sábado, 19 de julio de 2008

Una tormenta sutil

Giles Blunt­

RBA Serie Negra. Novela policial, 319 páginas. Edición 2007.­

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Esta novela policial transcurre en un ambiente tan diferente a la degradada Argentina como las montañas de Neptuno. En el libro se honran los derechos individuales, la autoridad es correcta y respetuosa, un asesinato es un suceso extravagante y algunos policías cultivan ideas de izquierda. El caso se desarrolla, pues, en Canadá, un nación hipercivilizada

El detective John Cardinal es el héroe. Un policía con problemas de conciencia, padre moribundo y esposa maníaco-depresiva. Secundado por una apetitosa compañera, sirve en la pequeña urbe de Algonquin Bay (North Bay, en la vida real), trescientos kilómetros al norte de Toronto, un enclave boscoso donde la naturaleza es todavía una fuerza temible. Las temperaturas son tan bajas en invierno que sólo de imaginarlo da miedo.­

La pareja debe descubrir esta vez al sujeto diabólico que proporcionó un cadáver foráneo al festín de los osos y luego asesinó a una médica destacada de la comunidad. El primer muerto es un ex agente de la CIA vinculado con el terrorismo separatista que incendió Quebec a principios de los años setenta. Intervienen la Real Policía Montada y el servicio de inteligencia de Canadá (¿el más incompetente del mundo?). Perturban la pesquisa la más feroz tormenta de hielo de los últimos cien años y oscuras conexiones políticas.­

El libro fue escrito en 2002. Es la segunda novela de Giles Blunt (1952, Ontario) en la saga del investigador Cardinal, que ya tiene cuatro tomos. La escritura es agradable, aunque sin grandes ambiciones. Se cumple el mandato editorial de enseñarle algo al lector. Esmaltan las páginas el fervor patriótico y el desdén hacia el vecino yanqui. Los personajes son vívidos. No hay escenas sangrientas ni super acción. Se va de manera metódica, sosegada y prolija hacia la verdad. Así son los canadienses.­
Guillermo Belcore­

­Calificación: Bueno­

­Publicado en el Suplemento Cultural del diario La Prensa.­

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PD: Margaret Atwood, ese prodigio, dijo en una entrevista reciente con La Nación que ``a los canadienses les encantan los crímenes misteriosos en ambientes salvajes''. Este libro lo confirma.­

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