miércoles, 6 de noviembre de 2019

El cartógrafo de Lisboa

"Nada procura más paz que la contemplación de un mapa. Qué sencillo, firme, cierto parece el mundo en él". 
"De tanto aguzar la mirada para caligrafiar, a lo largo de tanta costa, nombres minúsculos de puertos o cabos, los cartógrafos sufren alucinaciones que casi siempre son de mujeres desnudas".
Bartolomé Colón

Capturar un hecho histórico trascendente -el descubrimiento de América, digamos- para convertirlo en una novela, desde una perspectiva singular, con una prosa elegante y erudita es una apuesta literaria que este blog siempre aplaudirá. Uno es capaz de perdonarle al osado -Erik Orsenna, por caso- los defectos de su escritura.

La noticia de la primavera porteña no es la vuelta del peronismo al poder, sino la decisión del Grupo Planeta de liquidar existencias del sello Tusquets. Decenas de buenos libros nos gritan desde las mesas de las librerías de saldo, a precios increíbles. Una buena novela, más barata que un pan de manteca.

Así llegamos a El cartógrafo de Lisboa (Tusquets, edición 2012, 328 páginas). El autor, como se dijo, se llama Erik Orsenna (pseudónimo de Eric Arnoult). Nacido en 1947, economista y escritor de profesión, miembro de la Academia Francesa, consejero de Francois Mitterrand, un cuadro eminente del desaparecido Partido Socialista. ¿Todavía no murió el PS? Bueno, los últimos resultados electorales en el hexágono indican que al dinosaurio rojo pálido le queda pocos años de vida.

Orsenna nos lleva a La Española, en 1511. Al final de su existencia, Bartolomé Colón, hermano menor del Gran Almirante y primer gobernador de la isla, se confiesa ante un cura dominico, que tiene su mismo nombre de pila, y se ha impuesto la misión de relatar en un libro la Historia del Gran Descubrimiento para que sirva de lección a los crueles españoles. El fraile se llama Bartolomé de las Casas, de la bondad extrema con los indios al peor salvajismo con los judíos. Lo acompaña un amanuense que toma notas. Escuchan arrobados el nacimiento de la idea y el crecimiento del afán que condujo a los cuatro viajes de Cristóbal Colón a América. El relato del anciano ancla en Lisboa, donde descollaba como cartógrafo, al servicio del Maese Andrea. Allí comenzó todo.

Es una travesía fantástica. En el siglo XV, la a capital de Portugal, es la capital de los Descubrimientos y los prodigios. En las endebles carabelas, llegan todas las semanas portentos de las costas africanas que necesitan ser renombrados en “idioma cristiano“. Los aborígenes desafían a los teólogos. ¿Qué ve en realidad un negro cuando observa a una mujer blanca desnuda? El asunto demanda una investigación del eminentísimo arzobispo. Los audaces se enriquecen: se puede cambiar en Senegal una pulida palangana de latón por cincuenta gramos de oro o tres esclavos. Pero el afán de lucro no es la motivación más poderosa, nos aclara la novela: Soplan vientos de curiosidad.

Quiera Orsenna transmitir un mensaje: las urbes más indulgentes son las que más progresan, pues atraen talentos de aquellas regiones donde cunde la persecución. La intolerancia es mal negocio.


EL NAUFRAGIO Y LA FIEBRE

El 13 de agosto de 1476, Cristóbal Colón naufraga en aguas de Portugal. Tenía 25 años, espesa cabellera rojiza y fama como marino. Se refugia en el taller donde trabaja su hermano (1). Lo ha conquistado una fiebre: navegar hacia Occidente para encontrar una nueva ruta hacia las Indias, saltando de isla en isla. De eso hablan en su taberna favorita de Lisboa: ‘El Loro Taciturno’. Encomienda a Bartolomé, pues, que investigue posibilidades en los libros maravillosos que desvelan a los hombres de su época. Lo envía a Estrasburgo y Lovaina para encontrar el Imago Mundi, que escribió el ex obispo de Cambrai, Pierre D’Ailly. Profundamente francés, Monsieur Orsenna atribuye a esta obra enciclopédica un papel decisivo en el viaje a América.

Uno de los puntos fuertes de la trama es que ha sido trufada con curiosidades, leyendas (¡ah!, la de San Brandan), textos maravillosos y extravagancias. El dato raro hace a la novela entretenida. Verbigracia: ¿Sabían ustedes que antes de ser elegido papa en 1458 (Pío II) Enea Silvio Piccolomini escribió una novela erótica titulada De duobus amantibus?

Ha logrado Monsieur Orsenna transvasar a los personajes de El cartógrafo de Lisboa su bibliofilia, por lo que aparecen una y otra vez referencias eruditas a textos sublimes de la era del nacimiento de la imprenta. Como el Atlas Catalán del judío mallorquino Abraham Cresques; o El libro de las maravillas del mundo de Marco Polo“¡Tengo que conseguir ese libro!”, exclama el gran marino pelirrojo ante su hermano en la página 175. ¿Quién de nosotros no lo ha dicho alguna vez? Qué somos: “No soy más que dos ojos que siguen apasionadamente los renglones"… “Cuando no se tiene agua que surcar con barcos, el único modo de huir es leer”. Pasión por el mar y pasión por la lectura.

La prosa de Orsenna, como se dijo, es elegante y erudita con un toque -sólo un toque- de mediocre naif europeo. Recuerda al Umberto Ecco de las aventuras medievales como Baudolino. La poética del francés es simplona; su necesidad de transmitir un mensaje, urgente. No pudo resistir la tentación de incluir, al final del libro, el repudio convencional a la maldad del colonizador europeo.


UN NIÑO GRANDE


Hasta aquí, si la memoria no me falla, había leído una sola novela que incluyera a Cristóbal Colón como personaje. El arpa y la sombra de -suenen las trompetas- don Alejo Carpentier. ¿Cómo es el gran Almirante de Orsenna, el de los años previos al viaje? Un marino excelente, versado en matemáticas, para el que sólo existía el Oeste. Sediento de saber, “se había encomendado a la tarea de agrandar el mundo visible”. Se creía designado, anunciado en las escrituras clásicas para llevar a cabo los planes de Dios. Bartolomé lo describe así en la página 158:

“Los que no conocen a Cristóbal no saben que siempre fue un niño que amaba, como aman los niños, lo lejano, lo brillante, los trajes y buscaba, como buscan los niños, el amor de su padre y su madre, no ya de Doménico y de Susana, sino de Fernando e Isabel, el rey y la reina”…

Estamos hechos de agua, conjetura Monsieur Orsenna, inspirado acaso por Nietzsche (Somos fuerzas, decía el alemán). Y, como el agua, seguimos nuestra inclinación más fuerte. Hermoso, ¿no?
Guillermo Belcore


Calificación: Bueno


(1) Bajo el reinado de Alfonso V funcionaban 152 talleres de cartografía. La venta de mapas marítimos a extranjeros estaba penada con la pérdida de una oreja.

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