sábado, 9 de julio de 2011

Pynchon en el Malvón

Diario de un lector apasionado XX
Serrano 789. Ciudad de Buenos Aires. 12 P.M.

Una doble intención me ha traído al barrio de Villa Crespo. Comprar una bufanda celeste de lana en Belvedere y disfrutar de un brunch en Malvón, otro espacio propicio para abandonarse al goce de la lectura. No vine solo. Me acompaña uno de mis escritores favoritos, Thomas Pynchon, la imaginación más retorcida y caudalosa del planeta.

Malvón recibe a la gente con un mostrador de madera repleto de exquisiteces horneadas que harían entrar en trance a un par de termitas con forma de mujer que conozco bien. Son capaces de todo por un muffin, un brownie o una porción de torta. Y cuando digo todo es todo. Yo, en cambio, milito en el bando de lo salado. Aquí, además de una extraordinaria pastelería, ofrecen una variedad de panes saborizados tan formidable que, si por mí fuera, me quedaría a pernoctar un mes seguido en el local sin sacar la nariz a la calle ni siquiera un segundo. Debo confesar que soy adicto a las hogazas exóticas, sean éstas blancas, negras o grises.

La confitería-restaurante (retró lo llamaría un pedante) apuesta a la ajada y confusa idea de lo posmoderno. Los sillones son cómodos. Elijo una mesita junto a la ventana. Del otro lado del cristal aparece un patio soleado, dicen que de la abuela. Predominan en el salón las mujeres jóvenes y bonitas si es que a usted prefiere las carnes magras (yo no); brillan un par de Macs en el horizonte. Todo el mundo luce el aspecto de no pensar mucho en el dinero, pues lo tiene en abundancia. Puede que mantener una buena figura sea el objetivo promordial de sus vidas, pero quién sabe. Decididamente éste local, con ínfulas de comida neoyorquina, no es de la clase que eligirían los tipos duros de pelar. Para ellos se hicieron las parrillitas de Serrano, cerca de la avenida Córdoba.

Encargó un café con leche, cómo no, con un sanguche de pollo a la plancha, rúcula, tomate y guacamole. Tras pensarlo cinco minutos, me decanto por la focaccia de oliva. Sí, dije guacamole. Aquellas personas de mentalidad roma que piensan que el café con leche sólo puede ser acompañado con medialunas (¡­qué asco!) o, peor aún, con tostadas, es mejor que nunca más vuelvan a leer mis diarios. Estoy decidido a provocarles nauseas.

Concluyo hoy, absolutamente extasiado, una de las sátiras más divertidas y profundas que he me ha tocado leer desde Los viajes de Gulliver. Tusquets -alabado sea ese sello editorial- trajo la penúltima obra de un artista imprescindible (Vicio propio, 422 páginas). Pynchon le toma el pelo a la novela negra. Inventó al detective Larry Doc Sportello, de quien hablé largo y tendido en el blog de Eterna Cadencia (Pinche aquí para enterarse). Larry es hippy, freak y drogón. Sus aventuras provocan carcajadas.

Pynchon, que entre tantas virtudes tiene en el seso la dosis justa de anarquismo y paranoia como para resultar interesante, reivindica al investigador privado como figura contestaria o contracultural, en una época donde predomina la credulidad hacia las supuestas virtudes de la autoridad. Leo en la página 116: "la tele está saturada de mierdosas series de policías, que parecen tipos normales, que sólo quieren hacer su trabajo, gente corriente, que no supone más amenaza para la libertad de nadie que un padre en una sitcom''. Más adelante añade que "la Policía es como la fuerza de gravedad, siempre tira para el mismo lado''. ¿Qué lado? "Nadie puede creer seriamente que viven de su magro salario'', dispara. Y eso en un país medianamente civilizado como Estados Unidos.

Bueno, basta, o me va a caer mal la comida. La reseña de esta novela extraordinaria la publicaré en un par de semanas. A quienes deseen leerla con anticipación y así presumir ante sus amistades, les ofrezco una copia personalizada (dos dólares el email o cinco si se prefiere también el recitado por teléfono). Contactar a la secretaria pizpireta de Doc Sportello, Petunia Leeway.
Guillermo Belcore

7 comentarios:

  1. Qué asco un café con leche y medialunas!?!?!?
    Disculpeme querido GB, pero el asco es ese paladar que el diablo le dió (eso sí, dios le dio el hígado). Si ud. tiene esos gustos raros, no haga alarde!!!!
    Un abrazo, y espero hincarle el diente a la novela de pynchon en realidad, a algo de pynchon...
    P.

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  2. Estimado P.:

    Hoy estuve en la terracita de Sans, Palermo, donde funcionaba el legendario El Taller. Pedí la focaccia de hierbas y oliva, con salmón ahumado, rúcula y queso crema. Qué va a tomar, me preguntó la mesera. Café con leche, le espeté sin rodeos. Me miró como si de la boca me hubieran empezado a salir cucacharas y alacranes. Bueno, ya tiene algo para contarle al marido. El sanguche estuvo bien, pero el café me decepcionó. ¿Qué leía? 'La Gaviota' de Sandor Marai. Maso. El sol del mediodia, espectacular.
    Un abrazo
    G.B.

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  3. Que lindo estar leyendo a Pynchon. Yo estoy por arrancar o con el Arco iris o con Mason y Dixon. No me decido por cual primero aunque por el momento va ganando el arco iris. Sugerencias?
    Abrazo y espero ansioso la crítica.

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  4. Ese concejo se lo seguí hace un tiempo, Contraluz es impresionante. Solo había leído V que tiene unos tintes borgianos y me cautivo, pero Contraluz tiene párrafos perfectos.
    Ahora voy por más con este señor que se merece algo más que el Nobel.
    Abrazo.

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  5. Querido G., el café con leche no estaba bien por la simple razón que lo mezcló con una focaccia con no sé cuántos salados. Hay una cuestión, química, biológoca, hasta me animaría a decir científica y política (K, por supuesto, que son los únicos que la hacen, o eso dicen) en todo esto.
    Y no lea más Marai!!!!!!!!!!!!!!!
    Lea "Bellas artes", de Luis Sagasti
    Un abrazo, P.

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  6. Dos recomendaciones, si algun dia pasas por Villa Gesell en epoca estival:

    - El Viejo Hobbit; recomiendo costillitas de cerdo con salsa de cerveza negra y jenjibre, y (sí) chocolate caliente como bebida.

    - El depto donde paramos; particularmente, pan de dos dias con pate (cuanto mas barato y peligroso, mejor) y dulce de leche. Insospechable, pero su eclectica textura da como resultado el inconfundible sabor de los Fruit Loops (ojo: punto actualmente en debate en mi circulo de amigos).

    Ah, un libro: Los papeles de Aspern, de Henry James.

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