viernes, 19 de diciembre de 2008

El misterio Levrero

Moscardón imaginario III

Extasiado, aún bajo el efecto hipnótico de La novela luminosa y aprovechando los últimos días de vacaciones, tuve la fortuna de concurrir a la presentación de la obra póstuma de Mario Levrero en la librería Eterna Cadencia.

Fue el jueves pasado, en formato de charla abierta entre Luis Chitarroni y Damián Tabarovsky, dos intelectuales que tienen el don de la amenidad. La concurrencia fue menor a la esperada: que se embromen los fatuos que se perdieron una experiencia muy placentera, no sólo en términos intelectuales. En la crónica de Patricio Zunini se habla de “un ambiente de intimidad y proximidad muy agradable” (http://www.eternacadencia.wordpress.com/). Creo que la descripción es correctísima. El merito de todo esto es del editor Pablo Braun. Doy fe que es una de las personas que más conoce sobre Levrero en la Argentina, sino la que más.

Chitarroni resaltó el “sigilo” del ilustre uruguayo, lo asoció con Kafka y Proust, hilvanó los vocablos “postergaciones” y “microscopías”, mencionó “el bello peso de la tradición costumbrista”. Disparó también un cañonazo genial: Levrero es la antítesis perfecta de Eduardo Galeano.

Tabarovsky admiró la relación fecunda entre neurosis y literatura en la novela de marras (Levrero, tengo para mí, es otro tributario genial de Italo Svevo, un Zeno Cosini rioplatense que ha escrito: “mi rol social es de loco”). Al final, el sociólogo dejó en el aire una pregunta muy interesante: por qué Buenos Aires, en cierto sentido tan similar a Montevideo, no ha sido capaz de engendrar un talento semejante. En este punto quisiera detenerme.

La primera respuesta que se me ocurre es la más obvia. El genio es algo misterioso que aparece allí donde puede. Siempre me ha intrigado porqué la Historia permite que florezca cada tanto la excelencia en un segmento geográfico y temporal muy reducido. Estoy pensando en la Atenas de Pericles, la Florencia renacentista, la España del Siglo de Oro, la Argentina de Mitre, Sarmiento y Hernández, el rock y el pop de los setenta y los ochenta. Lo más común son las largos períodos de sequía creativa, como ocurre desde hace largo tiempo con la novela argentina. ¿Será posible unir a Filisberto Hernández, Onetti y Levrero en una línea excepcional de las letras latinoamericanas? ¿Habrá una continuidad de influencias positivas que en algún punto se corta, vaya uno a saber porqué? Es evidente que no es lo mismo inspirarse en Filisberto o en el creador de Juntacadáveres, que escribir bajo la sombra de César Aira.

Es por eso, supongo, que el narcisismo de La novela luminosa no resulta fastidioso y vano como el de tantos plumíferos argentinos. Es todo lo contrario. En nuestra patria, el exhibicionismo del yo es una verdadera plaga; en la plenitud narrativa de Levrero es un elemento funcional que vuelve interesante los asuntos más triviales.

Tabarovsky, aunque no con estos términos, también se refirió a la elusiva erótica del libro de Levrero. ¿Qué es lo que lo torna tan cautivante? ¿Cuáles son sus procedimientos, las técnicas que lo elevan al Parnaso de la gran literatura? Intentaré hacer un punteo.

La erótica

a) La prosa: Fresca, expresiva, plagada de expresiones coloquiales. Es una lectura fácil y gratificante.

b) La originalidad: Es una novela sobre la imposibilidad de escribir una novela. Hay un diario de 450 páginas, más cuatro capítulos de La novela luminosa propiamente dicha, más una suerte de cuento corto sobre un asunto que no tiene mucha relación con todo lo demás, pero se lee con provecho y agrado.

c) Las técnicas de complicidad: He sentido que Levrero me hablaba a mí y he me identificado una y otra vez con el protagonista. Soy, debo confesarlo, un hipocondríaco, un fulano que adora las nuevas tecnologías pero tiene algunos problemas para aprovecharlas, un dependiente de las mujeres, un sujeto a menudo intratable en lucha permanente con aquello que percibo como bajeza y ordinariez. En fin, cómo no me iba a gustar.

d) Sabiduría: La novela contiene decenas de reflexiones brillantes sobre los más variados temas. Son, como he escrito en un comentario anterior, flores magníficas que aparecen en la espesura. Me encantaron, por ejemplo, los sensatos comentarios sobre la música sinfónica, la burocracia estatal, la opera (yo también la detesto, o al menos no la entiendo), las malas artes de la prostitución, la vida de los insectos (al parecer, las hormigas también son individualistas y viciosas), la adicción que provoca la lectura.

e) Espiritualidad: Este es, creo, el aspecto más relevante. Levrero demuestra un talento inusitado para transmitir experiencias espirituales muy intensas. La clave del libro es la desintegración de su vínculo amoroso con la Chica Lista. Pero también me conmovieron sus conexiones familiares, su relación con lo religioso y con los semejantes en general. Si no entendí mal, la novela propone en la segunda parte una nueva forma de comunicarnos con el mundo: la experiencia sublime, una dimensión que no tenemos en cuenta, una forma de percepción de la realidad que abre la puerta a lo luminoso. Es decir, vivir experiencias que amplíen el campo de la conciencia. Aun la contemplación extasiada de los trabajos de una avispa nos permite transitar ese sendero.

f) Contexto: El telon de fondo de la obra es un Montevideo de pesadilla, estropeada por el populismo de izquierdas y la decadencia cívica. Levrero es otro “profeta del asco”, como diría Quintín con inigualable ingenio.

g) Intertextualidad (si es ésta la palabra correcta): Levrero no sólo es un gran crítico literario, sino que hay una tirantez, un nerviosismo entre el autor y los críticos. Me da la impresión que buscó incluso influir en el público más preparado. Por ahí insinúa que le gustaría que lo comparen con Bukowski. Por allá, reivindica a escritores que han sido repudiados por el establishment de las letras como Somerset Maugham o Rosa Chacel. Textual de Levrero: “una novela no es para ser entendida”.

Me cansé de escribir. Al fin y al cabo, sigo de vacaciones. Estoy seguro que hay mil argumentos más a favor de la novela postuma de Levrero. La vieja cosechera, como diría el Indio Solari, lo encontró en su plenitud narrativa. Todos los hombres mueren jóvenes, sentenció Stevenson. En este caso, es una verdad irrefutable.
Guillermo Belcore

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