Antonio Tabucchi
Anagrama. Novela, 182 páginas. Edición 1995
Sostiene este blog que refugiarse en un clásico mientras afuera diluvia mediocridad es la decisión más inteligente. Hasta que el adocenamiento escampe, tenemos los libros usados, las reimpresiones, aquellas novelas que se han ganado un lugar irremplazable en los nobles anaqueles ubicados en el fondo de las librerías comerciales. Sostiene Pereyra es una de esas joyas talismánicas que contrastan con (y nos protegen de) la vulgaridad circundante.Sostiene Mario Vargas Llosa que Antonio Tabucchi (1943-2012) escribió una “perfecta fábula de la libertad y una de las pocas novelas morales laicas del siglo XX que perdurarán”. Es verdad, el contenido es trascendente, pero la forma no le va a la zaga. La belleza de la prosa (límpida y austera como agua de manantial), la erudición clásica, los recursos retóricos, la acertada composición de los personajes (todos de carne y hueso), la sucesión de intensas escenas dramáticas redondean una obra que nada cuesta definir como perfecta, si la perfección en lugar de un ideal fuese un objetivo al alcance de la mano. En todo caso, se trata de una novela imposible de olvidar, de aquellas que piden a gritos relectura. Y consagratoria para el autor, para el querido profesor de Siena, acaso el italiano que mejor conocía al poeta Pessoa.
Sostiene el gran crítico español Ignacio Echeverría que si el libro habla de política, la crítica debe, indefectiblemente, hablar de política. Recojo el guante; creo haber dejado sentado ya la excelencia estética de la obra (a mí, como ustedes saben, me interesa casi siempre hablar de eficacia estética, cuestión de gustos). La novela nos lleva al Portugal de 1938, gobernado por una brutal dictadura derechista, aliada de Franco y simpatizante de Mussolini y la Alemania nazi. Lisboa apesta a muerte; toda Europa, en rigor, despide ese hedor nauseabundo. Nuestro héroe es el señor Pereira. Obeso, gris, entrado en años, sufre del corazón. Vive solo; le habla al retrato de su esposa muerta. Trabaja como editor de la página de cultura de un diario amigo del Estado corporativista; nunca se metió en política, traduce cuentos franceses del siglo XIX. Contrata a un chico para que haga necrológicas anticipadas, pero son impublicables por el sesgo izquierdista. El muchacho es un disidente, un “pobre romántico sin futuro”, y va convirtiéndose en el hijo que el señor Pereira nunca tuvo. Ante la maldad pura y dura, con el ropaje del terrorismo de Estado, el amable y dulce periodista se ve obligado a comprometerse. Una elección machaza.
Sostenía Sartre que hay un hecho relevante en nuestra vida, uno solo, que nos salva o nos condena. Ante el abismo demostramos de qué madera, en realidad, estamos fabricados. Obramos en condición de libertad, acaso por única vez en lo que nos toca de existencia. Bueno, el señor Pereira enfrenta a la tiranía salazarista con la frente bien alta y los principios firmes. Sostiene la novela de Tabucchi una probabilidad herética (desde el punto de vista del cristianismo) y convincente: hay en nuestro interior una confederación de almas, somos legión de personalidades. Un yo hegemónico las gobierna, pero no siempre es el mismo. Es nuestra obligación ir mutando el yo, conforme a las exigencias de la ética. Interesante. Pero me gustaría plantear una objeción a la moral de los principios.
Sostengo que el amigo o la amiga que aún no haya conocido a esta obra maestra, es mejor que se levante ahora y se vaya. Voy a revelar el desenlace, mejor dicho voy a plantear un final alternativo. Se nos dice que, mediante un ardid, Pereira logra burlar la férrea censura del régimen: publica en el diario donde trabaja la crónica indignada del homicidio de su protegido Monteiro Rossi. Y parte para el exilio. Ha realizado su Gran Acto y todos nos sentimos reconfortados por su coraje cívico. Cumplió con su obligación. El periodista tiene el deber de buscar y divulgar la verdad. Noticia ( es la mejor definición que conozco) consiste en todo aquello que el poder prefiere que se ignore.
Pero Tabucchi pudo haber alargado la resolución de la novela. Pudo haber narrado las consecuencias en Lisboa de la intrepidez del señor Pereira. Furioso, el régimen malvado de Antonio de Oliveira Salazar dispone el cierre del diario. Cien familias se hunden en la indigencia. No es tan grave, dirán algunos, un medio colaboracionista no merece sino fenecer. Está bien. Avancemos un paso más. La policía secreta secuestra al jefe de taller que permitió la publicación del volcánico artículo (engañado por Pereira). Después de torturarlo con saña durante días, el pobre hombre delata a gente vagamente izquierdista que conoce o escucho nombrar. El Gran Acto en Libertad del Periodista que se refugió en Francia se salda con cinco muertos. ¿Obró bien, al fin y al cabo? ¿La resistencia a la opresión política es un deber supremo? Juro que no lo sé, pero me siento tentado de reivindicar lo que Weber llamaba la moral de la responsabilidad. “La historia es una bestia que no se puede domesticar“, sentencia esta novela extraordinaria.
Entre otras maldades, el 2012 se nos ha llevado a Antonio Tabucchi. Nos ha dejado un legado inagotable.
Guillermo Belcore
Calificación: Excelente
PD: La relectura y el comentario de ciertos clásicos ha sido uno de los objetivos que, felizmente, he podido cumplir en 2012. Ultima reseña del año. Que las diosas Dicha y Prosperidad besen los labios de los amigos y amigas de este blog. Que 2013 nos traiga a todos gozosas novelas y sublimes cuentos y poesías.