"Ser débil es tratar a los demás como si te pertenecieran."
Maame
Los asantes son orgullosos, un pueblo de guerreros, gente que no se doblega. Forman parte del grupo étnico Akan y hoy colman el sur de Ghana, el este de Costa de Marfil y rodajas de Togo. Se asociaron con los ingleses en el tráfico de esclavos, no obstante, al extinguirse tan infame institución -construida a golpes de maldad- ofrecieron enconada resistencia a los apetitos coloniales. Ghana, por cierto, fue el primer país del Africa negra en conseguir la independencia en 1957.
Una hija de la nación asante forjó (¡a los 26 años!) una novela épica que ha conquistado Estados Unidos. Se dice que un coloso editorial obló un número con siete cifras por el manuscrito de Volver a casa (Salamandra, 379 páginas), después de una subasta con diez oferentes. La crítica se enamoró de Yaa Gyasi (Mampong, Ghana, 1989), graduada del célebre MFA de Escritura Creativa de la Universidad de Iowa.
Llovieron los galardones para una autora que reconoce a Gabriel García Márquez como una influencia capital. Por supuesto, la hija de inmigrantes africanos es un modelo de corrección política. Ha ensamblado una ambiciosa reconstrucción de la esclavitud y el colonialismo, y de sus efectos en dos continentes que abarca casi trescientos años de historia. Digámoslo claro: no se trata de una obra maestra. Es probable que la señorita Gyasi tenga un toque de genialidad, pero virtudes y defectos marchan parejos en su debut artístico. El crédito sigue abierto.
DOS GENEALOGIAS
Volver a casa relata dos genealogías provenientes de la actual Ghana. Arranca en el siglo XVIII, la noche en que nació Effia Otcher -La Bella-, ""rodeada del calor almizclado de la tierra de los fante"", pueblo vecino a los belicosos asantes. Los capítulos saltan de generación en generación (treinta años de separación entre uno y otro aproximadamente) y basculan de Africa a Estados Unidos. Cada capítulo narra una historia de amor o desamor.
Las miserias del tráfico de carne humana y de la segregación racial son el hilo maldito que va engarzando las cuentas. Un colgante con una reluciente piedra azabache es el otro elemento que repite. Se nos permite descender a los infiernos para atisbar en las mazmorras nauseabundas de la Costa de Oro, las plantaciones de algodón en Dixieland, las minas de carbón de Alabama, o en los tugurios de Harlem, donde millones de personas con piel oscura han entregado sus vidas para satisfacer la codicia de semejantes con rostro pálido.
Hay que destacar que la novela no carece de virtudes. El exotismo es igual de seductor (lo real maravilloso) como esas mujeres con el pecho suave como pulpa de mango y generoso balanceo de las anchas caderas que van coloreando las páginas. Hay historias filiales o maritales francamente conmovedoras. Y en el plano de las ideas, nunca deja de ser estimulante, más allá del uso de estereotipos (naturalmente, el misionero cristiano debía ser un pervertido).
Como se mencionó, el imperialismo occidental es confinado al banquillo de los acusados. Los asantes llaman al hombre blanco abro ni, el malvado, por todos los problemas que ha causado buscando oro y esclavos a cualquier precio. Los ewe lo denominaban perro astuto, pues finge ser bueno pero muerde. Lo singular es que Gyasi no oculta, al menos en la primera parte del libro, las injusticias de las civilizaciones nativas, aficionadas a la guerra tribal y a la explotación de la mujer. Una chica podía ser vendida en Ghana como esclava por un desliz tan significativo como ocultar la menstruación o acostarse con su enamorado antes del matrimonio. La fornicación no puede quedar impune, sentencian los hombres viejos de la aldea, hipócritas de primera.
La autora tiene algo que decir sobre lo que en Argentina tachamos de relato, no sin desdén. Plantea el profesor Yaw Agyekum a sus alumnos el problema de las versiones contradictorias:
"Creemos al que tiene el poder. El es quien consigue escribir su historia. Por eso cuando estudian historia, siempre deben preguntarse: "¿Cuál es la versión que no me han contado? ¿Qué voz se ha silenciado para que ésta se oyese?".
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno