganas de leerlo, gracias.
saludos.
Bravo!!! Bravo!!!
ResponderEliminarMuy buena reseña. Quién pudiera saber de dónde surge el vínculo de Pynchon con Argentina.
ResponderEliminarLeyendo "El Arco Iris..." me preguntaba si el apellido de la señorita Katje, "Borgesius", es una especie de tributo al gran Jorge Luis.