lunes, 10 de octubre de 2016

El fin de los días

Estableció Jorge Luis Borges: “…No esperes que el rigor de tu camino/ que tercamente se bifurca en otro,/ que tercamente se bifurca en otro/, tendrá fin. Es de hierro tu destino…” La idea del poema Laberinto se prolonga en un magnífico cuento. El Jardín de senderos que se bifurcan nos recuerda que cada destino abarca todas las posibilidades. Fue A, pero pudo haber sido B. ¿Qué hubiera pasado si?… es un ejercicio intelectual fascinante, ya sea aplicado a nuestra propia vida o a la Historia. La escritora Jenny Erpenbeck (Berlin Oriental, 1967) usa los contrafactuales como procedimiento de una novela que el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania ha querido promocionar en la Argentina. La fórmula, a la sazón, es lo mejor de El fin de los días (Edhasa, trescientas siete páginas).

La señora Erpenbeck ha encerrado en su libro casi cien años. Desde fines del siglo XIX hasta la estrepitosa caída del Muro de Berlín. Viajamos a Brody, ciudad fronteriza de la extinta Galitzia Lodomeria, el confín del Imperio Austrohúngaro. Una familia mixta es golpeada por la tragedia, muere su bebita. El padre, funcionariogoy de la escala más baja, huye a América; la madre, judía, se deshonra en la prostitución. En el segundo capítulo, la niña no muere. Todos dejan la provincia oriental para intentar salvarse en Viena, como en un gran banco, sin sospechar que ese barco estaba empezando a hundirse. La Primera Guerra Mundial ha concluido con el colapso de las Potencias Centrales y cunde en Austria el hambre y el antisemitismo. La niña crece y se hace escritora revolucionaria. Emigrará años después a la Unión Soviética con su marido. Serán dos víctimas más de un paranoico llamado Stalin. En el Libro IV nuestra chica sobrevive por un pelo a las purgas, se convierte en una heroína de la República Democrática Alemana, pero poco antes de alcanzar la sexta década de vida la camarada H se rompe el cuello en un accidente doméstico. En el tramo final de la novela, la señora Hoffmann no se resbala en la escalera y puede asistir, con noventa años de edad, al derrumbe del mundo comunista. Ingenioso, ¿no? El azar rige nuestra endeble existencia.

Los giros argumentales, en verdad, rescatan una novela fragmentaria, pueril por momentos, cuya prosa no se destaca por su belleza ni por su sabiduría. No hay mucho que subrayar por aquí. Es verdad que Erpenbeck conserva esa espléndida pasión centroeuropea por desmenuzar la carga de la Historia, pero lo hace sin brillantez.  Además, incurre en una de las tecniquerías más desafortunadas: el goteo de frases. Al margen de la forma, no puede dejar de elogiarse la descripción de la crueldad y estupidez de los regímenes comunistas. Al igual que en la Argentina que ha concluido en diciembre, en Moscú o Berlín oriental “las palabras hace mucho que ya no eran del todo reales, como un paquete de harina o un par de zapatos, han fracasado, además de ser totalmente insostenibles desde el punto de vista económico”.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular



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