Se ha dicho que todas las novelas son de alguna manera —incluso secretamente— autobiográficas (no sólo revelan lo que ha vivido el escritor, sino también lo que ha leído). Pero algunas son más que otras. Como la que aquí venimos a comentar. Un 60% autobiográfica, según el testimonio del autor.
En su madurez creativa y después de 13 años desde su anterior novela, Bret Easton Ellis (Los Angeles, 1964) arroja un desafío al rostro de los lectores y los críticos: adivinen qué es verdad y qué ficción de aquel horripilante otoño boreal de 1981. La nave del tiempo nos lleva a California en el primer tramo de la era imperial de Ronald Reagan. La acción transcurre en el exclusivo colegio secundario Buckley, en las mansiones falso estilo Tudor donde vive la élite vinculada a Hollywood, en carísimos restaurantes de moda y sobre autos de lujo.
El narrador —que es un tal Bret Ellis— declara desde la primera página de Los destrozos (Random House, 674 páginas) su intención de exorcizar demonios. Necesita reconstruir por escrito las cosas espantosas que le sucedieron a él y a sus amigos durante el último año en el instituto. Intentó esa terapia en 1982, 1999, 2006 y 2013, pero no pudo empezar el libro. Debió tomar una distancia de 40 años para lidiar con aquella abundante efusión de sangre e idiotez.
Los hechos nefastos que narra Ellis se conectan con un asesino en serie que operaba por entonces —el Arrastrero— y con la llegada a su curso de un nuevo estudiante, el misterioso Robert Mallory. La mente febril e intoxicada de Bret intenta atar cabos; cree que hay una relación entre ambos o que son la misma persona. Es una cacería demencial y no conviene decir más. El suspenso es una de las virtudes del libro; nos lleva en diligencia veloz hasta la última página, sorteando pesados fragmentos pornográficos -nada más aburrido que el sexo explícito en literatura- o directamente bestiales que pondrán a prueba el estómago del lector.
Hay que reconocer que Brett Ellis ha aprendido algunos trucos del oficio. Muestra destreza para exornar la trama con esos ganchos que mantienen viva nuestra atención.
EL FRESCO
Otra potencia del libro es su condición de mural. Bret Ellis redondeó una minuciosa reconstrucción histórica, en la que describe —mejor dicho "denuncia"— una clase social opulenta, frívola, embotada por las drogas, el alcohol y el consumismo ostentoso. Chicos de 17 años que van al colegio manejando un Porsche 911. Vemos familias adineradas de los Ángeles sumidas en un grado de decadencia e inmoralidad que recuerda a la corte de los Romanov. Ante semejante espectáculo de fin de época, uno no puede dejar de preguntarse cómo ha podido Estados Unidos conservar su estatus de superpotencia hegemónica (¡Son las instituciones, estúpido!).
Y en medio de todo eso, el jovencito Bret, escritor en ciernes, perdido en el laberinto de las pantomimas. Abandonado durante meses por sus padres, sufriendo por no poder declarar su bisexualidad. Claro, eran otros tiempos.
Fiel a su estilo crudamente realista, Bret -el adulto- confirma que no tiene dominio de la metáfora, ni de la poética, ni de la elipsis. Inflige a su público detalladas relaciones sexuales en su mayor parte entre varones, incluso oleadas de lujuria entre un adolescente y un pervertido de cuarenta y pocos años que no duda en seducir al novio de su hija.
Recapitulando. Tenemos aquí burbujas de privilegio, sexo adolescente, drogas a raudales, animales mutilados, chicas secuestradas y desaparecidas, paranoia. Toda la basura expuesta sin ambages. También, un detallado catálogo de las modas y las marcas de los ochenta —otra seña de identidad de la literatura ellisiana—.
Y el escritor como disc jockey. Si el literato tradicional apelaba al recurso de la écfrasis; el postmoderno como Ellis desmenuza canciones y videoclips del crepúsculo del mundo predigital.
Y el cine. Página 42:
"Las películas eran una religión en aquel momento, podían cambiarte, alterar tu percepción, podías levantarte hacia la pantalla y compartir un momento de trascendencia, todas las desilusiones y temores se borraban durante unas horas en aquella iglesia: las películas actuaban en mí como una droga".
Hay que destacar que la ambición de la novela no merece otra cosa que elogios. Párrafos macizos bien trabajados; situaciones poderosas; personajes de carne y hueso; interesantes cameos de celebridades; una estructura narrativa muy competente; el relato se va a tornado atrapante, con un asesino atroz acechando entre la sombras... Todo eso servido con una prosa clarísima que no plantea dificultades.
A LA MODA
La prensa anglosajona ya ha fallado. Los destrozos es la obra maestra de Ellis. Es posible. Pero no se trata del opus magnum de un genio de la literatura. Es una novela de moda. Veamos. En la constelación estadounidense, por arriba de todos, como la estrella solitaria del Norte, brilla Thomas Pynchon. Más abajo, J. Irving, Stephen King y Don Delillo. Descendemos un poco más y encontramos a J. Franzen, J. Ellroy, Joyce Carol Oates y D. Winslow. Bajamos dos o tres escalones más y ahí aparece Bret Easton Ellis.
Una curiosidad. Ya en sus trabajos escolares, -afirma Bret- mostraba una enfermiza propensión hacia los detalles escabrosos, sangrientos, y repulsivos. El Príncipe de las Tinieblas, en su propias palabras, que escribió American Psycho, la obra más revulsiva de la Generación X.
En la página 106, explica su procedimiento favorito:
"Lo mío es contar historias y me gusta adornar un incidente por lo demás mundano, que tal vez tenía dos o tres elementos que hacían que en principio fuese interesante contarlo, pero en realidad no tanto, y añadirle uno o dos detalles que elevan a la anécdota a la categoría de algo legítimamente interesante, que produce risa, sorpresa o impresión Y esto es algo que me sale de forma natural Sencillamente prefiero la versión exagerada".
Claro, esas exageraciones no son para todos los mortales.
Otra curiosidad más. Bret dice que descubrió su vocación literaria con la lectura de una novela de Stephen King: El resplandor.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento Cultura del diario La Prensa.
No leí nada de este autor, las críticas sobre sus libros no terminan de convencerme de leerlo, además de que de por sí la literatura estadounidense me resulta un tanto aburrida.
ResponderEliminarGracias por la reseña.
Saludos,
J.
Qué denso, es como una peli clase b que pasan en el cable.
ResponderEliminarLa gente todavía consume estas cosas?