Irène Nemirovsky
Novela, 221 páginas. Salamandra. Edición 2011
Se ha establecido que esta novela es la más autobiográfica de Irène Némirovsky, ese exquisito rayo de luz que los nazis (malditos sean todos ellos) apagaron antes de que cumpliera cuarenta años, y que los franceses, después de haberla entregado a sus verdugos, rescataron del olvido y premiaron post mórtem. El destino le había enseñado a la escritora -el lector llega a concluir- que todas las casas burguesas están corrompidas con la presencia de mujeres adulteras, niños infelices y padres atareados que sólo piensan en ganar dinero. Conclusión lógica cuando se tiene la desdicha de haber recibido una madre proveniente de la podrida aristocracia rusa a la que horrorizaba el cuidado de la hija y de la casa, y cuya necesidad voluptuosa de un amor plagado de peligros la satisfizo con un gigoló quince años más joven. ¿Y que puede decirse del padre de Irène? Un patán judío obsesionado por el mecanismo de la ganancia y los juegos de azar.
He aquí entonces una reflexión despareja aunque encantadora, sobre el amor filial y la raza de los apasionados, es decir, esos seres dotados de una llama, de un patético ardor que suelen perpetrar el crimen de "traer hijos al mundo y no darles una pizca, unas migajas de amor''.
La trama narra -en estilo chejoviano tardío- la degradación de una familia primero, la consumación de una venganza, al final. La arquitectura es sencillísima; empero los cambios de decorado son frenéticos: Ucrania, San Petersburgo, la bucólica Finlandia, París, la Costa Azul. Pasan muchas cosas. El vendaval de la revolución bolchevique -esa plaga- desgarra a los personajes, tallados con honda sensibilidad. El libro no carece de atractivos e incluso en sus flojeras (los estereotipos, el melodrama, la hipérbole) resulta atractivo, particularmente la descripción de una institución del pasado que ha desaparecido no estoy seguro si para bien: la del amante de la esposa aceptado por el padre de familia, un cornudo conciente. El libro trasluce, además, una suerte de turbia y triste poesía, que es el producto de una verdad con bordes afilados: nunca nadie perdona una infancia destrozada.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
¡Oba que legal!
ResponderEliminarJa mesmo estou decendo para á livraria, adoro essa escritora!,vou levarla de viagem conmigo ao Perú.
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