jueves, 17 de noviembre de 2022

El camino blanco


Cuando cayeron los ángeles que se rebelaron contra el Señor, uno de los lugares que se les asignó para el destierro fue la Tierra. Aquí perdieron su belleza y fueron condenados a vagar hasta el fin de los tiempos. Algunos se aparearon con mujeres que procrearon a la raza de los gigantes (los
Nifilim), felizmente exterminada por el pueblo de Israel, dice el Zohar. Otros siguen entre nosotros desviando a la humanidad del camino del alma. Hay ángeles caídos que obran directamente; hay otros que se apoderan de un cuerpo. Pero el Altísimo tiene sus espadas para combatir el mal y reestablecer el equilibrio. Una de ellas es el detective Charlie Parker, el azote de los desviados. Sufre un trastorno parapsicológico, tiene el don de la alteración transitoria de la percepción que le permite descubrir a los agentes de las tinieblas.


Tan fascinante teología es la sal de la magnífica saga Charlie Parker inventada por el irlandés John Connolly (Dublin 1968), pero ambientada en Estados Unidos. Es una literatura más norteamericana que el  pavo de Acción de Gracias, pero rompe el estereotipo de la novela negra con la inclusión del elemento metafísico.


En El camino blanco (Tusquets, 464 páginas, primera edición 2002), cuarta entrega de la saga, Parker se enfrenta a dos criaturas demoníacas. El predicador Aaron Faulkner, que esta a punto de salir de la cárcel por tecnicismos; y al matón Kittim, personificación de todos los odios y los temores de los movimientos racistas militantes.


El enfrentamiento final con Faulkner ata los cabos sueltos de la entrega anterior, por lo que conviene leer primero Perfil Asesino, para que el deleite intelectual y estético sea pleno. Pero les lectores avispados no dejarán de disfrutar The White Road, que incluye también -como es norma en la saga- un enmarañado caso policial, que se hunde en la podredumbre del pasado. En esta ocasión, el pretérito esclavista.


Convocado por un viejo amigo en estado de desesperación, el detective privado cruza la Cortina de Magnolia. De Scarborough (Maine), donde vive con su segunda esposa, Rachel, embarazada, vuela a Charleston (Carolina del Sur). Investigará un asunto que quema las manos. Un joven negro es acusado de asesinar a golpes a su novia blanca, hija de uno de los hombres más ricos del estado. La evidencia lo condena, pero el chico jura por lo más sagrado que es inocente. Parker deberá lidiar con el Ku Klux Klan, con la policía y la mafia local, y con una red de mentiras densa y oscura como las aguas del Aqueronte. ¿Dijimos que los casos difíciles son su especialidad? Y necesita éste "como tener escorpiones dentro de sus zapatos".


La novela urde cuatro o cinco líneas argumentales. Se toma su tiempo para narrar hechos tremendos. Encontrarán los aficionados a la literatura de Connolly un bonus track: un detallado relato del pasado de Angel y Louis, los dos sicarios que trabajan para Parker (y lo honran con su amistad incondicional). La pareja gay está del lado de los buenos, sólo eliminan a la escoria de Satán.


Algo hay que decir siempre del estilo. Connolly, graduado en filología inglesa en Dublin, ha logrado el tono justo del subgénero. La réplica filosa como una katana, la hipérbole, la ironía y el sarcasmo, la crítica social y moral, el tallado estupendo de personajes secundarios son herramientas que maneja con admirable destreza. Qué magnífica evasión es la novela policial, ¿no?

Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno

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