lunes, 12 de noviembre de 2012

La habitación

Andreas Maier

Adriana Hidalgo, Novela, 178 páginas. Edición 2012. Valor aproximado: 75 pesos


La bondad de un hombre puede medirse según el trato que dispense a sus inferiores, a quienes están por debajo de su nivel de poder. Dime qué tipo de dominancia ejerces y te diré que hay realmente en tu corazón. Torturar a un animal o propinar palizas a un débil mental en el patio del colegio cuando se es un chico significa practicar en miniatura lo que más tarde se realizará a lo grande, si los circunstancias así lo permiten, por ejemplo durante una guerra. Auschtwitz, Srebrenica o la ESMA están implícitos en la naturaleza humana. Poquísimas son las personas que no tienden de manera espontánea hacia el sadismo.

Esta lucida reflexión se desprende de una novela breve pero sustanciosa que añade al pueblo de Dios un personaje encantador y memorable: el tío J, idiota de nacimiento, un niño durante toda su existencia, desesperado por pertenecer, que fue perdiendo el hábito diario de bañarse (olía como un establo). Andreas Maier, a quien este blog hace cuatro años había elogiado su anterior obra Kirilov, reconstruye un día en la vida de J, con magníficos saltos en el tiempo hacia atrás y hacia adelante. El destino individual, naturalmente, se superpone al devenir colectivo de la Alemania próspera (por fortuna, la literatura centroeuropea nunca puede prescindir de esta cualidad). La mirada del autor no carece de suave e inteligente nostalgia por el mundo de fines de los sesenta y comienzos de los setenta. Vemos los daños, irreparables quizás, que la civilización del hipermercado y de un-automóvil-para-cada-persona, ha infligido a los alrededores de Fráncfort. Compartimos con Maier, un licenciado en filosofía, una intuición de hombres y mujeres maduros: el progreso (de otra manera hay que llamarlo) implica en gran medida giros en círculos descendentes.

¿Dónde están todos esos objetos adorables de nuestra infancia?, se pregunta el autor desde la habitación que ocupaba cuatro décadas atrás el tío J. Vamos, amigos y amigas, quién no se hizo, alguna vez, la misma pregunta.

Guillermo Belcore
Publicado con variaciones en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa del domingo pasado.

Calificación: Bueno



PD: El señor Maier evoca los autitos Matchbox. Yo también los amé de niños. Me parece increíble, él en Wetterau, yo en Morón, con la misma pasión por un juguete. Somos todos, al fin y al cabo, cosmócratas, ciudadanos del mismo planeta. Recuérdalo cuando intente surgir de ti la despreciable pulsión racista o xenófoba.

PD II: Me encantó esta definición de orgasmo: “la gran nada que despunta en el paraíso por un instante”. 

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