martes, 26 de enero de 2016

Morir por pensar

"El pensamiento no es una opinión. Un sólo pensamiento puede ser verdadero contra 80 mil opiniones que concuerdan".
Milindapanha

Ilustres disciplinas se besan, copulan, se funden en el noveno volumen de Ultimo reino, la prestigiosa saga híbrida de Pascal Quignard (Verneul-sur-Avre, 1948) que el sello El  cuenco de Plata trajo a la Argentina. El filósofo cultiva la filología. Se regodea en el origen de las palabras (etimología), interpreta el papel de sociólogo e historiador, ensaya una genealogía de la curiosidad intelectual. El retórico juega a ser psicólogo. Todo en torno a un hecho misterioso, mágico,  diferenciador: el acto de pensar.

Treinta y seis capítulos cortos enriquecidos con el saber clásico examinan pues en profundidad la noesis (operación de pensar) y el noema (contenido de pensar). Quignard encuentra las ligazones más insólitas; entrelaza nociones y experiencias, traza parangones entre la voluptuosidad de la meditación y las de la cacería (pensar es olfatear la cosa nueva que surge en el aire circundante) y la excitación genital. El movimiento de pensar, escribió Lucrecio, es la alegría de naturaleza sexual (voluptas), acompañado de temblores que tienen algo de divino (horror).

Hay pasajes sublimes (sub-lime, lo más alto de la montaña antes del alba) como aquellos que narran la muerte de Socrates, el juicio a Apuleyo o la presencia de un daimon (se llamaría silfo) en nuestro bajo vientre,  junto al escroto, que extiende las imágenes que propician las fantasías masturbatorias (la petit morte que deviene de la punta de los dedos también es un producto del acto de pensar).

Hay, asimismo, como en toda meditación francesa párrafos oscuros,  aunque bellamente escritos,  meros juegos de palabras. Francia adora el calembour. No obstante,  tarde o temprano uno termina añorando un sorbo de claridad anglosajona. El éxtasis de la comprensión, al fin y al cabo,  es tan formidable como el éxtasis del lenguaje.

Quignard te advierte: pensar es tan placentero como riesgoso. El que piensa traiciona. Y esta librado a su suerte:

"El que piensa esta en paraíso. De eso no hay duda alguna. Pero en el paraíso está completamente sólo, desnudo, temblando con los dos pies mojados"

En el mejor de los casos, se trata de encontrar un modus vivendi entre pertenencia y extravío; en hallar una casa entre nacionalismo y errancia, conjetura el autor al final del libro. Pero no te hagas ilusiones. Pensar es "a riesgo de perder la estima de los suyos, a riesgo de abandonar el aroma humano, a riesgo de ser expulsado de su ciudad, de ser excomulgado, a morir en la soledad de una pieza de hostería". Pensar se torna una moral. Supone compartir el destino de Baruch Spinoza.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


PD: Llegue a esta obra inspiradora gracias al consejo de una cultísima amiga de Twitter: @Queirosiana. Me lo prescribió como antídoto a mi decrépita anglofilia. He aquí pues la mejor recomedación de 2015.

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