jueves, 24 de septiembre de 2020

Crematorio


Una enfermedad aqueja a la narrativa española contemporánea. Se llama opinatis vulgaris. Escritores talentosos o mediocres sienten la compulsión de dar su parecer sobre prácticamente todos los asuntos del universo. La mesa de café volcada a una página. El reino de los batidores de justa.

En esa cinta de Moebius, que puede resultar exasperante, brillan dos estrellas: Javier Marías, en primer lugar. Y Rafael Chirbes (1949-2020), en segundo término, a quien la consagración artística le llego tarde, justamente por sus dos últimas obras. Aquí venimos a elogiar una de ellas (la otra, En la orilla fue cubierta de alabanzas en este blog hace siete años: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2013/10/en-la-orilla.html).

Crematorio (Anagrama, 417 páginas) fue entregada a la imprenta por primera vez en 2007. La novela se sostiene sobre una premisa filosófica enunciada, entre otros pesimistas notables, por Almafuerte y Discepolín: "el mundo fue y será una porquería". Viajamos a la costa levantina, no lejos de Valencia. El Yoknapatawpha-Macondo de Chirbes es el balneario de Misent y vive un boom inmobiliario porque los nuevos ricos de España y de media Europa quieren alegrar sus vacaciones o su jubilación frente al azul cobalto del Mediterráneo y bajo un sol de justicia. Circulan a raudales el dinero sucio, las putas y los estupefacientes. El milagro económico es hueco.

El protagonista es Rubén Bertolomeu, el constructor. En la fase primitiva de acumulación de capital, el empresario de 73 años traficó drogas, sobornó funcionarios y tuvo tratos con mafiosos de Europa del Este, entre otras trapacerías. Acaba de fallecer su hermano Matías de cirrosis, el idealista de la familia, a la manera progre, es decir un farisaico, irresponsable y fatuo. Hippie con OSDE, le decimos en la Argentina, a los que esconden su egoísmo y su superficialidad detrás de "la aventura revolucionaria".

La arquitectura de la novela es exigente. Chirbes, discípulo de Juan Benet, desdeña el procedimiento del punto y aparte, cada capítulo es un párrafo. La legibilidad y la comprensión del texto, no obstante, nunca se ven amenazadas, como era el caso del maestro catalán.

En cada capítulo-parráfo oímos el monólogo interior de una persona distinta. De Rubén, por supuesto; de su esposa trofeo casi cincuenta años más joven; de su antiguo jefe de obra a quien casi lo queman vivo por su metejón con una prostituta rusa; de Silvia, la ingrata hija del empresario, restauradora de arte; del escritor Federico Brouard, incapaz de ganarse la vida con su trabajo, con la salud arruinada, gay y maltratador de mancebos. (se ha creído ver a Chirbes en este personaje); de Yuri, un gangster de Leningrado; de Juan, el esposo de Silvia, crítico y profesor de literatura.

El perspectivismo funciona muy bien. No sólo se reconstruye la vida de Matías en sus tres fases existenciales (comunista, posibilista del PSOE y ecologista-nutrólogo) con "su pegajosa cursilería de izquierda", sino que la trama va pintando un fresco de la España contemporánea, con sus abusos urbanísticos, "el infierno de las urbanizaciones hechas al buen tuntún, el final de la ciudad moderna, el comienzo de la intrascendencia". 

Se ha perdido un estilo de vida en España, al parecer. ¿Es el actual peor que el de antaño que arruinaba a las personas en lugar del medio ambiente? Chirbes recuerda a sus quejosos compatriotas:

"La generación feliz es la única en 2.000 años que no ha conocido en España la guerra... pero se siente profundamente oprimida... hemos vivido una etapa inigualable de progreso y, sin embargo, con demasiada frecuencia no sabemos qué hacer con lo que se nos brinda..." 

La voz de Rubén es la del pragmatismo, la conciencia práctica que se inspira en Montagne: la virtud está en conocer lo que la vida, la sociedad, la historia tiene para ofrecernos. Léase este párrafo sabio:

"...la libertad, aunque no lo creas, se acuesta temprano y duerme sus ocho horas de un tirón. La libertad se conquista teniendo un trabajo que te gusta y que te permita vivir como a ti te gusta..."

La novela, como se ve, está esmaltada con pepitas de sabiduría. Va el hueso de la condición humana, muestra la complejidad del mundo de los sentimientos; el egoísmo de los juicios de valor; las hipocresías cotidianas y la necesidad generalizada de subsistir con muletas, como las rayas de cocaína. 

Seduce el libro también por su forma, en particular por su exuberancia verbal y la inteligente polifonía. Para decirlo en una frase: estamos ante uno de los mejores libros que ha dado España en las dos primeras décadas de este siglo. Qué pena que Chirbes se nos haya ido tan pronto, en la plenitud de sus facultades artísticas.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena

lunes, 14 de septiembre de 2020

La distopía del distanciamiento social

 

Hasta donde uno sabe, no ha aparecido en todo el campo de la filosofía una anatema más convincente contra el aislamiento radical como el que ha elaborado Giorgio Agamben (Roma, 1940). El título lo dice todo: La epidemia como política (Adriana Hidalgo Editora, 117 páginas), una colección de artículos periodísticos, entrevistas e inéditos del profesor heideggeriano en torno a "las gravísimas consecuencias éticas y sociales de la así llamada pandemia". Acaba de salir de imprenta en la Argentina y se trata de una lectura imprescindible. Abre el párpado en la frente, el ojo del cerebro.

En 2020, Agamben vislumbra una convulsión comparable a las del siglo III de nuestra era (Diocleciano y luego Constantino) que desembocaron en el bizantinismo. En la Gran Transformación, la democracia burguesa y liberal -vaticina apesadumbrado- será sustituida por un despotismo tecnológico-sanitario, sostenido por un aparato mediático acorde. Esta forma de barbarie se irá convirtiendo en el más eficaz aparato de control social que Occidente ha conocido, pues las personas voluntariamente acceden a renunciar a libertades que ni siquiera en dictaduras o épocas de guerra habían sido conculcadas.

Lo que un grupo de corajudos intelectuales argentinos bautizó como Infectadura (¿no habría que escribirlo con k?) es para el pensador italiano un experimento social que reduce la vida a una condición puramente biológica, en la que ha perdido no solo toda dimensión social y política, sino hasta humana y afectiva. "Han abolido al prójimo", se lamenta Agamben en uno de sus admirables artículos. Aceptamos hoy de buen grado, "que es necesario suspender la vida, a fin de protegerla". 

Se verifica una creciente tendencia a emplear el estado de excepción como paradigma normal de gobierno, denunciaba Agamben en abril. Y una sociedad que vive en estado de emergencia perpetua no puede ser de ninguna manera una sociedad libre. Vale reflexionar sobre esto.

ANARQUISMO SUAVE

Da la impresión de que Giorgio Agamben, un veneciano de origen armenio, se ha preparado toda su vida para esta momento crucial de la humanidad. Tomó de Michael Foucault el concepto de biopolítica y acuñó la noción de vida desnuda que -según su saber y entender- ahora ha encarnado en la realidad, con una brutalidad y eficacia sin precedentes. No se trataría de una situación transitoria. El distanciamiento social llegó para quedarse, como nuevo principio de organización de la sociedad. Lisa y llanamente vamos a la abolición de todo espacio público en nombre no ya del derecho del ciudadano a la salud, sino de la obligación de no estar enfermo.

Percibe Agamben que los mayores traidores de estos días son los juristas y los obispos. Uno de sus cañonazos impacta en el Vaticano:

"La Iglesia, que haciéndose sierva de la ciencia ya convertida en la verdadera religión de nuestra época, ha abjurado radicalmente de sus principios más esenciales. La Iglesia, bajo un Papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazaba a los leprosos".

En el capítulo Réquiem para estudiantes, el profesor advierte a sus colegas medrosos y cómplices de los Señores de la Política y de Bill Gates:

"Los profesores que aceptan someterse a la nueva dictadura telemática y a impartir sus clases sólo online son el perfecto equivalente de aquellos docentes universitarios que en 1931 juraron fidelidad al régimen fascista".

Un periodista le pregunta a Agamben -"progresista" al fin y al cabo- si no le molesta que sus argumentos sean similares a los de Trump, Bolsonaro y los extremistas alemanes. En primer lugar -responde al insolente- demuestra "hasta qué punto la oposición entre derecha e izquierda se ha vaciado de todo contenido político real". Y en segundo lugar, una "verdad sigue siendo tal, tanto si es dicha por la izquierda como si es enunciada por la derecha. Si un fascista dice que 2 + 2 = 4, esta no es una objeción a la matemática".

Dijimos que Agamben es progresista, ¿verdad? Pero lúcido, alejado del esquema mental de los nac & pop o los neocomunistas argentinos que se postran de hinojos ante dictaduras siniestras como la de Maduro o Castro. El italiano considera que otra de las tragedias intelectuales y morales de Occidente hoy en día es considerar que un Estado totalitario, como China, pueda considerarse como modelo para lidiar con el nuevo corona virus.

En su monumental novela Solenoide, el rumano Mircea Cartarescu establecía que "ningún libro tiene sentido si no es un Evangelio", es decir ""debe ser un mapa, no un paisaje, manantial de agua viva"" que rompa la costra helada del corazón o la mente (¿recuerdan el picahielo de Kafka?). 

La epidemia como política se encuadra en esa categoría volcánica. En nombre de la libertad, el filósofo, el pensador, el hombre de bien debe batallar contra la ciencia, esa nueva religión de nuestro tiempo. Tiene la medicalización de las personas la praxis de un culto, sus Sumos Sacerdotes, sus herejes, su Inquisición, sus trompetas del Apocalipsis y sus pretensiones de infalibilidad. Todos somos pecadores; es decir, contagiados en potencia.

La bioseguridad ("dispositivo de gobierno que resulta de la conjunción entre la nueva religión de la salud y el poder estatal con su estado de excepción") hizo que los enfermos deban morir solos, que Solange Musse no haya podido despedirse de su padre. 

El miedo a perder la vida -insiste Agamben- sólo puede fundar una tiranía, "el monstruoso Leviatán con su espada desenvainada".

Guillermo Belcore

Calificación: Imprescindible

domingo, 6 de septiembre de 2020

La muerte de la tragedia

George Steiner (1930-2020), patrono intelectual de este blog, escribió:  

“No creo que la crítica literaria posea rigor o pruebas. Cuando es sincera es una experiencia privada y apasionada que trata de convencer”.

En La muerte de la tragedia, Steiner convence, persuade, orienta. Obra como maestro de lecturas, esa virtud que ha hecho al viejo profesor apreciado y famoso en los principales centros universitarios de Occidente. Uno se va del ensayo -entregado a la imprenta por primera vez en 1961- con la sensación de que si no leemos al menos una obra importante de Shakespeare, Racine, Schiller, Pushkin, Ibsen, Chejov o Brecht, seremos seres humanos incompletos, mutilados incluso.

El libro explora la evolución de la idea de la tragedia en el teatro europeo desde la Edad Media. Las ramificaciones, como suele ocurrir en Steiner, son sabrosas. Un ejemplo: la influencia de la poesía francesa del siglo XVII en los modos de retórica de la vida pública francesa. Vale decir, hay un nexo entre Pierre Corneille y el general De Gaulle.

Aclaremos algo. Cuando decimos “tragedia” nos referimos a una noción artística y a una visión del hombre que son griegas o isabelinas y se expresan en un escenario con la técnica del verso. Tiene rasgos específicos. Las tragedias terminan mal. El protagonista es destruido por fuerzas que no pueden ser entendidas del todo ni derrotadas por la prudencia racional. Como forma de arte, la tragedia exige la presencia de Dios, hoy -por desgracia- una carga intolerable para el público y el artista. Por eso, no va a volver.

Steiner examina movimientos culturales como el neoclasicismo o el romanticismo, teorías literarias y procedimientos (como el alejandrino) y obra maestras del teatro, algunas no tan célebres como el Woyseck de Büchner. Las citas son profusas y son otro agrado del libro. Vea usted. ¿Quién escribió esta estrofa, amigo lector, Heinrich von Kleist o el Dr. Pedro Cahn?

"Con horrendo paso y enorme voracidad
la peste avanza a trancos por nuestras filas vacilantes
y les exhala de sus labios hinchados
los vapores ponzoñosos que bullen en su seno".

Este ensayo, para redondear, resulta imprescindible para quien guste del teatro y la argumentación crítica de excelencia. Hay un pasaje lateral que me gustaría destacar porque no sólo puede sino también debe aplicarse a la degradada Argentina 2020 (acaso el peor año de nuestras vidas).

Establece el rabí Steiner en la página cincuenta y dos que la retórica política es enemiga mortal del libre albedrío y la razón. Oíd, mortales, su razonamiento elocuente:

“El comportamiento político ya no es espontáneo y no responde a la realidad. Se congela alrededor de un núcleo de retórica inerte. En vez de hacer a la política dudosa y provisional a la manera de Montaigne (quien sabía que los principios sólo son soportables cuando tienen carácter de tentativas), el lenguaje aprisiona a los políticos en la ceguera de las certezas o la ilusión de la justicia. La vida del espíritu es menguada o asfixiada por el peso de su elocuencia. En vez de convertirnos en amos del lenguaje, nos tornamos sus siervos. Tal es la condenación de la política”.

Alguien que se lo acerque a los Presidentes que cultivan con fruición la grieta.
Guillermo Belcore


Calificación: Excelente