Miserias de la república de Weimar |
Por Guillermo Belcore |
"Dar o regalar no es virtud de ricos. Solamente el pobre da con la naturalidad de quien conoce el hambre y la miseria".
Un mes atrás, la jefa de Estado de la Argentina tachó de burro a un catedrático de la Ucema por cuestionar su interpretación de las causas de la llegada de Adolf Hitler al poder. Cristina Fernández había postulado como razón primordial, no la hiperinflación, sino el hecho de que Alemania fue humillada por el Tratado de Versalles. El profesor Alejandro Corbacho discrepó por medio de un artículo y se ganó un rapapolvo presidencial. Es interesante la cuestión de fondo. ¿Fue la política o la economía la gran responsable del triunfo del nazismo? Una novela extraordinaria escrita con material de primera mano en 1932 -y recuperada por suerte ahora- parece sostener la hipótesis socioeconómica. En la República del Weimar, un ejército de seis millones de famélicos pavimentó el ascenso de la variante más diabólica del fascismo, sugiere una lectura atenta de Hermanos de sangre (Seix Barral, 243 páginas). Como dijo George Steiner, un hombre desesperado y hambriento que se cuelga del cogote un letrero que dice "Hago cualquier trabajo", es un hombre que hará incluso un trabajo infame para las SS.
Resulta muy interesante la travesía editorial de Hermanos de sangre. La novela fue publicada, como se dijo, hace ochenta y tres años en Berlín. Se vendió bien, pero cuando el nacionalsocialismo tomó las riendas no sólo se la prohibió, sino que las bestias pardas la confinaron a la hoguera. De Ernst Haffner, su autor, poco se sabe. Fue periodista y trabajador social. El régimen lo citó para discutir su obra. La Segunda Guerra Mundial se lo tragó y al parecer no dejó descendencia. La reimpresión en 2013 del libro en Alemania no ha generado reclamos por derecho de autor. Acaba de llegar a la Argentina.
Estamos ante una de esa fascinantes novelas documentales, donde la imaginación rellena esos pequeños huecos que dejan los hechos reales. Es la historia de una pandilla de chicos de la calle. Muchachos de menos de veinte años en perpetua guerra contra el Estado; porque el Estado alemán nunca fue un chiste como en la Argentina de nuestro tiempo. Hasta para dormir en un asilo de vagabundos se necesitaban papeles con la firma del comisario. Los pandilleros no resultan desagradables, los mueve un afán de libertad y los redime, en parte, la camadería. Son casi divertidos. En el caso de los Hermandad de Sangre el bautizo consiste en, el espacio de una hora, consumar cuatro veces el coito hasta el orgasmo en presencia de toda el grupete y puede que de invitados. Son fanfarrones con una incurable avidez por el alcohol. Se prostituyen algunos para conseguir los marcos indispensables para sobrevivir a las nevadas y para llenar el estómago. Los más audaces y con menos escrúpulos derivan hacia una banda en delincuentes profesionales: carteristas, ladrones de casas y autos, no respetan siquiera a las mujeres de la clase trabajadora. Con toda la ruindad de su oficio, la rufianería no perdona a nadie. ¡Ojo con condenarlos! Advierte Haffner:
"¿Un destino elegido voluntariamente? No siempre. ¡No siempre! Los años de juventud sometidos a la educación de un centro tutelar, punto menos que años de aprendizaje del futuro transgresor de la ley, no son, maldita sea, ningún destino elegido a voluntad. Y por añadidura, ¡con antecedentes penales! El muro infranqueable, duro como el vidrio, de los prejuicios y la sed de castigo burgueses condena a muchos al fracaso. A un sinnúmero de personas que de buena gana habrían emprendido una vida ordenada".
LOS BAJOS FONDOS
El libro siempre es interesante porque se trata, en última instancia, de la exploración minuciosa de los bajos fondos de la exasperada República del Weimar. Recorremos tabernas atroces, tugurios, centros desalmados de atención al menesteroso, calles hostiles, boites donde el erotismo pervertido de los varones se enciende con la carne de jóvenes pobres, cárceles y reformatorios. Ante nuestros ojos desfilan prostitutas en el colmo de su degradación, gente arrabalera, mendigos y mendigas de todas las edades, gigolos incluso más desagradables que el señor Bazterrica, funcionarios que irradian maldad, el hampa berlinesa. También se nos permite visitar esas grandes cervecerías de pueblo con estruendosos instrumentos de tiempo que intentan imponerse sobre el infernal griterío y alboroto. En una de estos locales muniqueses, durante la década del veinte, comenzó su carrera cierto cabo austríaco que hizo fama. De agitador a Führer en poco más de diez años, aupado por los lobos y la basura que frecuentaban las cervecerías.
Con prosa tan elegante como certera, Haffner produjo un invaluable cuadro triste de su época. Es fácil compararlo con George Grosz. Arte degenerado lo rotularon las bestias nazis. Afortunadamente, la novela pudo sobrevivir. Es de lo mejor que ha producido el miserabilismo alemán.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
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