viernes, 14 de febrero de 2020

El jesuita y la reina

La cultura dominante -incubada por la hegemonía global de la anglósfera- nunca perderá ocasión de recordarnos los crímenes espantosos de la Iglesia Católica, en especial de la Inquisición española. Pero nada dice de la salvaje intolerancia religiosa de la era isabelina.

En efecto, la Inglaterra moderna -a la que tanto admiramos- se edificó sobre la efusión de sangre y el dolor de millares de creyentes, causados por razones de Estado, por un bestial fanatismo, y por sed de pillaje (trilogía maldita que volvería a surgir con los jacobinos y los bolcheviques). Un libro que el piadoso Evelyn Waugh (1903-1966) entregó a la imprenta en 1935 desea, no obstante, llamar la atención sobre un lado negro de la dinastía Tudor, muy poco conocido. Es que para la cultura de masas han resultado más interesantes las seis esposas de Enrique VII que el uso del Estado para destruir la fe viva durante el reinado Isabel I.

En el afán de agotar la obra del bueno de Waugh (1), este blog viene a recomendar 'El jesuita y la reina' (Del Nuevo Extremo, 275 páginas, edición 1960). Se trata de una biografía novelada del mártir Edmund Campion, manso erudito educado para la vida del púlpito y la sala de la conferencias, al que una era de vigoroso nacionalismo lo condujo al calvario. Dios nos libre de los tiempos tumultuosos que nos fuerzan a tomar partido, que nos impiden forjar una carrera en el mundo sin violentar nuestras intimas convicciones.

Waugh divide la hagiografía en cuatro libros: El erudito, El sacerdote, El héroe y El mártir. En el primero, viajamos al verano (boreal) de 1566 cuando la reina Isabel visitó Oxford durante seis días. Hileras de estudiantes la aplaudían de rodillas, y Campion, a los 26 años, sedujo a la corte con su mejor estilo ciceroniano. Un poderoso del partido protestante lo patrocinó; se abría delante del profesor un promisorio sendero hacia las cimas de una Iglesia Anglicana que necesitaba, desesperadamente, hombres sobrios y bien educados como Campion. Pero el académico se fue a Irlanda primero y luego cruzó el Canal de la Mancha.

Lo recibió con los brazos abiertos en Flandes el colegio inglés de Douai, sitió de reunión de los refugiados católicos de las más variadas condiciones, luego seminario pero no era un lugar seguro. La corona británica hacía raptar y traer desde el extranjero a los disidentes, que luego ejecutaba no sin tormentos, como arrancarles las entrañas frente a la horca. Apelaba a envenenadores profesionales, a cazadores de sacerdotes, a delatores, a la peor gentuza.

En 1573, Campion se dirigió a Roma para ingresar en la Compañía de Jesús. Gobernaba el trono del Pescador Gregorio XIII cuyo calendario fue atacado por los protestantes como un invento del Anticristo y aceptado paulatinamente por todo Occidente en los dos siglos subsiguientes. Ya jesuita, el inglés pasó unos años tranquilos y laboriosos como pedagogo en Brno y Praga, hasta que sintió el llamado del martirio.

Nueve años duró la ausencia de Campion en Inglaterra y durante ese tiempo la posición de los católicos era cada más precaria. Era como vivir bajo el yugo de los turcos, subraya Waugh. Una nueva clase dirigente impuso a sangre y fuego “la supremacía espiritual del Estado“, como, desgraciadamente, tantas veces ha ocurrido en la Historia. 

El sacerdote se las arregló para predicar en la clandestinidad y publicar un manifiesto que quedaría en la Historia (Decem Rationes), pero no tardó el momento de la prueba: finalmente fue atrapado, atormentado en el potro de la Torre de Londres, ahorcado, destripado y descuartizado en 1581, tras uno de esos juicios farsa que popularizarían los totalitarismos del siglo XXI. Murió por una idea, por causas religiosas dado que jamás dejó de reconocer a Isabel I como su reina. 

El populacho siempre es el mismo. “La muchedumbre isabelina disfrutaba con entusiasmo de una ejecución sangrienta y cualquier bandido era el héroe de algunas horas, cualesquiera que fueran sus crímenes”,  escribe el novelista en la página doscientos sesenta y cinco con esa prosa cristalina que lo caracterizaba. Arthur Evelyn St. John Waugh no pudo ver a Campion canonizado por Paulo VI en 1970.
    
En un artículo inacabado de abril de 1949, George Orwell sostenía que el novelista inglés que ha desafiado de manera más evidente a sus contemporáneos es Evelyn Waugh. Aun hoy produce el mismo tonificante efecto. No se me ocurre nada más opuesto al mainstream cultural -y al mismo tiempo sano- que retratar la Fe en Dios y en el Papado como algo concreto e indestructible.
Guillermo Belcore


Calificación: Bueno


(1) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2009/10/un-punado-de-polvo.html

https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2019/12/retorno-brideshead.html

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