“Si quieres ser liberado de la rueda, persevera”.Precepto budista
En el siglo XIV después de Nuestro Señor Jesucristo, una segunda oleada de peste bubónica exterminó a casi toda la población de las penínsulas más occidentales del Viejo Continente. Tamerlán, prudente, desistió de ocupar el país de los magiares y el país de los francos. Unos pocos cristianos sobrevivieron en Armenia y en Etiopía. Desde entonces, dos grandes polos de poder y cultura se disputan el mundo: China y el Islam. Sólo han escapado a su dominio la Liga India y la Liga Iroquesa en los profundos bosques y planicies del Nuevo Continente (inventaron la mejor forma de gobierno conocida), ambas con el apoyo decisivo de la industriosa diáspora japonesa. El Renacimiento se produjo en Samarkanda. La Ilustración, en Travancore. En el 1333 de la Hégira, comenzó la Primera Guerra Mundial. Se prolongó por sesenta y siete años y segó mil millones de vidas. Pero un mundo mejor surgió entre las ruinas. El patriarcado fue enterrado y los científicos tomaron el control, después de la Conferencia de Isfahán. La humanidad se evitó un Holocausto nuclear. Aunque persiste la miseria más abyecta en Firanja, Africa y los territorios incas, las civilizaciones trabajan codo a codo para resolver problemas económicos y ambientales en la Liga de Todos los Pueblos por la Armonía con la Naturaleza, cuya sede central se estableció en la hiperdesarrollada Birmania.
Tan espléndida ucronía se desarrolla en uno de los mejores libros de ficción especulativa (la expresión “ciencia ficción” es inexacta) que se escribió en nuestro siglo. Tiempos de arroz y sal (Minotauro, 717 páginas) se entregó a la imprenta por primera vez en 2002. Su autor se llama Kim Stanley Robinson (Illinois, 1952), autor de veintidós novelas y un buen número de relatos cortos y ensayos, famoso por la multipremiada Trilogía marciana. En la obra que aquí recomendamos demuestra un talento y una dedicación extraordinarios para la especulación histórica y filosófica, aunque también relumbra como novelista de aventuras. Con una calidad sublime, responde a una conjetura que quizás usted, amigo lector, alguna vez se ha formulado: cómo hubiera evolucionado nuestro planeta sin hegemonía occidental. Dicho de otra forma, cómo sería el mundo sin Europa.
HISTORIA ALTERNATIVA
Tiempos de arroz y sal, pues, explora setecientos años de historia alternativa, un devenir prácticamente sin gente de tez blanca. Enlaza los momentos decisivos de cambio (clinamen, según los antiguos griegos, una presencia fantasmal en el mundo de Robinson) con un eficaz truco nemotécnico: repite estereotipos en distintos escenarios. Los caracteres principales de cada uno de los diez libros en que se divide la novela encarnan las mismas almas (un grupo de amigos tibetanos en su origen) que van reencarnando aquí y allá, y cuyos nombres “terrestres” comienzan siempre con la misma letra. “K” es el rebelde (acción); “B” el creyente (fe); “S” el gobernante corrupto (pereza); “I”, el científico (pensamiento); “P” el vagabundo (humildad); “Z” el guerrero (fuerza) (1).
Estudioso del budismo, Robinson ubica a esa creencia en un lugar decisivo de la trama. Es la fuerza benéfica que impulsa la ciencia y la moralidad, a partir de un principio luminoso: "Si quieres ayudar a los demás, práctica la compasión; si quieres ayudarte a ti mismo, práctica la compasión". También cumple una función como nexo narrativo. Los capítulos concluyen con el paso por el Bardo: el lugar espeluznante donde el Buda imaginó que nuestras almas son juzgadas -tras la evaluación del karma- y enviadas de nuevo a la Tierra (como mineral, planta, animal o ser humano), después de que la Diosa Meng nos obligue a beber la copa del olvido. "Esto quiere decir que debemos volver a intentarlo. Lo intentamos una y otra vez, vida tras vida, hasta que alcanzamos la sabiduría y por fin somos liberados". Y así entramos en el Nirvana.
Robinson narra -entre otras historias- las peripecias de un guerrero mongol (Bold) y de un muchacho negro (Kyu) esclavizados por la dinastía Ming. Conocemos cien años después a Bistami, el teólogo sufi desterrado por el Gran Mogol Akbar hasta el repoblada Al-Ándalus, y de allí acompaña a la sultana Katima en la fundación de ciudades en los territorios de los francos. El almirante Kheim, con sus colosales naves chinas, descubre América por casualidad. Un samurai exiliado en California enseña a los hodenosauníes a fabricar armas para defenderse del imperialismo del Trono del Dragón y de los emiratos árabes occidentales. En Samarkanda, el alquimista Khalid y el matemático tibetano Iwang llegan a conclusiones similares a las de Isaac Newton. El Kerala de Travancore pone fin a cuatrocientos años de dominio otomano de Constantinopla, gracias a su descubrimiento de los barcos de vapor. Bajo la opresión manchú, un matrimonio de sabios -la viuda Kang y el erudito Ibrahim- sientan las bases del feminismo e intentan una síntesis de Confucio con Mahoma, según el modelo sij. Tres oficiales chinos asisten desde las trincheras del corredor de Gansu a la ruptura del frente oriental, ofensiva final de la Larga Guerra con los estados islámicos. En una posguerra signada por la hiperinflación y la pobreza, Idelba y Budur escapan de una harén en Turín y se convierten en dos puntales del movimiento pacifista global... La travesía, bajo la noción del ciclo, es fascinante. Llega hasta el año 2088 después de Cristo.
La prosa de Robinson es simple y directa, aunque varía el estilo de un libro a otro. Se intercalan poemas, letanías, cálculos científicos y pequeños ensayos, que le permiten al autor especular sobre cuestiones trascendentes de nuestro mundo. Por ejemplo, la causalidad de la historia. ¿Pueden trazarse leyes o es un ejercicio divertido aunque fútil como buscar formas de animales en las nubes?
Para redondear, es ésta una novela fecunda en ideas. Por ejemplo, muy interesante resulta la reflexión sobre las simpatías del islamismo con el extremismo físico. Robinson lo atribuye a la arabización, al fin y al cabo las ideas son consecuencia de su lugar de origen y es éste monoteísmo tardío del desierto, radicalizado por sus clérigos. La adopción del árabe como segunda lengua de los pueblos islámicos habría desencadenado consecuencias nefastas, por cuanto esos feligreses no tienen los pies sobre la tierra: "...su comportamiento está con bastante frecuencia dirigido por el pensamiento abstracto, un pensamiento que flota solo en el vacío del espacio del lenguaje. El islamista necesita al mundo...".
Finalmente, transcribimos una certera meditación sobre la penosa marcha en este Valle de Lágrimas:
"...hasta que el número de vidas plenas no supere el de las vidas destrozadas estaremos atrapados en una especie de prehistoria, indigna del gran espíritu de la humanidad. La historia digna de ser contada comenzará únicamente cuando las vidas plenas excedan en número a las vidas desperdiciadas. Esto significa que nos quedan muchas generaciones antes de que comience la historia".
Guillermo Belcore
(1) https://www.kimstanleyrobinson.info
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