lunes, 19 de febrero de 2024

Si te dicen que caí


Antes de que un hatajo de franceses ingeniosos y sin talento rebajaran el texto hasta lo insustancial, la novela de la Europa continental era una formidable maquinaria poética y filosófica que aspiraba a explorar el alma del mundo, de una época o de una comunidad, y los pliegues del alma individual. Ambición no faltaba. Incluso se experimentaba con la forma, en una especie literaria que se ha caracterizado, justamente, por su constante mutación, desde que un caballero de triste figura saliera a fatigar los caminos de La Mancha.

Buenas novelas oceánicas se siguen escribiendo, claro está. Allí están Michel Houllebecq y Mircea Cartarescu para atestiguarlo. Pero son cada vez más raras en el Viejo Continente. Ni hablar en la Argentina, donde el compromiso por un proyecto artístico brilla por su ausencia y donde un literato eminente, incluso, ha desarrollado una teoría ad hoc para justificar la novelita infinitesimal -liviana como una pluma- en nombre de "la dicha de la pincelada y de la escena", "de la felicidad del instante". El realismo pesado (en el buen sentido del término), la arquitectura compleja, la profundidad psicológica, la exuberancia verbal parecen fósiles, como el sombrero con plumas de avestruz de la tía Olga o el silencio de esa habitación en que una persona se sienta en su sillón favorito para leer un libro de más quinientas páginas.

Aquellos que aborrecemos la moda de lo fútil y nos gustan los escritores que se toman su papel en serio tenemos todo el pasado por delante, a Dios gracias. Se cumplieron en 2023 cincuenta años desde que Juan Marsé (Barcelona 1933-2020) presentará en un concurso literario de México un manuscrito que a la sazón se convertiría en una obra maestra de la literatura española contemporánea. Leer hoy Si te dicen que caí (Club Bruguera, 290 páginas) es una experiencia extraordinaria y muy placentera, claro, si usted no es un lector con prisas.

AÑOS TREMEBUNDOS


Marsé nos lleva a la Barcelona de 1944 ("el año del trigo argentino"). A una sociedad oprimida por la miseria moral y material, por la arrogancia y la brutalidad de los triunfadores de la guerra civil, y por el rencor de los vencidos. Es un ajuste de cuentas con su infancia; una colección de historias en primera persona, pero desde un yo plural (va alternado las tramas, pero sin aviso tipográfico). El núcleo incandescente es el asesinato de una prostituta rubia, un hecho que lo conmovió de pequeño y que aparece de manera recurrente en su vasta obra.

Los protagonistas son niños y adolescentes. Granujas que sobreviven aprovechando hasta la última migaja. Hace ochenta años, en El Guinardó (barrio desaparecido de Barcelona) se comían gatos y se reciclaban los condones usados, pero -al decir del autor- "nunca volvió a reír la primavera como entonces, nunca". La pandilla se reúne en la trapería de Daniel Javaloyes, Java para los amigotes. Cuentan historias, buscan tesoros entre los escombros y juegan al doctor con huerfanitas.

Java remueve cielo y tierra para encontrar a una furcia roja, Ramona o Aurora Nin, con quien había tenido sexo para complacer a Conrado, un alférez paralítico y mirón. Tiene sus razones secretas para hallarla, además del dinero que le promete una mujer rica deseosa de venganza.

Otro hilo narrativo lo transita la diezmada resistencia anarco-comunista. Son un puñado de perdedores, forjados en cien batallas, viviendo en una clandestinidad sin fin, devenidos en terroristas, atracadores y estafadores. Acecha entre las sombras un peligro para los chicos, el tuerto 'Flecha Negra', "sirviente de la Patria amanecida", con la excusa que recluta voluntarios para los campamentos juveniles de la Falange.

En rigor, todo el libro es una colosal rememoración a partir de la llegada de un cadáver a una sala de autopsias del Hospital. El ayudante de una monja conoce al muerto. O lo conoció hace treinta años, mejor dicho.

LOS AVENTIS


Para tejer los laberintos de la memoria, el novelista catalán emplea un procedimiento muy eficaz: "los aventis" de Sarnita, uno de los perdularios de la barra del Java. Son relatos construidos con desechos por un niño, supuestamente testigo pero que mayormente habla de oídas. Incluye rumores, confidencias, confesiones y ficciones. Hay saltos temporales y el sentido se va armando de a poco. Es una lectura exigente en forma y contenido porque se trata de una obra magnífica. Una segunda lectura de algunos pasajes, incluso, podría ser recomendable. En verdad, al final de la novela el lector se sentirá exhausto pero recompensado. Todos los puntos se unen.

Si te dicen que caí ha envejecido muy bien. Qué envidia. Por cierto, hay una versión cinematográfica de la obra más rica de Juan Marsé. Dicen que la empobrece.
Guillermo Belcore

Calificacion: Excelente

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