martes, 24 de febrero de 2015

Hombres del ocaso

Anthony Powell
Fiordo. Edición 2015. Novela, 259 páginas.

Después de la Primera Guerra Mundial una idea se hizo carne: Occidente se encuentra viviendo su fase crepuscular. Intoxicado con pseudobiología darwinista, el alemán Oswald Spengler establecía a principios de los años veinte que las civilizaciones son similares a los seres vivos. Su ciclo de existencia atraviesa cuatro etapas: juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia. La democracia liberal -hija de la Ilustración dieciochesca- agoniza, se pensaba. ¿Evidencias? La carnicería sin precedentes en Europa, el surgimiento de vociferantes alternativas ideológicas (el futuro parecía destinado a las tiranías rojas o pardas). El arte tomó nota. El surrealismo y dada consagraron el sinsentido (¿acaso el mundo no es así?). La pesada novela decimonónica, preñada de optimismo, quedó atrás y florecieron, entre otras nuevas variantes, espumosas obras decadentistas (la contracara, acaso, de la siniestra visión kafkiana). Acabo de leer una de las más divertidas.

Con el rigor y el buen gusto que caracteriza a cada una de sus reimpresiones (¡ah, las editoriales boutique de la Argentina!), el sello Fiordo volvió a meter mano en esa cornucopia inagotable que es la literatura inglesa del siglo XX (ver la entrada anterior). Rescató la primera novela de Anthony Dymoke Powell (Westminster, 1905-2000), hombre de letras admirado por autores de la talla de Anthony Burgess y William Trevor. ¡Bien hecho, muchachos!

Hombres del ocaso se titula esta gema rara y perfumada. El truco que aplica no tiene misterios. Powell hace actuar e interactuar a una magnífica colección de mequetrefes en escenarios convencionales: el club, la fiesta, el lugar de trabajo, la galería de arte, el restaurante,  el boxeo, la casa de campo. El efecto siempre es suave, cómico. Gozamos del encanto de la cháchara intrascendente. Pero algunos diálogos son engañosamente sencillos, responden a la premisa hemingwayana del iceberg,  es decir lo que está en la superficie no es lo sustancial. Por debajo de las peripecias y los balbuceos idiotas de esos buenos para nada (malos hasta para el amor o el suicidio) circula la idea de la decadencia de Occidente. La novela fue publicada por primera vez en 1931.

El lector encontrará algunos de los mejores retratos satíricos de la época, de cualquier época, bah. Jóvenes que desperdician su vida, magníficas nulidades, chicas promiscuas, pintores “malos por naturaleza pero un deplorable barniz de destreza recogida en París hacía que la gente comprara sus obras de tanto en tanto”. La erótica de la prosa estriba tanto en sus divertidas situaciones (el humor es finísimo) como en la elegancia de las expresiones. Puede que nadie haya narrado una escena de sexo con la sofisticación que se exhibe en la página ciento cinco. ¡Qué delicia este Powell! Usa la frase corta con la misma habilidad con la que un pescador veterano destripa a sus piezas.

En síntesis, una novela altamente recomendable. El sello Fiordo nos ha dejado con hambre. Aquí se aplaudirá de pie -cabe suponer- cada una de las obras que logren reponer de Anthony Powell, como nuestro Bioy Casares un sublime aristócrata de la literatura.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno.


PD: Hay un buen reportaje a los responsables del sello editorial aquí: http://golosinacanibal.blogspot.com.ar/2014/02/las-huellas-de-la-imaginacion.html

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