martes, 29 de enero de 2008

A treinta días del poder


Por Henry Ashby Turner­
Edhasa - Ensayo.­
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Durante un siglo gran parte del pensamiento vivió cautivo del determinismo. Siguiendo a Marx, -que persiguió a Hegel- se creía que los hombres más grandes o más pequeños son agentes confidenciales de esa larga marcha del Espíritu o la Materia hacia la Razón, esa tortuosa senda que llamamos Historia. Felizmente, la libertad recuperó su prestigio. Nada está decidido de antemano. El ascenso de Adolf Hitler no era, de ninguna manera, irrevocable. Acaban de cumplirse 75 años desde la llegada del cabo austríaco al trono de Alemania. La lectura de este libro resulta esclarecedora.
Sentimos, como sentencia el prólogo, la necesidad urgente que nos relaten aquellos tiempos nefastos una y otra vez. Henry Ashby Turner, eminente catedrático de Yale, lo hace de la mejor manera, combinando erudición con amenidad.
El lunes 30 de enero de 1933, un oscuro demagogo de cervecerías -que un mes atrás estaba casi liquidado- fue investido Canciller. Fue el producto del azar y de las maquinaciones de un hatajo de hombres mediocres y sin escrúpulos, emblemáticos de una aristocracia apolillada: el decrépito presidente Paul Von Hindenburg, el incompetente general Kurt Von Scheleicher y el fatuo y retorcido Franz Von Papen. Los tres subestimaron al chacal. Recrearon una de esas situaciones tan frecuentes, en que el destino de la mayoría depende de unos pocos. En tal contexto las miserias personales (envidia, rencor, orgullo, estupidez) urden tremendas consecuencias políticas.
Turner imagina una ucronía. Una República del Weimar que, en lugar del Tercer Reich, hubiera desembocado en una dictadura militar, odiosa, pero no genocida. Adolf Hitler sería mencionado al pasar por los textos y el Holocausto no habría ocurrido. En síntesis, esta obra no sólo es una palpitante crónica de 30 días que cambiaron al mundo. También es un tratado moral con profundas enseñanzas.

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Guillermo Belcore­
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CALIFICACION: Muy Bueno­.

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