domingo, 26 de junio de 2022

El mentalista


Con un éxito rotundo, la industria editorial ha desarrollado una manufactura ligera que comúnmente se denomina best-seller, pues son los libros que más se venden. Apunta a satisfacer las demandas de esa gran porción del público que abomina de las densidades temáticas y estilísticas, cuyo gusto se ve saciado, por lo general, con una intriga más o menos bien narrada, y si se adereza con melodramas, mejor. El crítico Sergio Crivelli la llama "literatura de supermercado", pues se trataba de su principal canal de venta en el Primer Mundo hasta la llegada del comercio electrónico. Esta columna propone el símil del cinematógrafo: literatura pochoclera.


Desde 2003, cuando entregó a la imprenta La princesa del hielo, la economista Camilla Läckberg (Fjällbacka,, Suecia, 1974) ha prosperado en las estériles mesetas de la literatura pochoclera. Algún ingenioso del marketing, amante de las hiérboles, la ha bautizado como "la reina del policial nórdico", esa cuerda que se ha estirado demasiado desde que Henning Mankell parió al inspector Wallander. 


La señora Läckberg, no obstante, merece respeto. Vendió más de treinta millones de copias en setenta países, y hasta tiene su propia marca de vino. Ahora se ha asociado con el mentalista Henrik Fexeus (Orebro, 1971) para forjar una nueva saga de novela negra: Vincent y Mina. Literatura en colaboración; que Jorge Luis Borges y Bioy Casares los absuelvan en el Parnaso. La primera entrega ha llegado a la Argentina: El mentalista (Planeta, 715 páginas). ¡Cien mil ejemplares la primera edición para la hispanósfera!


EL ESCUADRON SUECO


Mina Dabiri integra en Estocolmo un grupo de elite que se dedica a lidiar con los peores criminales, dirigido por la hija del jefe de Policía. En el escuadrón, por desgracia, no se encuentra el detective Robert Goren sino el erotómano Ruben, el amargado Christer, y el pobre Peder que se muere de sueño porque su esposa tuvo trillizas. Trasmiten, por lo general, la idea de mediocridad.


La unidad se encuentra sumida en el desconcierto. En una caja de madera abandonada en un parque público apareció el cadáver de una joven mujer atravesada por espadas. No hay pistas. La oficial Dabiri -germanófoba a lo Adrian Monk- sugiere contratar, en calidad de asesor externo, al famoso mentalista Vincent Walder para indagar en el mundillo del ilusionismo. Pronto descubrirán que se trata de un asesino en serie con un solo modus operandi: las víctimas mueren -con gran sufrimiento- como consecuencia de trucos de ilusionista fallidos.


La investigación del caso policial -obstaculizada por los estrictos protocolos suecos- es lo mejor del libro. Hay algunos giros interesantes y uno avanza hasta el final ansioso por saber quién (y por qué) perpetra tan espantosos homicidios. Todo lo demás es relleno insulso: la vida privada de Vincent; los defectos y los secretos de los policías; un flashback a Kivibille, 1982. Abundan las sensiblerías, las redundancias y la corrección política (los malos son un grupúsculo ultranacionalista y los periodistas). La sonda psicológica que lanzan Läckberg y Fexeus entre sus caracteres explora tan solo en las profundidades de un dedal.


Ambición no le falta a la obra, pero ojo. La literatura pochoclera tiene sus reglas de acero. La trama debe trozarse en capitulitos, no sea que algún otario se pierda. Otro mandamiento industrial: a cada paso el autor deberá enseñarle algo al lector. Si la Wikipedia hablara, lo haría como los personajes de este libro. En la página 164, por ejemplo, nos enteramos que los seres humanos tienen más dificultad para asimilar la información externa cuando se cruzan de brazos. "Los gestos están tan indisolublemente ligados al pensamiento que de forma automática el cerebro se encierra en sí mismo si tenemos los brazos cruzados", escribió probablemente Fexeus, que se presenta como experto en comportamiento gestual.


En la pagina 513, uno de los investigadores, fastidiado por el embrollo increíble del caso, masculla: "Vivimos en el mundo real y no en una novela policíaca barata, en el mundo real las cosas no son tan complicadas".  Los autores aplican aquí el viejo truco de los anillos de Al Koran (Página 590). Censuran el mismo truco que ofrecen. 


Hasta donde sabemos, nadie ha destruido con más inteligencia está apuesta zonza por la inverosimilitud criminal que Raymond Chandler en El simple acto de matar. Recomendamos con toda convicción la lectura de aquel miniensayo de 1950 que postula la necesidad impostergable del realismo en el género policial.

Guillermo Belcore

Publicada hoy en el Suplemento Cultura de La Prensa.


Calificación: Regular

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