martes, 12 de octubre de 2010

Otra historia del formalismo ruso

Pau Sanmartín Ortí
Lengua de trapo. 407 páginas. Edición 2008

“Para dar sensación de vida, para sentir los objetos, para percibir que la piedra es piedra, existe eso que se llama arte. La finalidad del arte es dar una sensación del objeto como visión y no como reconocimiento; los procedimientos del arte son el de la singularización de los objetos, y el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar la dificultad y la duración de la percepción. El acto de percepción es en arte un fin en sí mismo y debe ser prolongado. El arte es un medio de experimentar el devenir del objeto: lo que ya está realizado no interesa para el arte”.
Viktor Sklovski

La revolución bolchevique no sólo asesinó, con bala, frío o hambre, a millones de personas, también destruyó una fascinante escuela de pensamiento que se había propuesto desentrañar las leyes secretas de la literatura. En el campo de la cultura, ocurrió en la Unión Soviética lo mismo que en el de la política. El sistema totalitario se transformó en un embudo que se fue tragando todas las formas de creación intelectual, permitiendo el goteo de una sola fórmula, funcional a la hegemonía absoluta del zar Stalin: el realismo socialista, el cual reguló la imaginación hasta en sus mínimos detalles (se establecía, por ejemplo, que la trama debe progresar en orden lógico evitando las digresiones). Para evitar el Gulag y para mantener la integridad moral, algunos teóricos disidentes debieron inventar la ‘metaironía’, es decir un “acto de habla que disimula el hecho de que se ha realizado un acto de habla irónico”. Este ensayo inspirador da cuenta del auge y liquidación del formalismo ruso.

Pau Sanmartín Ortí es doctor en Teoría de la Literatura. Nació en Valencia y trabaja en universidades de Europa y Estados Unidos. Con este libro, obtuvo el VI Premio de Ensayo Caja de Madrid. Combina el rigor del estudioso con la pasión del hombre que ha abrazado una causa. Víktor Sklovski es su héroe, por lo que sería conveniente que en una segunda edición completara la biografía. El público no especializado se ve obligado a recurrir a la Wikipedia para saber en qué condiciones logró sobrevivir ese gran teórico formalista que fue obligado a abjurar de sus principios. Como Galileo.

El ensayo, no obstante, es de gratísima e instructiva lectura. No puede ser ignorado por aquél que se interese en la crítica de arte. Es un valioso rescate de una vanguardia que durante quince años (1915-1930) aspiró a localizar un principio general aplicable a toda obra literaria, alejando tanto de la filología tradicional como del triunfante marxismo. Su lucidez no ha perdido un gramo de frescura. La troika que según este libro constituyó el corazón del formalismo ruso -Sklovski, Boris Eichenbaum e Iuri Tiniánov- concluyó que la finalidad única de la literatura es promover un efecto estético, que la forma crea el contenido y no al contrario, que no existen escritores individuales sino tan sólo literatura, y que ésta no es otra cosa que una forma privilegiada de conocimiento. Bueno, con toda humildad, es lo que este blog desde hace cuatro años viene tratando de decir.

Así pues, Sanmartín Ortí examina la evolución histórica y las contribuciones teóricas de un puñado de intelectuales clarividentes. El camino de los rusos se centró en el procedimiento, “aunque la descripción del procedimiento es en realidad la descripción de la función estética que cumplen los elementos constructivos de la obra”. Es decir, para el formalismo todos los componentes que entran en juego en una narración son considerados como piezas cuya presencia está motivada por razones exclusivamente funcionales. Conan Doyle, por ejemplo, usa al querido doctor Watson unas veces como narrador, otras como freno de la acción (introduciendo soluciones falsas) y otras como contrapunto dialéctico de Holmes. Desde el punto de vista literario, para un formalista es irrelevante si Conan Doyle quiso criticar el decadente Estado burgués. En época de Stalin, semejante herejía les resultó caro.

En la página doscientos cuarenta y siete, tropecé con una idea extraordinaria. “La unidad de la obra literaria es probablemente un mito”, escribió Sklovski. “Da la impresión de que la obra se crea sola, como si, tras las primeras decisiones creativas, la interacción entre los diversos componentes comenzasen a desarrollar una lógica autónoma que determina las siguientes elecciones”. Es, añado yo, como si la gran obra literaria cobrará vida y se pusiera en el sillón de mando. Fascinante. Esto es lo que ha suscitado entre los formalistas rusos la lectura de un Tolstoi, un Sterne o un Cervantes que son los libros que, en definitiva, no podemos dejar de leer.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

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