sábado, 18 de enero de 2014

El francotirador paciente

Arturo Pérez Reverte

Novela. Alfaguara, 303 páginas. Edición 2013.

En esta novela se plantea una hipótesis seductora. Quizás el arte por excelencia de la modernidad licuada sea el grafiti. Fugaz, tribal y ácrata, esta suerte de actuación callejera con alardes de autenticidad expresa, de manera exacerbada, el espíritu de una época donde todos los antiguos valores burgueses se han derretido. Como cualquier otro producto postmoderno, el grafiti hoy está ahí y mañana no; y añade un grito solipsista a lo ya creado, con un punto de violencia, incluso. Los grafiteros más radicales dicen que en realidad lo que ellos hacen es guerrilla urbana.

Arturo Pérez Reverte (Cartagena, 1951) imagina un legendario grafitero llamado Sniper, cuya verdadera identidad nadie conoce pero que tiene legiones de discípulos (fanáticos) por toda Europa. Tan ilustre vándalo nació en España (Pérez Reverte es un patriota); el establishment cultural sueña con domesticarlo para subastar sus obras por un dineral. Nadie sabe donde se oculta. Contratada por una poderosa editorial, sale a cazarlo por Madrid, Lisboa, Verona y Nápoles una chica dura, capaz de moler a golpes a una asesina profesional que un magnate español había enviado para liquidar a Sniper, a quien culpa por la muerte de su hijo. Resumiendo, tenemos aquí una novela que hace guiños a la tradición antisistema pero cuyos personajes son figurines absolutamente convencionales. No es el único defecto, por desgracia.


Recordando la magnífica saga del Capitán Alatriste y las trepidantes novelas de guerra (como Trafalgar), uno esta tentado a pensar que la producción de Pérez Reverte viene en caída libre. Está perfecto que apueste a retratar una sección excéntrica de la colmena humana, pero la tendencia al estereotipo, la corrección política, la obsesión por decirlo todo y la prosa árida o grandilocuente terminan ajando una excelente idea. Al libro le faltó audacia; al menos le podría haber añadido giros argumentales (a lo John Irving) que nos mantenga tensos hasta la última página. Sólo el final es interesante. El tedio, pecado imperdonable en literatura, asoma su feo hocico más de una vez.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Regular

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