lunes, 25 de enero de 2010

George Steiner en Las Violetas

Diario de un lector apasionado XI

Domingo 24 de enero, 5.00 P.M., barrio de Almagro.

Escribió Borges en El libro de arena: “Fue uno de esos días de Buenos Aires en el que el hombre se siente no sólo maltratado y ultrajado por el verano sino hasta envilecido”. La sentencia calza perfecta a esta tarde luminosa de enero. La intención era merendar en la terracita de Baraka pero el calor nos intimidó. Las Violetas, extrañamente, hoy está vacía. Nos quedamos en el vecindario. Café con leche con pancitos saborizados para mí. María de los Angeles, más conservadora, opta por las medialunas. Se nos van los ojos con los María Callas (una selección de las exquisiteces del lugar) que encargan los turistas brasileños. Privilegios del súper real (1,8 por dólar); todo les cuesta la mitad.

Nos acompaña mi maestro, guía ejemplar en el arte del comentario de la literatura comparada. Estoy leyendo George Steiner en The New Yorker, una recopilación de artículos que ha rescatado el Fondo de Cultura Económica. ¡Qué maravilla! Después de saborear el prólogo y el sublime primer texto sobre el traidor Anthony Blunt, anuncio que este libro inaugurará el ranking Recomendados 2010.

La claridad pedagógica de Steiner es formidable. La finura de sus antenas me ha persuadido de que la tarea primordial del crítico es lograr un lenguaje adecuado para transmitir el júbilo que ha experimentado como lector. Nos enseñó también -recuerda el prefacio- que existe una seriedad profunda en las artes, que las jerarquías literarias importan, que el crítico debe ser un recordador de los monumentos del intelecto que no envejecen (la expresión es de Yeats) y que debe mostrarse abierto y generoso incluso con obras que no son de primer orden, resistiéndose con fiereza solamente a libros sin altas ambiciones o claramente concebidos para congraciarse con un público. “El arte -estableció- es un asunto demasiado importante para dejarlo sólo en manos de los artistas”. ¡Qué falta haría un Steiner en la Argentina!

Desde hace décadas una cuestión me intriga. ¿Por qué no surgen ya un Mozart, un Shakespeare o un Miguel Angel? ¿La edad de la comunicación de masas es menos propicia para el genio individual? Qué tema, ¿no? Leo en la página cuarenta y ocho que carecemos de un mecenazgo ilustrado, conservador pero secretamente progresista y con sentido histórico. Como Versalles o la Florencia de los Medicis. El Estado democrático está en otra, como dicen los chicos. Steiner, ese luchador en minoría, se rebela contra la propiedad privada de las grandes obras de arte. Oigan este espléndido discurso:

“La literal desaparición de un Turner o de un Van Gogh en la cámara acorazada de algún banco en Oriente Próximo o América Latina para ser guardado como inversión o garantía, la sardónica decisión de un magnate naval griego de colgar un incomparable Greco en su yate, donde se halla expuesto a un peligro constante, son fenómenos que rozan el vandalismo. ¿Tiene que existir la posesión privada de grandes obras de arte, con todo lo que dicha posesión entraña de riesgo material, de codicia, de exclusión de las corrientes generales de pensamiento y sentimiento? (…) ¿Debe la mera riqueza o la fiebre especuladora del inversor determinar la ubicación, la accesibilidad de unos productos del legado del hombre universales y siempre irremplazables? (…) Ningún investigador, ningún hombre o mujer que desee sanar su alma ante un Rafael o un Matisse tiene que esperar, gorra en mano, a la puerta de la mansión”.

El Medioevo, el Renacimiento y los siglos XVII y XVIII produjeron pintura, música, escultura o motivo arquitectónico para la exhibición pública y el adoctrinamiento, en primer lugar. El mecenazgo eclesial, político o monárquico organizaba la presentación de ese arte a la sociedad entera. La Revolución Mexicana, más acá, prohijó a un Orozco, a un Rivera, a un Siqueiros, básicamente por las mismas razones. ¿Y ahora? Ojalá me equivoque, pero tengo la impresión de que la Argentina despilfarrará la ocasión del Bicentenario para legar alguna sinfonía o escultura trascendente. Los Kirchner y los Macri gustán de financiar los caprichitos estériles de una secta de mediocres. Seguiré leyendo a Steiner.
Guillermo Belcore

6 comentarios:

  1. Interesante comentario. El verano, como cualquier calamidad, es muy social, aunque la teconología yla plata despues, disimulan.

    Creo que la vida es mejor en las violetas.

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  2. Hola:Cualquera podría perfectamente creer que el anónimo arriba no se encuentra en uno de sus mejores momentos...Digo, que mejor que ésta estación para dejarse llevar por los instinto carnales y hecharle culpa al verano.o Acaso no conoce la frase"un amor de verano".Puede ser que la vida sea muy ,agradable en una buena confiteria pero mucho más placentera es después de...El ocio mal pensados leer un buen libro:Yo por ejemplo acabo de leer"Cien Año de Soledad";podría decir desde mi medíocre conocimiento literario que es estupendo!!! LIly

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  3. Estimados anónimos:

    No sé ustedes, pero he aprendido a odiar el verano. ¿Serán los años? Extraño el frío, el efecto reconfortante del café, mis sacos (no soy yo sin saco). ¡No se puede leer con tanto calor!
    G.B.

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  4. odio el verano yo también. y estoy leyendo After Babel bajo el ventilador.

    qué libro!

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  5. Soy el anónimo que empezo el debate.
    Pido disculpas. (me olvide de firmar).
    Yo odio al verano...los amores, y otras cosas (como dice Llily) son mejores con el cuerpo y la mente sin problemas de calores.
    Mi querido Asterion. un saludo a Ud. que sabe que tanto lo quiero....y desde hace tanto tiempo.

    sugerencia: pensar en una reconfortante bebida (COCA COLA ZERO para mi)

    ALEJANDRO (desde Chile)

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  6. -La verdad serìa desleal de mì parte,argumentar,porque me encanta el verano;Si no les confesarà que,les escribo el mismo desde un lugar refrigerado:Disponiendo asì, de todas las posibilidades de"un pequeño burgès... cuanto lo siento por ustedes,pero creo que todavìa falta muchisìmo para que se vaya el verano. LILY

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