lunes, 28 de septiembre de 2009

La conspiración

Huéspedes I

He recibido una cordial misiva del profesor Hernán Bergara de la Universidad Nacional de la Patagonia. Ofrece a los lectores de este blog una reseña sobre un ensayo muy interesante que acaba de ser publicado. Tras constatar que el texto tiene el nivel de rigurosidad que me exijo diariamente, he decidido abrir una nueva sección: Huéspedes.

Entiendo que sumar en este espacio otras perspectivas es un paso de siete leguas. Me angustia no contar con más tiempo para leer (dos o tres libros por semana es mi techo, a veces menos). Necesito pues ayuda para seguir enriqueciendo un blog que me ha permitido atesorar –y soy muy feliz por ello- nuevos amigos.

Me he planteado muchas veces la fantasía de convertir La Biblioteca de Asterión en una revista online. Revista literaria a secas o cultural en el sentido más amplio de término, comprometida con la calidad, de esas que brillan por su ausencia en la Argentina y no abundan en el mundo hispano. Intuyo que la generosa colaboración del profesor Bergara es el segundo paso hacia ese sueño.
G.B.

La conspiración: ensayos sobre el complot en la literatura argentina
Pablo Besarón
Editorial Simurg. Ensayo sobre literatura. Edición 2009.

Una ontología conspirativa parece haberse alojado, como una comunidad de hormigas, bajo el suelo de toda la ficción en la Argentina. Desde la Generación del 37 hasta las maquinaciones de Roberto Arlt y la irónica piedad borgiana que simula hablar seriamente de fenómenos, las líneas echadas por los dos siglos de una relación entre literatura y Estado son cicatrices, heridas disimuladas en la superficie, de una conspiración crónica. Esta imagen constituye acaso la apuesta más desafiante del ensayo de Pablo Besarón. Y, en efecto, no es él el dueño de esta hipótesis: la escritura, en Occidente, comienza con un mito análogo e incluso más radical: el de Thorum y Thot en el Fedro de Platón. En él, el primero juzga de “sospechosa” la propia invención de la escritura por parte del dios Thot. A partir de este episodio mítico, que Besarón utiliza como tácitamente estructurante, comienza a fundarse un recorrido que arriesga la existencia de una “gramática” general de la conspiración en la literatura argentina.

Una gramática de la conspiración. El Facundo, entonces, es, aquí, elemento insoslayable de un proyecto político de representación del régimen de Juan Manuel de Rosas como intrínsecamente conspirador. La poética de Sarmiento, pero también la de Mármol y la de Esteban Echeverría, responden, para Besarón, a la categoría de “lector paranoico”. Un lector que persigue, en todo momento, signos de una gramática política del complot en la que las pruebas contra el Estado conspirador se rigen, en ocasiones, por una lógica maniquea (es el caso de Echeverría), o bien perseguidora e inquisidora (es el caso de Mármol) o bien en formas de analogías, sinécdoques y metonimias (es el caso de Sarmiento) que desembocan en una forma de contrapoder a través de la representación de Rosas como la figura política y social del retraso, de la barbarie. Por supuesto: como en el cuadro de Escher de 1948, Manos dibujando, los planes de Sarmiento, Mármol o Echeverría acusan conspiración trabajando precisamente en complot. El Plan de operaciones, de Mariano Moreno, sin embargo, posiciona a Besarón cerca de Ricardo Piglia en una hipótesis según la cual es ante todo el Estado la primera ficción en complot: “…los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice.” (Moreno, citado en Besarón, “Mariano Moreno, el primer conspirador”).

Pero un elemento sin dudas hábil del libro consiste en hacer el seguimiento de la literatura argentina en dos siglos sin dejar de ver las distintas formas de la conspiración, en lo que subyace una pregunta por demás atractiva: ¿de qué modos se reubican las formas del complot y de lo conspirador en la literatura argentina? Inevitable, entonces, captar cómo de esta primera pregunta surge otra, de igual importancia: ¿qué modificaciones se han producido, en las formas sociales y políticas del siglo XX, para que las formas de concebir la conspiración en la literatura, por ejemplo las de Arlt o incluso las de Macedonio Fernández, sean diferentes respecto de las del siglo XIX?

El contrapoder
Las preguntas, al mismo tiempo, marcan una insistencia: no existe literatura argentina (en última instancia) canónica que no sea una forma de contrapoder. Un contracomplot al complot que intrínsecamente constituye al Estado. De este modo, y por primera vez, aparece una suerte de desmantelamiento de oposiciones tradicionales como Florida/Boedo, Borges/Walsh, Contorno/Sur, etc. Y de esta manera, también, es precisamente el siglo XX el que marca, en el ensayo, esta provocadora insistencia. En él, la literatura argentina practica en efecto de otros modos, pero nunca postergándolos, la problemática de la conspiración y del complot. Desde la forma clásica en Arlt, mediante la cual se opta por “construir una sociedad secreta para tomar el poder” (en Besarón, en “Arlt: Ficción, política y conspiración”) hasta la idea de la conspiración para la destitución de ciertas formas. Vanguardia y complot, entonces, será una de las preocupaciones más enfáticamente subrayadas en lo que a la obra de Macedonio Fernández concierna.
La búsqueda política de una estética en la que el lector se desembarace del concepto de linealidad y de obediencia debida al libro-tótem es trabajada, aunque muy en otros términos, en la obra de Borges, en la que se postula a la realidad como “…el producto de una ficción construida por conjurados.” (En Besarón, “La conspiración, o cómo se construye una ficción”).

Asoma, finalmente, un gesto crítico final: se pone entre signos de interrogación la afirmación de Piglia según la cual la ficción verdaderamente crítica está “…un paso delante de los delirios y las maquinaciones siniestras del Estado” (Piglia, en Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, de Alberto Laiseca), y ambos delirios y maquinaciones no pueden pensarse por separado. Besarón sabe, en definitiva, que restar contundencia a las hipótesis de Ricardo Piglia es, las más de las veces, encontrarse con un problema de envergadura. Ante uno de ellos estamos en este ensayo, y por esta vía.
Hernán Bergara

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