Roberto Fogwill
El periodismo no es para los escritores. La afinidad entre ambas actividades no va más allá del acto mecánico de escribir. Son semejanzas de superficie. Mientras en una profesión -por ejemplo el periodismo- se recompensa con salarios y rangos el buen comportamiento de la función de maximizar la satisfacción de los jefes, lectores y anunciantes, en literatura se recompensa con la gloria la tarea de minimizar cualquier demanda ajena al rigor lógico y estético de la obra. Por eso, el periodismo no es para los escritores.
Rodolfo Enrique Fogwill (1941-2010) incluyó estas frases en un artículo publicado por El Observador en enero de 1984. Por amor a la paradoja (fue un Chesterton ateo) y por necesidad de dinero y de espacio (quiso armar un sistema de gustos, con la creación de un canon que incluyera a Laiseca y Perlongher, Bizzio y Viel Temperley), Fogwill hizo caso omiso a su propio dictum y escribió duro y parejo, y concedió largas entrevistas, en una veintena de publicaciones durante tres décadas. La mayoría de esos textos no merecían el olvido.
El editor Francisco Garamona merece un aplauso. Publicó cerca de la mitad de las intervenciones de prensa de Fogwill bajo el título Los libros de la guerra, cuya segunda edición, corregida y aumentada (Mansalva, 414 páginas, 2010), venimos a recomendar aquí con todo el entusiasmo que genera el hecho de haber gozado de una buena lectura.
Del publicista ya sabíamos que era loco o se hacía, que era un polemista feroz con una cultura inmensa y un toque de bufón, un extraordinario narrador (pinche aquí o aquí), un filólogo, y presidiendo todas estas virtudes, un espíritu independiente, es decir un intelectual que optó por distanciarse de la manada para poder pensar. Enseña el volumen que además fue un formidable crítico literario y un egregio artífice de miniensayos, esos relámpagos de lucidez que de tanto en tanto aparecen en el diario o la revista, artefactos modernos que -como dijo Fogwill- no son más que “un papel que hoy transporta opiniones y que mañana envolverá las cáscaras sobrantes de la cocina”.
La calidad de la verba, no obstante, es harto despareja. Como escribió Alejandro Margulis en 1998, el hilo del discurso de Fogwill es tan cambiante que hace falta mucha concentración para seguirlo. ¿Efecto cocaína? El libro incluye cuarenta minutos de una entrevista de ocho horas que Horacio González y otros le hicieron a F. para El Ojo Mocho (1997). El polígrafo salta de un tema a otro a velocidad de Warp 8, escupiendo un magma verbal envolvente, aunque la secuencia lógica se pierda una y otra vez como un hilito de agua sobre el Sahara.
Hay unas diez entrevistas al maestro, casi todas legibles. Hay una vasta conversación con Gustavo Nielsen para mejorarle un cuento, que revela el talento lingüístico de Fogwill, quien debe haber nacido en el Año del Búho, pues tenía uno de los oídos más finos del reino cultural para la poesía y el habla popular. Hay, además, denuestos a la política cultural de Raúl Alfonsín. El libro cierra con atractivas evocaciones de colegas en la sociología o las Bellas Letras.
Insisto. Quizás, lo más original y profundo del tomo sean las comentarios literarios, aunque uno descubre la amarga verdad de que el libre pensador que trituró el sistema mediático de la crítica (una “sociedad de socorros mutuos”, hoy por mí, mañana por ti) no pudo dejar de incurrir en el vicio del amiguismo. Sólo así se entiende que eleve una novela intrascendente -Derrumbe, de Daniel Guebel- a la categoría de mejor libro de 2007. El panegírico sobre la obra de Sergio Bizzio, asimismo, suena exagerado. En cambio, la entronización del colosal Alberto Laiseca es un acto de estricta justicia. Acaso también la defensa de Jorge Asís. Fogwill demuestra, por otra parte, que no carecía de una cualidad borgeana: era capaz de fulminar a un colega con una sola bala. De Ricardo Piglia dijo que era “un absoluto bluff“. A José Pablo Feinmann lo despachó con el doble calificativo de “megalómano ridículo“.
El coleccionista de frases memorables se irá saciado. Fogwill era una máquina de acuñar sentencias. Léase a título de ejemplo:
- “Si algo queda por decir, más vale que se lo diga con obra”.
- "No hay nada en la vida algo más bello que tropezar contra una serie ordenada de buenas ideas, aunque sean de otro”.
- “La crueldad se convierte en virtud si es ejercida para desnudar los valores y reordenar los apetitos. No es cuestión ética, es cosa estética”.
- “La gente de letras no está habituada a críticas que lisa y llanamente expresen lo que el autor opina de los libros”.
- “Hace poco dividíamos a los escritores argentinos entre quienes prefieren parecerse a Aira y quienes no.”
- “La paradoja de León Gieco: solo un tonto le pide a Dios que la guerra no le sea indiferente, por cuanto el trabajo de molestar a Dios es una prueba que no le es indiferente".
- “Promuevo la apuesta de que para pensar, hay que dejar en el placard las ideas de Hollywood, las frases de la Fede y las instrucción de la orga”.
Para concluir, una curiosidad. Los aguijonazos de Fogwill a la orga montonera le caben como anillo al dedo a los Jem‘Hadar de Cristina Fernández, lo que permite intuir que el kirchnerismo es una versión tardía y degradada de aquella “picaresca-populista”. “Esa gente era pragmatista al mango. Y taimada en sus procedimientos, característica fuerte de los montoneros, esa cosa entre comillas “maquiavélica”, usadora“, declaró el literato. Puede colegirse que ambos fracasos pertenecen a la misma familia de pensamiento: “un modelo político de milicia de elite“, que en 1973 o 2011, “construyeron un modelo ficcional de la realidad argentina para consumo, justamente, de esa elite“. Entonces, “elitismo, patoterismo, egolatría, eficientismo militar o militante y desprecio por las rutinas populares” (y las formas republicanas) son las características que los han definido.
Guillermo Belcore
Calificación: Excelente
PD: Era o se hacía. Fogwill admite en la página ciento ocho que “polémicas, exabruptos y consabidos ajustes de cuentas forman parte de nuestras respectivas estrategias de promoción”.
Me pico la curiosidad con tu reseña y tu alta valoración, lo único que lei de Fogwill fue "Los pichiciegos", me costó un montón terminarlo (y eso que es un libro breve) y me pareció soporífero.....tal vez no era el mejor libro para conocerlo.
ResponderEliminarSaludos,
Ignacio.