domingo, 24 de abril de 2011

Con la esperanza entre los dientes

John Berger
Alfaguara. Ensayo de política y arte, 159 páginas


"El terrorismo es la guerra de los pobres y la guerra es el terrorismo de los ricos"
Peter Ustinov

John Berger (Londres, 1926) es una voz esencial del siglo XX. Sí, del siglo pasado, pues su mentalidad es un producto típico de la era filosa que concluyó en 1991 con la estrepitosa caída del Muro de Berlín. Concibe al arte como una militancia urgente y cáustica, pero al contrario de tantos nac & pop de la Argentina nunca se le ocurrió sacrificar la belleza en el altar del compromiso político. Lo corrobora este puñado de artículos periodísticos publicados antes de 2005 en el diario La Jornada de México. La expresión de Berger sigue siendo preciosa.


Hay pues en el libro una poética admirable y una prodigiosa energía, que se manifiesta, por ejemplo, en las odas a los desesperados que no se rinden, a quienes los vencedores temen. Véase este párrafo exquisito en brechiano tardío:


“Escribo de noche, pero no sólo veo la tiranía. Si así fuera, probablemente no tendría el valor de continuar escribiendo. Veo a la gente dormir, agitarse, levantarse a beber agua, susurrar sus proyectos o sus miedos, hacer el amor, rezar, cocinar algo mientras el resto de la familia duerme, en Bagdad y en Chicago. (Sí, veo también a los siempre invencibles kurdos, cuatro mil de ellos gaseados por Saddam Hussein con la complacencia de Estados Unidos). Veo a los reposteros que laboran en Teherán y a los pastores durmiendo al lado de sus borregos en Cerdeña -la gente pensaba que eran bandidos-. Veo a un hombre en el barrio Friedrischhain en Berlín que se sienta en pijama con una botella de cerveza a leer a Heidegger -tiene las manos de un proletario-. Veo a una barca de inmigrantes ilegales arribando a la costa española cerca de Alicante. Veo a una madre en Malí, se llama Aya, que significa Nacida en Viernes, arrullando a su bebé para que duerma. Veo las ruinas de Kabul y a un hombre que va camino a casa y sé que, pese al dolor, el ingenio de los sobrevivientes sigue intacto, un ingenio que recoge y acopia energía: en la incesante entereza de ese ingenio hay un valor espiritual (algo parecido al Espíritu Santo), esta noche estoy convencido de ello, aunque no se bien por qué”.


Berger retrata al poeta turco Nazim Hikmet, al escultor madrileño Juan Muñoz y a Pier Paolo Pasolini. Explora el verdadero significado del 11-S y de la guerra al terrorismo. Define la invasión de Bush a Irak como “una guerra emprendida para demostrarle al mundo fragmentado pero global qué son la conmoción y el espanto”. La evocación de su visita a Ramala nos persuade de la justicia de la causa palestina, incluso de la necesidad del martirio. Percibe algo que no había captado antes en la obra de Francis Bacon. Elogia la vida de los pobres y sentencia, no sin un punto de exageración, que atravesamos el caos más tiránico -pues es el más penetrante- que alguna vez haya existido. Ofrece una elocuente reivindicación del erotismo y el orgasmo.


Berger es duro y punzante como una estaca, aunque a veces la sensiblería y la ira opacan su resuelta lucidez. "Sí, entre otras muchas cosas, sigo siendo marxista", se ufana. Pero concibe esa ideología acerada como una “visión interdisciplinaria que une los campos”. Y postula que hoy “las alianzas urgentes en asuntos específicos sustituyen los programas de largo plazo”. Interesante.

Guillermo Belcore

Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

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