domingo, 15 de diciembre de 2019

La prueba del ácido

"La belleza es una buena razón, para vivir, ¿no?"
Elmer Mendoza
El 11 de diciembre de 2006, el presidente Felipe Calderón declaró la guerra al narcotráfico. México aún discute aquella decisión dramática que elevó hasta la estratósfera la tasa de homicidios y sólo redundó en la hegemonía del Cartel de Sinaloa (¿era ese el propósito inconfesado?). 
"¿Quién puede hacerle la guerra a los cabrones? Lo tienen todo: armas, relaciones, estrategas, espías, dinero, aliados, etc?. ¿Sabes cuantos policías pueden morir? Todos...", reflexionan los personajes de una novela de don Elmer Filemón Mendoza Valenzuela (Sinaloa, 1949), el as de la narcoliteratura mexicana, que aquí venimos a recomendar.
La prueba del ácido (243 páginas) fue entregada a la imprenta en 2010; gracias a la decisión del Grupo Planeta de liquidar las existencias de Tusquets puede encontrarla hoy en las librerías de saldo de Buenos Aires a un precio irrisorio. Vale la pena el esfuerzo de buscarla, si que es usted comparte el gusto por la buena novela policial con abundante efusión de sangre.
En este blog ya hemos elogiado por partida doble a Elmer Mendoza. Su criatura se llama Edgar El Zurdo Mendieta, de la Policía Ministerial del estado de Sinaloa. El detective viste de punta en negro, y a los 43 años juguetea con la idea del suicidio, abrumado por la soledad y por la degradación de su oficio. Trabajar en los feudos de los brutales carteles de las drogas, en efecto, es como hacerlo en el Tercer Reich.
¿Se puede mantener la decencia en el infierno? El Zurdo acepta un sobre de vez en cuando, consiente las torturas a los detenidos para obtener información (la prueba del ácido) y es un protegido de Samantha Valdez (Sandra Beltrán, en la vida real) la reina del Cartel del Pacífico, pero su riqueza es la austeridad, el coraje y la independencia de criterio. Le agrada incomodar a los poderosos.
En esta ocasión, obrará por venganza, acaso el único estímulo que puede acicatear a un escéptico sin remedio. Mayra Cabral de Melo, meretriz brasileña de las que cuestan un ojo de la cara, fue asesinada. El pinche sabandija, incluso, le cortó un pezón. El Zurdo la amaba, como todos aquellos clientes que la conocieron bien. ¿Un narco la escabechó? ¿O fue uno de los políticos o empresarios influyentes de Culiacán, también mafiosos? Hasta las tres últimas páginas no conoceremos al asesino.
El telón de fondo, como se dijo, es la declaración de guerra de México D.F a esa "minoría ridícula" (Calderon dixit) de los narcos. Y la guerra de los cárteles entre sí. Decenas de cadáveres tapizan Culiacán. El padre del presidente de Estados Unidos llega a la zona a cazar patos. Casi lo matan. Por cierto, don Mendoza no se priva del prejuicio y el estereotipo ante sus poderosos vecinos del Norte. "Los gringos no son felices si no están peleando y ya se aburrieron de Medio Oriente", escribió (¡Ja, ja!, le dice el tamal a la olla).
EL HABLA SABROSA
Ingeniero de profesión (como Pynchon, Dostoieski, Primo Levi o Juan Benet) Mendoza se ufana de "haber logrado dar un lugar al lenguaje del estado de Sinaloa" en su veintena de libros (la saga detective Mendieta suma cinco). Es así. La novela desborda de coloquialismos, recoge esa maravillosa propensión del habla mexicana a acuñar apodos y a crear neologismos -vaya paradoja- usando tradición precolombina. Verbigracia: al esbirro se lo llama achichintle y a los guardaespaldas, guaruras. 
El procedimiento, claro, ha generado críticas académicas. En la magnífica revista Letras libres se ha acusado a Mendoza de cierto vicio que Aira denominó folclorismo programático, es decir colorear el texto con un diccionario en la mano, tan artificioso como esos entretenimientos aborígenes que los mercachifles nos infligen a los turistas cuando viajamos al trópico.
El texto, no obstante, tienen musicalidad y gracia. Ha sido bien trabajado. Es ingenioso -aunque arduo, a menudo, para distinguir una voz de otra- el truco de embutir el diálogo en el párrafo, a lo Saramago. Desborda, además, de sensiblerías, a lo telenovela mexicana. Todos lloran a la hetaira asesinada. Mendieta apela a Sandro de América: "Tus labios de rubí, de rojo carmesí...".
Por otra parte, halcones han acusado a Elmer Mendoza de paloma, de minimizar crímenes narcos, como si fuesen una fuerza de la naturaleza amoral, incluso de darle lustre a los hampones. El debate está abierto y nos interpela a los argentinos. 
¿Cuál es la mejor estrategia para enfrentar a ese cruel poder fáctico que ha regresado al querido México a la edad feudal? ¿Guerra sin cuartel o negociar con los malos una administración del delito que permita reducir los niveles de violencia homicida? ¿Deben los militares salir de los cuarteles para afrontar el reto? Francamente, quién esto escribe no lo tiene claro. Ríos de sangre, siguen corriendo. La tasa de asesinatos en México se ha estabilizado este año en 3.000 al mes. ¡Cien asesinatos por día!
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.
Calificación: Bueno

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