Man in full
Serie de seis capítulos de 45 minutos cada uno. País: Estados Unidos. Dirección: Regina King, Tomas Schlamme. Guion: David E. Kelley (basado en la novela de Tom Wolfe). Elenco: Jeff Daniels, Tom Pelphrey, Bill Camp, Aml Ameen, Diane Lane, Lucy Liu, John Michael Hill, Chanté Adams, Sarah Jones, William Jackson Harper. Disponible en Netflix.
Hasta que publicó Bloody Miami a los 82 años, uno bien podía afirmar que la mejor novela que escribió Thomas Kennerly Wolfe Jr. (Richmond 1930-Manhattan 2018) era Todo un hombre, entregada a la imprenta por primera vez en 1998. En esa obra majestuosa, el Balzac de Park Avenue narraba la decadencia de una gloria del fútbol americano devenido en magnate inmobiliario: Charlie Croker es uno de esos personajes tremebundos que, con sus grandezas y miserias, atrapa nuestra imaginación.
Por fortuna, el bueno de Charlie reapareció en la televisión. Netflix acaba de estrenar A Man in Full, una serie de seis capítulos de 45 minutos cada uno, basada en el libro de Wolfe. La adaptación, naturalmente, se toma sus licencias pero es casi tan buena como el original.
El primer agrado es que el personaje principal lo interpreta un peso pesado de Serieslandia (también músico): Jeff Daniels. Es un papel carismático, a su medida. Primero, por las similitudes físicas. Wolfe describía así a Croker :
“¡...Por el amor de Dios, era un bestia, para tener sesenta años! Era un auténtico toro. Tenía el cuello más ancho que la cabeza y tan macizo como un roble… Croker era casi calvo, pero su calvicie es de las que proclaman virilidad, como si de su cuerpo brotara tanta testosterona que se le caía el pelo en la parte superior de su cabeza…”
Hace 69 años, Daniels nacía en Athens, estado de Georgia, por lo que no muestra dificultad alguna para encarnar a un auténtico rústico del Sur, con ese acento tan característico. La acción transcurre en Atlanta: los trapos sucios de la política y de los negocios, y la tensión racial de Dixieland son el telón de fondo de una historia atrapante.
CAIDO EN DESGRACIA
La analepsis comienza con la fiesta de cumpleaños número sesenta de Charlie, en su cuartel general, la torre faraónica Croker Concourse, el gran proyecto de su vida (le llevó quince años terminarlo), que lo obligó a endeudarse hasta las cejas. Todo el mundo va a besarle el anillo, pero es el canto del cine. ¡Pobre Charlie!, él cree que es uno de los promotores inmobiliarios más poderosos al sur de la línea Mason-Dixon, pero la Croker Global Corporation está al borde de la bancarrota y aún no lo sabe.
El segundo gran escenario es una tenebrosa sala de reuniones del PlannersBanc. Una mañana de cristal que se hace añicos es convocado Charlie al banco, sin tener la menor idea de la causa. El empresario les debe ochocientos millones de dólares (y cuatrocientos millones más a otros bancos y compañías de seguro) y se anoticia de que ha llegado el momento fatal de la restitución, se ha atrasado en los pagos. Van por la confiscación o la hipoteca de los bienes tan queridos del magnate: sus empresas, su Gulfstream Cinco, su plantación de doce hectáreas (la segunda más grande de Georgia) con bosques, marismas, caballos de raza y bandadas de codornices para solaz del patrón y sus invitados. Van por su cuello, en realidad. Hay revanchas personales de por medio: Raymond Peepgass (Tom Pelphrey), el neurótico oficial de préstamos, había sido menospreciado por Charlie en su momento.
De ahí hasta el final, vemos los esfuerzos titánicos del arrogante y ególatra shogun (pero también campechano, jovial y paternalista) para salvar su imperio y no perder en proceso la dignidad personal. Hay choques memorables con un tal Harry Zale (Bill Camp), un tiburón de PlannersBanc, ex marine, uno de esos metamorfos con brazos cortos y pecho imponente de luchador profesional. De esto se trata: de la lucha sin cuartel entre gladiadores.
El segundo hilo de la urdimbre narra el calvario de Conrad (Jon Michael Hill), aquí esposo de la secretaria privada de Charlie. El chico pierde los nervios en un incidente de tránsito y termina noqueando a un agente de la ley. La situación es terrible: un joven negro agredió a un policía blanco en la ciudad de Atlanta. El juez que se encarga del caso desea sentar un precedente y Conrad, el estoico, termina en la prisión del Fulton, una especie de infierno sobre la tierra. Se encarga personalmente de su defensa el letrado corporativo de Charlie, el doctor Roger White (Aml Ameen), también afroamericano.
El asesor legal, justamente, es antiguo hermano en la fraternidad Omega Zeta Zeta de Morehause del alcalde de Atlanta, Wesley Dobbs Jordan (William Jackson Harper), una joven estrella de la política. Dobbs le ofrece una tabla de salvación a Charlie a cambio de un truco sucio frente a las cámaras de televisión que aseguraría su reelección como jefe comunal. El señor Croker, el emprendedor que salió de la nada y construyó un imperio, descubre que también tiene escrúpulos, en especial respecto a la imagen que desea transmitir a su hijo Wally, un chico cansado de la vida a los dieciséis años.
SER UN HOMBRE
Hay un cuarto factor de tensión en la trama. Charly está casado en segunda nupcias con un bombón de 28 años llamada Serena (Sarah Jones). Usted sabe cómo es esto: puede que encuentre en su madurez una joven afectuosa pero es sólo para los buenos tiempos. Las dificultades económicas de Croker Corporation y las intrigas de Raymond, el del banco, desatan una guerra entre el empresario y su primera esposa Martha (Diane Lane), la despechada.
Digamos finalmente que la versión simplificada del libro tiene otra virtud: se las arregla para empotrar un juego de ideas que había planteado Mr. Wolfe mediante el estudio de un carácter. ¿Qué significa realmente ser un hombre? ¿Dejar un legado al precio de reventar cabezas ("Soy un mal perdedor y un ganador implacable, al rival hay que aplastarlo para que no vuelva a buscar revancha", se jacta Charlie)? Raymond, el resentido, añade que todos llevamos en nuestro interior "un perro rojo malo y sólo los grandes hombres se atreven a soltar la correa". ¿La vida es sólo una cuestión de virilidad y agallas?
Creemos que la respuesta correcta al dilema existencial la ofrece Conrad, el estoico.
Guillermo Belcore
No hay comentarios:
Publicar un comentario