sábado, 17 de marzo de 2018

La marcha Radetzky

"Conservar la dignidad, es lo único que se puede hacer" Joseph  Roth

POR GUILLERMO BELCORE

Se tiene la impresión de que habría sido preferible mil veces para los pueblos de centro y el este de Europa que el Imperio Austrohúngaro no se hubiera desintegrado hace cien años, víctima de la Gran Guerra. Lo que vino después fue infinitamente peor. Una lenta evolución hacia la monarquía parlamentaria donde cada minoría nacional tuviese efectiva representación (y su propio equipo de fútbol) seguramente habría evitado los ríos de sangre que hicieron correr fascistas y bolcheviques desde Trento hasta Lemberg. Los totalitarismos no sólo exterminaron a millones de personas, también destruyeron una de las culturas más fecundas de Occidente.

Es probable que ningún texto haya narrado con tanta belleza y profundidad el ocaso de la dinastía de los Habsburgo que la novela histórica, un poco olvidada, que aquí venimos a rescatar. La marcha Radetzky (*) ha superado airosa el paso del tiempo. Fue entregada a la imprenta en 1932 y aún hoy es una lectura placentera y provechosa para todo aquel que se interese en el tema.


El autor de Radetzkymarsch era un desterrado que consideraba que su única patria había sido el Imperio Austrohúngaro y que siempre escribía en alemán. Moisés Joseph Roth nació en Galitzia en 1894 y murió pobre y enfermo en París en 1939, donde se había refugiado cuando Adolf Hitler tomó el poder. Por algunos años fue el periodista mejor pago de Berlín, por un tiempo militó en el Partido Comunista (se lo conoció como Joseph el Rojo). No obstante, su única influencia seria -escribió Cabrera Infante- fue el alcohol de ciento ochenta grados. En efecto, Roth era un alcohólico incorregible que se consideraba a sí mismo como un "dibujante de las facciones (irregulares) de una época".


No es pedantería. Roth fue un dibujante extraordinario, genial. En su obra maestra esboza con talento cincuenta y cinco años de historia europea, desde la batalla de Solferino (1859) hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914). El hilo dorado son las peripecias de los Trotta, señores de Sipolje por gracia de Su Apostólica Majestad. El viejo Joseph era un teniente esloveno que le salvó la vida al emperador Francisco José en el campo de batalla y fue recompensado con un título nobiliario y una fortuna. De simple campesino a barón. Su hijo ascendió a jefe de distrito en Moravia y se convirtió en modelo de funcionario, la fidelidad en persona. El nieto del héroe de Solferino, aunque militar también, fue un tarambana aficionado a las mujeres casadas, con una crisis de identidad tremenda. La degradación de un Imperio a través de la decadencia de una familia.


AUTOR HEDONICO


La novela fue compuesta en clave de naturalismo tardío, pero con algunos acordes románticos. Roth era también un escritor hedónico. Detalla manjares y placeres de la carne. El adulterio es una presencia constante: "La señora de Taussig era guapa y no era joven"". ¡Qué manera encantadora de comenzar un capítulo! Las bebidas espirituosas también salen reivindicadas, en nombre de la sed del bebedor, "que es sed del alma y del cuerpo como si, de repente, se viera menos que el miope y se oyera menos que el sordo, entonces es preciso tomar inmediatamente, allí donde uno esté, unas copas". ¿Dijimos que Roth era un borrachín, que murió joven sumido en un delírium tremens?

La tesis primordial del libro es que la desintegración de Austria-Hungría era irremediable, pues se sostenía sobre una idea a la que le había llegado la hora de enterrarla con todos los honores: el derecho divino de los reyes a mandar sobre poblaciones diversas. Dos nuevas religiones seculares habían atrapado la imaginación de los pueblos: el nacionalismo y el socialismo. "Revolución, la más infame de todas las palabras" (Trotta dixit) asediaba al águila bicéfala de los Habsburgo como si se tratase de un cuervo hambriento y en las redacciones de "esos cochinos periódicos" se tramaban las ideas modernas. "El mundo en que todavía valía la pena vivir estaba condenado a desaparecer".
 

No oculta el novelón (574 páginas, en la edición de Pocket Edhasa) que, detrás de su espléndida fachada el abigarrado reino (abarcaba 675.936 kilómetros cuadrados) estaba podrido, minado por la miseria, las injusticias y un pesado ceremonial. Para peor, su principal pilar, el Ejército plurinacional, era una institución estúpida, regida por un código de honor pasado de moda y extravagantes disposiciones.

Roth retrató aquella mediocridad inocentona con un manejo formidable de la escena. Los Trotta nos llevan a la Viena imperial ("la ciudad era únicamente una inmensa casa real"); a una plácida capital de provincias; a los confines orientales (la actual Ucrania) donde la aristocracia castrense, aburrida como una ostra, se arruina la vida apostando a la ruleta y a las barajas.
El propio emperador, tan decrépito como atolondrado, es otro personaje memorable. Hay capítulos con una tensión insoportable, como el del duelo en el que murió el bueno del doctor Demant, el que narra la represión militar a los huelguistas de la fábrica de crin, o ese otro en que Trotta (nieto) va a darle el pésame al suboficial Slama por la muerte de su esposa, con quien el teniente se acostaba con regularidad. Digámoslo claro: La marcha Radetzky es Alta Literatura, revelación del naufragio de un mundo que era su mundo.


Como se especuló al principio, resulta interesante pensar que hubiera ocurrido en Europa si cuajaba el sueño del Archiduque Francisco Fernando de crear los Estados Unidos de la Gran Austria con alemanes, checos, croatas, eslovenos, eslovacos, húngaros, rutenos y otros pueblos prosperando en paz. Escribió Roth que "bajo el imperio multinacional de los Habsburgo las minorías se encontraban en una casa amplia". Con los monstruos que sucedieron al bueno de Francisco José, encontraron una tumba.


* "La marcha Radetzky", compuesta por Johan Strauss padre en 1848, era considerada símbolo de la monarquía austríaca (https://www.youtube.com/watch?v=MobMllyybns).


Calificación: Excelente

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