lunes, 20 de mayo de 2019

Herzog

"Quizás la simple desaparición del dolor sea una gran parte de la felicidad humana"...

 S. Bellow

Hace 55 años, Saul Bellow envió por correo a su editor el original de su novela número seis. No fue una buena idea. Una gavilla asaltó la oficina postal de Chicago y en las sacas robadas se encontraba el texto. Algunas páginas fueron halladas poco después en la basura, otras se perdieron para siempre y Bellow se vio obligado a reescribirlas. En esa época no existía el backup.

La anécdota forma parte del mito en torno a una de las cimas de la literatura estadounidense, que es lo mismo que decir "una de las mejores novelas de todos los tiempos". Aquí venimos a recomendar la lectura de Herzog (1), la obra que convirtió a Bellow en un artista rico y famoso. Se vendieron, en efecto, más de un millón de ejemplares a mitad de los sesenta, a pesar de sus densidades temáticas, conceptuales y psicológicas, y de que algunos críticos resentidos la tacharon de misógina, antijudía, elitista, entre otras barbaridades.

El fatigado lector del siglo XXI debe saber que las quinientas páginas de Herzog encierran tesoros. Hay una cantidad inusual de párrafos memorables que demandan relectura. Hay, también, una interesantísima reflexión sobre la posibilidad (y la conveniencia) de vivir filosóficamente, es decir de acuerdo a "la sabiduría de los viejos libros, devolviendo bien por mal y con una razón creativa".

En rigor, la antinomia fundamental que nos plantea el Premio Nobel de Literatura 1976 en su obra maestra es intelecto vs. practicismo. No, el libro no ha perdido un gramo de vigencia.

El protagonista es doctor en filosofía por la Universidad de Chicago. Quiere hacer lo que pueda para mejorar la especie humana y sueña con convertirse en el Arthur Lovejoy de su generación, es decir en un muy influyente historiador de las ideas. Publicó, no sin éxito, Romanticismo y Cristianismo.

Sin embargo, Moses Elkanah Herzog, 47 años, ha caído bajo una especie de hechizo y escribe, con amarga ira, cartas mentales a todo bicho viviente, e incluso a los muertos como Baruch Spinoza. El catedrático tiene esa absurda afición de transformar sus penas en altas categorías intelectuales. Tiene, además, el corazón destrozado por una traición.

Un amigo íntimo y confidente le robó a Herzog su segunda esposa. Valentín Gersbach, el poeta con pata de palo, yace con Madeleine, "una de esas bellezas que esclavizan a los hombres". Ambos lo dejaron sin dinero y sin su hijita June. Cómo no iba a volverse majareta el profesor. 

Hay que decir que la novela bulle de elementos autobiográficos. Madeleine es Sondra, la segunda esposa de Bellow, quien justamente lo engañaba con un tal Jack Ludwig. La literatura como deliciosa venganza personal, ¡je, je!

SIMBOLISMO

Con su torrente de autoironía y extrañas diatribas, Herzog es, por encima de todo, una novela de ideas. Mario Vargas Llosa (1) ha encontrado un simbolismo en el texto: la descripción de la muerte lenta de la cultura humanista en la civilización industrial moderna. Pero aclara el novelista que reducir la obra a mera alegoría sería hacerle un flaco servicio.

Es también una novela de personajes, amorosamente dibujados. Personajes angustiados, quejosos, fantásticos, medio locos o decididamente neuróticos como el propio ensayista. Todos los que viven están desesperados, sostenía Kierkegaard. Crujientes personalidades, caso Sandor Himmelstein, el abogado tullido; Ramona, la bomba sexual argentina que quiere casarse con nuestro bufón dolido; el psiquiatra Edvig; el investigador científico Lucas Asphalter, entristecido por la muerte de su mono tuberculoso, al que quiso salvar con respiración boca a boca... Y los padres de Herzog, judíos de la baja nobleza rusa que después de años de espantosa pobreza en Montreal lograron salir adelante. Que son los padres de Bellow, por cierto. Los Belo.

La trama pues se urde con fogonazos de memoria. Herzog tiene la aberración de los recuerdos. Entre carta y carta (son operaciones mentales, quiere reducir todo a lenguaje), se va de vacaciones a la casa de una amiga a Vineyard pero se vuelve el mismo día a Nueva York, disfruta una sensual velada con Ramona, visita los tribunales y regresa a Chicago para recuperar a su hija, momento culminante del libro. Naturalmente, todo termina para el demonio.

Así llegamos al final, con la certeza de que la extraordinaria riqueza del texto radica, más que nada, en la sucesión de pensamientos, tan brillantes como inacabados, que Bellow va desgranando sobre la conciencia moderna, el judaísmo, la intelectualidad, la Justicia y la ley, la cultura de masas, entre otros grandes temas. Obliga a leer con un lápiz en la mano. ¡Hay tantos pasajes valiosos para subrayar! 

En el párrafo anterior, dijimos inacabados porque las conjeturas de esta literatura metafísica y trascendente se rigen por una premisa afortunada: la absoluta claridad en las explicaciones (ese viejo sueño del intelecto) es una falsedad. Las construcciones mentales no son más que inútiles tinglados que levantamos frente al sufrimiento, la decepción o la muerte. 

(1) La edición aquí analizada es la de Editorial Destino, de 1976. Traducción Rafael Vázquez Zamora.
(2) "La verdad de las mentiras", Seix Barral.

PD: Tras la lectura de Herzog se recomienda, con toda convicción, ir por la siguiente novela de Bellow, de alguna manera se complementan:
https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2019/03/el-planeta-de-mr-sammler.html

2 comentarios:

  1. Muy muy buena resena Guillermo! Excelente como siempre.

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  2. Querido comentarista:
    He leído con placer y con provecho y con resaltador en mano la novela de Bellow. Con irritación y rabia el comentario de V. Llosa. Creo que este consumidor de exitoina ya era neoliberal antes de que esta plaga asolara el mundo. Herzog no es un "perdedor" sino un hombre sensible que puede contar la historia dolorosa con su segunda mujer sin hacerse pasar por "ganador", como cree ser el peruano. No juega con estas categorías; el idiota latinoamericano sí.
    Total libertad en la lectura, por supuesto. Pero sugiero calurosamente ir a la obra y dejar al costado la lectura envidiosa de algún crítico aunque sea, como en este caso, premio Nobel.

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