El moscardón imaginario XLIII
Hasta dónde yo sé, que Alberto Laiseca es uno de los más escritores más importantes de la Argentina lo ha proclamado
sólo Omar Genovese, lo cual demuestra tanto la perspicacia del autor de Norep como la ignorancia que define no sólo a la Academía sino también a la intelectualidad argentina en su conjunto. Cunde la pereza. Hablemos en serio, ¿cuántos críticos domingueros o revisteriles, cuántos blogueros de pacotilla, están dispuestos al esfuerzo de leer las setecientas ochenta y ocho páginas de El jardín de las máquinas parlantes, extraordinaria novela del bigotón rosarino? Es ésta una evaluación parcial, pues a la fecha he leído sólo cien páginas de una libro reimpreso el año pasado por el sello Gárgola Ediciones que, de alguna u otra manera, incluye a Lezama Lima, Arlt y Pynchon en su catedralicia factura, enorme erudición y barroquismo tardío. ¿Se trata acaso de la obra cumbre del realismo delirante, versión criolla? Arriesgaré una conjetura más adelante, cuando concluya la novela.
En los primeros seis capítulos, he encontrado -entre otras maravillas- una teoría literaria que no puedo sino aprovechar para mis fines de crítica estética. Laiseca advierte que el “arte modernoso” (fast book argentino, prefiero el concepto de Becerra) está sufriendo un proceso de implosión. Copio de la página 73 y añado comentarios entre paréntesis:
“Cada fragmento de arte modernoso, es una partícula de esa estrella neutrónica, devoradora de luz, que terminará por tragarse al planeta“… (¿el planeta literario?, pregunto yo)… Implosión sí, con reducción de masa (novelitas intrascendentes de menos de 200 pág.) y una fabulosa liberación de energía (en las redes sociales). La palabra ’liberación’, por supuesto, debe entenderse en el sentido entrópico de la palabra; vale decir: es energía que se pierde irreversiblemente, que jamás será recuperada por ningún sistema, ya, aunque las cosas cambiaran. Tal arte neutrónico posee una terrible y perversa gravedad, que curva el espacio-tiempo en sus proximidades y, también, por supuesto, desvía de sus trayectorias a todo rayo de luz que cometiese el error de aproximársele demasiado. Ahora bien, ¿cómo no aproximarse si vivimos en el mismo Universo? ¿Cómo evitarlo? A estas cosas no las digo jamás. Una polémica en el arte genera tanto odio -parece mentira pero igual se puede entender por qué- como una polémica política“.
Literatura de implosión, arte neutrónico, son hermosas metáforas para describir la esterilidad de buena parte de la producción novelística argentina, condenada por una suerte de pacto tácito (o explícito) entre escribidores haraganes y convencionales, editores mezquinos, y críticos medrosos que aplauden cualquier porquería, sin pensar en la trascendencia del arte. Sociedad de socorros mutuos, la llamaba Fogwill. Yo soy de la vieja escuela. Las novelas que ovaciono son las ambiciosas, las de Aira, Correa Luna, Saer, Catania, o Laiseca.
Guillermo Belcore
Irene Nemirovsky
Salamandra, Novela 158 páginas. Edición 2014.
A los 23 años, Irene Nemirovsky (1903-1942) publicó esta novela en la revista Les Oeuvres Libres. Es decir, no es el fruto de un talento maduro, sino las primeras armas de una narradora muy talentosa que su país de adopción ha redescubierto por casualidad seis décadas más tarde, después de haberla entregado en vida al matadero nazi. Esa mácula infame jamás será borrada del rostro de una Francia que ahora elogia hasta la ñoñería a Nemirovsky, e incluso le entrega premios a título póstumo. Eso se llama “cargo de conciencia“.
El malentendido alude al cúmulo de desencuentros, mezquindades y confusiones que suelen estragar las relaciones de pareja no demasiado firmes. En este caso, un amorío clandestino. Yves Harteloup nació en cuna de oro, pero la Gran Guerra devoró su fortuna. Se gana la vida en una oficina que detesta. Nunca llega a fin de mes, pues dilapida su salario en fruslerías de aristócrata. Conoce durante unas vacaciones en Hendaya, a Denise, esposa joven y aburrida de otro ex veterano de guerra, ahora riquísimo industrial. No tardan Yves y Denise en enamorarse. Tampoco en convertir el vínculo en una pesada carga para uno y otro, por una sarta de equívocos.
Resulta imposible ubicar esta novela en el anaquel de la Alta Literatura, aunque no deja de ser gozosa la lectura si es que uno es de esas personas que puede soportar a pie firme el romanticismo fácil, una tempestad en un tubo de ensayo. Hay algo de Chejov o de Thomas Mann en esta precoz Nemirovsky. Hay un mundo burgués, con su clase ociosa, que se está yendo a pique en el tumultuoso comienzo del siglo XX. Hay un intento de forjar una poética del adulterio, y de explorar la psiquis de una persona neurótica, e incluso de esclarecer la complejidad de los sentimientos. El libro tiene encanto, el encanto de las fotografías color sepia, de la ropa blanca con olor a lavanda, de esa venerable institución francesa conocida como amante.
Guillermo Belcore
Calificación: Buena
PD: He terminado aficionándome a los libros de Nemirovsky. No exigen gran concentración y la prosa no carece de belleza. Es como tomarse un helado. En este blog se comentan cuatro obras de Irene:
- http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2012/07/el-vino-de-la-soledad.html
- http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2011/09/los-perros-y-los-lobos.html
- http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2009/08/un-nino-prodigio.html
- http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2010/06/el-caso-kurilov.html
Sarah Cohen-Scali
Seix Barral. Novela, 421 páginas
¿Puede un adulto justipreciar una obra dirigida a los jóvenes? Quizás no. La ingesta de este libro provoca cierto malestar; desagrado ante un fenómeno típico de nuestra época: el rebajamiento. ¿En qué consiste? En el esfuerzo por rebajar los temas arduos y complejos para que lleguen a ser comprendidos hasta por el más zoquete militante de la masa. La tendencia proviene del marketing y fue gozosamente asimilada por los grandes medios de comunicación. Ha terminado por contaminar a la literatura. En el fondo es un asunto de filisteísmo.
La francesa Sarah Cohen-Scali, autora de una veintena de libros infantiles, propone una novela de aventuras sobre el nacionalsocialismo. Oímos la voz de un niño, Konrad von Kebsernol, apodado Max, “el espécimen más perfecto que existe, creado según los deseos del Reichfuhrer Heinrich Himmler“. Sus peripecias se basan en hechos reales: aluden al programa Lebensborn, diseñado por los nazis para poblar con súbditos ciento por ciento de raza aria los territorios alemanes y aquellos otros conquistados en Europa oriental. Casi 20 mil bebes fueron concebidos para ese infame objetivo. La novela también relata, y con lujo de detalles, el rapto de chicos polacos para ser “germanizados” (fueron miles), entre otros episodios de la Segunda Guerra Mundial.
Puede que lo más valioso del libro sea lo que se mencionaba en el párrafo anterior: la minuciosa y fidedigna información que trasmite. Hay un juego repetido: la tensión entre la obsesión nazi (¿prusiana?) de medir, controlar y encausarlo todo, y el desorden de la vida humana. La prosa es plana y sin belleza como una meseta desértica. Todo se ha sacrificado a la legibilidad. Vale aclarar que la señora Cohen-Scali de ninguna manera ha intentado minimizar los aberrantes crímenes perpetrados por el Tercer Reich, pero su público -como se dijo- es el conjunto que engloba a los más inexpertos lectores. Sólo a ellos se le puede recomendar esta novela.Guillermo Belcore
Calificación: Regular
G.K. Chesterton
Prometeo Libros. Ensayo sobre literatura y arte. Edición 2012.
Hace poco más de un siglo, la Home University Library encargó este libro bellísimo a uno de los intelectuales más sofisticados y excéntricos de su época. Hace un par de años, el sello argentino Prometeo (una de mis librerías de referencia) lo rescató del olvido. Lo bien que hicieron.
Decía G. K. Chesterton que “lo más cerca que un hombre honesto puede estar de eso llamado ‘imparcialidad’ es confesar que es parcial“. Por eso, debo aclarar que quien esto escribe no es neutral. Para mí, Chesterton lo hizo todo bien. Es una pena que se recuerde al sabio en tanto personaje y se lo lea poco. Fue un polemista formidable, un crítico de arte sagaz, un hacedor de parábolas (Pinche aquí), un teólogo al voleo, un decidor de verdades pero fue -por encima de cualquier otra denominación- un extraordinario poeta. Aquí queda absolutamente demostrado. Su capacidad para forjar una metáfora sorprendente, su espléndida dicción y la destreza con que hace girar un párrafo para que el remate sea una paradoja que por un par de segundos nos deja con la boca abierta no tiene parangones. Así como la sorna es la seña de identidad que caracteriza a la mayoría de los comentaristas dominicales de la Argentina (¿no se dan cuenta que escriben todos igual?), la paradoja es el ornamento por excelencia de la prosa chestertoniana y de la de tantos otros nombres eminentes de su época. La cultivaron con el mismo fervor con los ingleses se entretienen en su jardín.
Censura Chesterton a esa “escuela de críticos que sostiene que cada artista debe ser tratado como un artesano solitario, indiferente a la comunidad y despreocupado de los asuntos morales”. Antes bien, a nuestro hombre le preocupan la ética, las mentalidades (doctrinas más sentimientos morales) y las concepciones religiosas de los escritores del período victoriano, que iría desde Maucalay hasta Kipling, a quien vislumbra como una lamentable clausura “imperialista” (ya volveré sobre el punto). No significa esto que el creador del Padre Brown desdeñe las apreciaciones estéticas. Lo que ocurre es que donde más se siente a gusto es en el análisis del tono moral de una era. Obviamente, despelleja a sus adversarios intelectuales. Oscar Wilde y los estetas son “una masa de desatino cuajado”, por ejemplo. Y utiliza el nombre de los grandes escritores como si fuese trompetas: Dickens, Carlyle, Ruskin, Arnold, Thackeray, George Elliot, las hermanas Bronte, Jane Austen, Tennyson, Swinburne, Henry James, Bernard Shaw, H.G. Wells, entre otros. El recorrido es magnífico. ¿Hace falta recordarlo? La crítica así plasmada es literatura en su sentido más elevado.
Hay otro agrado. El libro está repleto de ideas sugerentes. Chesterton no pierde oportunidad de provocar una polémica. Su distinción entre progreso y perfeccionamiento del hombre no ha perdido un gramo de vigencia (Pinche aquí). Sostiene que, a diferencia de Francia, el espíritu de rebelión en Inglaterra adoptó una forma completamente literaria. Define a la novela “como el arte de la comprensión de las diferencias humanas”. Establece que la historia de Europa occidental sólo contó con dos grandes entusiasmos positivos: el cristianismo y la Revolución Francesa. Y vaticina (¡en 1912!) que la civilización se encamina hacia una catástrofe y acaso las obras de Wilde (excepto ’La balada de la cárcel de Reading‘) y de Kipling sean sus heraldos. Cifra en 1870 (el año de la victoria alemana en Sedán y de la muerte de Dickens) el comienzo del debilitamiento de las ideas liberales. Percibe un cambio de rumbo terrible y abrupto de la mente racionalista en la dirección del poder arbitrario. Aún estamos en ese trance, querido Gilbert Keith.Guillermo Belcore
Calificación: Excelente
Max Hastings
Crítica. Ensayo de historia, 691 páginas. Edición 2014
No es cierto que la Primera Guerra Mundial se precipitó por efecto del fervor nacionalista de las masas. Antes bien, fue por las decisiones de grupos muy reducidos en el seno de siete gobiernos, entre ellos el Estado Mayor del Ejército alemán. Es un mito que todas las potencias sean igualmente responsables. Los principales agentes del Apocalipsis fueron Viena y Berlín. Tampoco es verdad que Europa haya recibido la catástrofe con los brazos abiertos. La gente reflexiva estaba horrorizada.
Conclusiones como las del primer párrafo ofrece Max Hastings en una obra monumental, de amena y adictiva lectura, rebosante de datos, anécdotas y testimonios provenientes de todas las clases sociales. El ensayo revisa un año de historia europea. Hace cien años se desarrollaba la fase inicial del conflicto crucial del siglo XX. Crucial porque sin la I Guerra Mundial seguramente no hubieran llegado nunca al poder los bolcheviques y Adolf Hitler, entre otras calamidades que ha sufrido la humanidad.
Sir Hastings juega limpio. Su punto de vista es el del escepticismo crítico, uno de los más sanos para un erudito. No oculta la incompetencia, irresponsabilidad, engreimiento, corrupción provocada por el poder de todos los protagonistas del drama, incluso de sus compatriotas. La vileza del jefe de la Fuerza Expedicionaria Británica, por ejemplo, resulta asombrosa.
Junto a la vasta estupidez de las castas gobernantes, el historiador otorga una importancia decisiva a las ideas que moldeaban la época. Ideas demenciales. Se creía que la guerra de razas era inevitable (germanidad vs. eslavidad). O que el conflicto armado es una salida aceptable para las tensiones políticas o sociales. Dicho de otra manera, estaba ampliamente aceptado que una política externa firme y expansionista era la cura para las enfermedades nacionales, como el socialismo. Y qué decir del hecho de que los estadistas permitieron en 1914 que los generales se abrieran paso hasta el centro del escenario. Resultado: Diez millones de muertos y el Gotterdamerung del viejo orden burgués. Guillermo BelcorePublicado este fin de semana en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Muy bueno
En el universo de las series, brilla un estrella del sur. Justified se titula y relata las andanzas del marshall Rayland Givens (Timothy Olyphant), otro personaje memorable de la televisión. Usa sombrero de cowboy y es el más rápido y mejor tirador del Servicio de Aguaciles de Estados Unidos. Tiene algo de los personajes de John Wayne en su andar y coraje; y de Philip Marlowe en su enorme sentido del honor y su vida austera. Es un hombre decente, pero si lo provocas deberás atenerte a las consecuencias. Su ira es terrible y su puntería infalible. La conciencia no lo atormenta. Sufre mal de amores y su único lujo es el bourbon y un automóvil caro. No lee pero disfruta de la música country. Siempre tiene una respuesta inteligente o divertida en los labios. Trabaja en el tercer mundo de Norteamérica, es decir en el interior del estado de Kentucky. Fue minero en sus años mozos y ahora el Tío Sam le paga por buscar fugitivos pero razones de índole personal lo han forzado a desbaratar otras actividades delictivas, sobre en todo su condado natal, Harlan (menos de 2.000 habitantes) a un salivazo de distancia de Virginia. Es un hoyo de atraso, racismo y desesperación, infestado de nazis obesos, campesinos palurdos y funcionarios corruptos. El propio padre de Raylan -Arlo Givens- es un matón de poca monta, golpeador de mujeres y niños.
Justified va por su quinta temporada, con gran éxito del público y la crítica (9.1 puntos en el Metacritic). Y me he estado preguntando qué diablos la hace irresistible. Encontré ocho razones cuanto menos para quedarme hasta a la madrugada engullendo tres o cuatro capítulos a la vez (¡Oh Netflix, extraordinario invento!):
1) El factor E.L.
El personaje Rayland Givens, por cierto, aparece en tres obras de uno de los mejores escritores de Estados Unidos: Elmore Leonard (1925-2013). El marshall, no obstante, se independizó y levantó vuelo en la televisión, pero el autor de Rum Punch era uno de los productores ejecutivos de ‘Justified’ hasta su muerte. La serie están infestada de maravillosos personajes leonardianos: hombres débiles o enloquecidos, que van demasiado lejos empujados por una debilidad o por las circunstancias. Pocas veces se ha pintado en la televisión semejante galería de perdedores, miembros de lo que los estadounidenses acomodados llaman white trash.
2) Dixieland:
Recomiendo con toda convicción ver la serie en idioma original con subtítulos. El acento hillbilly, las sílabas alargadas, los modismos forman parte del encanto. Uno de los aspectos más fascinantes de Estados Unidos, como se sabe, son la vívidas subculturas, cada una con su idiosincracia bien definida. Aquí estamos en Dixieland, es decir en el sur blanco y pobre de la región de los Apalaches, con su bluegrass, los mineros, el culto a las armas, el whisky destilado en el fondo de la casa, el odio al yankee, y los clanes familiares que van legando de generación en generación los negocios turbios y las enemistades.
3) Los villanos:
Bo Crowler (Mike Gainey), patriarca de uno de los clanes dominantes de Harlan, sale de la cárcel para rehacer su miserable imperio criminal. Mags Bennett (Margo Martindale recibió un Emmy por este papel), domina junto a sus tres hijos (¡uno de ellos es el sheriff!) la producción y tráfico de marihuana en el condado. Robert Quarles (Neal McDonough), exiliado por la mafia de Detroit al fin del mundo, es decir, a Kentucky. Ellstin Limehouse (Mykelti Williamson), capo de la comunidad negra del valle de Noble's Holler. Los cuatro (la lista continúa) atrapan nuestra imaginación, como en su momento lo hicieron el Guason, el Pingüino y el Acertijo.
4) Las motivaciones:
La codicia es el principal motor de la conducta de los descarriados que se cruzan en el camino de Rayland, cuyo desdén por el dinero contrasta con la actitud generalizada de su comunidad, sin excluir al viejo Arlo Givens. Hay sheriffs, guardiacárceles y policías corruptos. Hay prostitutas en el colmo de su desgradación, que son usadas en una elección para ofrecer una mamada a cambio de un voto. Hay delincuentes de cuarta, con el cerebro quemado por las drogas, bestias rubias peligrosísimas, que se parecen a los malvivientes de nuestro conurbano bonaerense que día tras día asesinan en ocasión en robo. Rayland considera que el mundo estaría mucho mejor si cada uno de estos depredadores recibe una bala en la cabeza.
5) El héroe:
Obviamente, el atormentado Rayland Givens es el plato principal de la serie. Quién no se siente interpelado por un Angel vengador que, a su manera terrible, restablezca los equilibrios en este valle de lágrimas. La tensa relación con la bellísima Winona (Natalie Zea), la ex esposa, es un atractivo adicional. Por cierto, la actuación de Tim Olyphant es perfecta, un papel a su medida. ¿Qué pulsión primitiva y nefasta de nuestra personalidad satisface Rayland cada vez que apreta el gatillo?
6) El género:
Justified, justificado, la violencia justificada, es un Western en pleno siglo XXI, con trazos de policial negro, muy negro.
7) El antagonista (pero no tanto):
Boyd Crowler (Walton Goggins), amigo-enemigo de Rayland desde la infancia, va evolucionando, otro gran acierto del guión. De pirómano supremacista blanco, a predicador religioso y luego delincuente en procura de rehacer el imperio de su padre, Boyd es una presencia formidable. Su riqueza verbal es muy placentera. Los diálogos de 'Justified', insisto, son sublimes.
8) Realismo:
Todas las tramas resultan interesantes y verosímiles. Todos los personajes son de carne y hueso.
Diccionario de Asterion XIV:
Progreso (según Chesterton):
Conducta equivocada que significa dejar cosas atrás, como en un camino. Por el contrario, el verdadero desarrollo implica en extraer vida de esas cosas de modo intenso, como si fuesen una raíz. Una persona o un pueblo puede estar progresando sin estar perfeccionándose en lo más mínimo, advierte G. K. Chesterton. El admirable pensador inglés amplía la metáfora del camino: “el progreso implica que un hombre abandone a su casa dejándola atrás; pero perfeccionarse significa que un hombre hace más alta la torre o ensancha los jardines de su casa”.
Este concepto, luminoso como el sol de marzo, proviene de una joya de Chesterton que ha editado Prometeo Libros: La era victoriana en literatura. Cada párrafo, adelanto, refulge como si lo hubiese cromado, pulido y lustrado un orfebre del metal.
Tom Morris - Matt Morris
Biblioteca Blackie Books. Ensayo de filosofía, 427 páginas
Siempre fue así. El miedo, el deseo de que los malos sean castigados, la necesidad de preservar un parte de la infancia, cien razones han determinado que la humanidad tenga una imperiosa necesidad de héroes fantásticos, llámense Sansón o Peter Parker, Afrodita o Barbara Gordon. Este libro confirma la intuición de millones de aficionados al universo Marvel o DC (el Boca-River de las historietas). Los superhéroes son mucho más que una mera distracción. Portan, incluso, mensajes filosóficos. Representan el ser ético en el mundo.
En la introducción se anticipa que el volumen reúne "ensayos provocativos de algunos de los mejores aficionados al comic del mundo académico'' de Estados Unidos. La empresa es muy meritoria. Iconos de la cultura popular nos fuerzan a que meditemos sobre cuestiones trascendales que atañen tanto a la teoría política como a la religion, o bien a la moral en la toma de decisiones.
Se ufanaba Chesterton de ser capaz de demostrar la existencia de Dios a partir de una calabaza o un tranvía. Esa elasticidad del pensamiento elevado (similar a las células del doctor Reed Richards) se encuentra presente aquí. Veamos tres ejemplos. Daredavil le permite a un catedrático reflexionar sobre el papel que puede jugar la fe en la vida de una persona. La lucha de los Cuatro Fantásticos contra Galactus enseña a otro las ventajas de la etica personalista sobre el utilitarismo (por cierto el superhéroe se debe centrar siempre en el valor intríseco de la persona). La historia de Batichica ilustra una importante noción filosófica conocida como "perfeccionismo moral". Fascinante, ¿verdad?
Así pues, este libro nos persuade de que incorporar a nuestra existencia algo de "la mentalidad superheroica" es un objetivo deseable. En rigor, un mito moderno puede ser tan entretenido como iluminador.Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Bueno