En el último siglo y medio, la llamada "literatura de inmigración" ha sido una de las corrientes más caudalosas de la narrativa estadounidense. Desde Henry Roth hasta Jhumpa Lahiri o Junot Díaz, por citar sólo tres casos eminentes, ha enriquecido la cultura universal con libros imprescindibles, forjados con las identidades y las experiencias (siempre traumáticas y a menudo exitosas) de las comunidades de extranjeros que se han ido añadiendo al meeting pot. Este artículo describirá otro caso ejemplar.
En efecto, la obra maestra de Guy Talese (1932, Nueva Jersey), uno de los campeones del Nuevo Periodismo, honró la tradición de la también conocida como literatura étnica, cuyo rasgo primordial -se ha señalado- es la hibridez y el maridaje, la tendencia a mezclar la autobiografía con la ficción. Los hijos se entregó a la imprenta en 1992; se reimprime veintidós años después en la Argentina. Tres hurras para el sello Alfaguara.
Con admirable estilo prosístico, Talese va remontando a lo largo de 763 páginas (!) el hilo de sus ancestros hasta el siglo XVIII. Nos presenta a padres, abuelos, bisabuelos, primos, tíos y sus vecinos. Recrea su infancia. Hay un aire garciamarqueano en el glorioso afán de dibujar un árbol genealógico.
Decía Marcel Schwob, que "el arte del biógrafo consiste en dar a la vida de un mísero farandulero igual valor que la del mismo Shakespeare". En este caso de Joseph Talese, el padre del autor, un inmigrante calabrés que se estableció como sastre pobre en una una islita de Nueva Jersey dominada por los pastores metodistas. Y con trabajo duro, ingenio y un ambiente favorable, prosperó.
Así pues, viajamos ida y vuelta de Ocean City a la aldea de Maida, en la provincia de Catanzaro, el punto más estrecho de la bota italiana. Recorremos el reino borbónico de Nápoles y las dos Sicilias, las campañas de Garibaldi, el frente alpino de la Primera Guerra Mundial, las casas de alta costura de París, el pequeño reino en Pennsylvania de una magnate de la industria, los guetos italianos de la Unión, las miasmas del fascismo. La travesía resulta siempre subyugante porque, como ocurre en las mejores novelas decimonónicas, la historia personal se combina con el devenir de los países y, en este caso, de un pueblo y una cultura específica de las que tantos provenimos: los italianos del sur. Es probable que nadie haya defendido su causa con tanto ingenio y eficacia como Guy Talese.
FRACASO HISTORICO
Una de las tesis del libro es, en efecto, que la reunificación de Italia en 1860 fracasó a la hora de unir el norte y el sur. Ese abismo cultural y social empobreció a una región feudal, pesimista y envidiosa pero con una admirable capacidad para asimilar los cambios (¿no somos así los argentinos?) y la degradó a la categoría de proveedor de mano de obra barata para las guerras y los trabajos pesados de Occidente. Roma, Estados Unidos y la Argentina se beneficiaron enormemente con esa fractura histórica, que por cierto aún no ha soldado.
Cómo epicentro de la corte de los Borbones españoles, Nápoles tenía el doble de tamaño que cualquier ciudad de Italia, una industria relevante y un agresivo comercio exterior. Todo eso se perdió con la reunificación impuesta por los camisas rojas a cuenta de la burguesía piamontesa.
Pero el texto no se extravía en esos quejidos lastimeros que han arruinado tantas obras bien intencionadas. Antes bien, la erótica de la obra deviene en buena parte de un delicado vaivén entre primera persona y distancia narrativa, y entre la comprensión (lo que la tierra de desdicha hace a las almas) y la condena (no absuelve las mezquindades y supersticiones) del pueblo reconocido.
PALADAR NEGRO
No merece sino elogios el estilo de Talese, un periodista de paladar negro cuya pluma ha descollado en las mejores publicaciones de Nueva York. La novela es de tipo documental, se enriquece con retratos, digresiones, decenas de anécdotas divertidas. Hay capítulos que tienen la autonomía de un cuento, como aquel que narra la sagaz estratagema con que timaron a un mafioso de baja estofa a quien la tijera de un aprendiz de sastre le había estropeado el traje. Hay un paso, delicado y casi imperceptible, de la narración en primera persona a la tercera omnisciente. Hay un esfuerzo metódico por educar al lector, por fijar una posición respecto a los grandes hechos históricos y las cuestiones sociales más arduas. La inteligencia, la sensibilidad y el sentido común se alternan en el timón. Talese no es un escritor de clichés, lugares comunes o estereotipos.
Semanas atrás, La Prensa había publicado un artículo sobre el registro en la Alta Literatura de la Primera Guerra Mundial. Bueno, deberíamos haber incluido también a Los hijos. Dedica casi cien páginas a la carnicería. Antonio, el tío del escritor, fue uno de los centenares de miles de sudistas que el establishment romano-turinés utilizó como carne de cañón para hacerle la guerra a los austríacos, por mera codicia territorial. El conflicto fue una calamidad para Italia. Causó mucho sufrimiento, desquició millones de vidas. Y allanó el camino al poder de un periodista farabute, transfuga, cultísimo, de ambiciones descomunales. Difícilmente encontrarás amigo lector un perfil tan penetrante de Benito Mussolini como el que ofrece este libro.
Estableció la crítica Wendy Lesser un punto interesante sobre la especie que nos ocupa:
"La mayoría de las autobiografías estadounidenses abrevan de los antecedentes puritanos del país, que incluyen hacer una confesión pública en la cual la pregunta principal que debe formularse y responderse es: ¿cómo yo, que he sido un pecador despreocupado, podré llegar con el tiempo a acercarme a Dios? En la versión moderna y secular, la pregunta podría formularse así: ¿cómo yo, el inconstante o el tonto o el bueno para nada, cuyas bufonadas están leyendo, llegue con el tiempo a convertirme en el hábil escritor cuya obra sostiene el lector en sus manos? Igual que el caso de la pregunta religiosa, la implicación subyacente es: ¿cómo es que, después de todo, las cosas salieron bien?".
Hijo prestigioso de la inmigración italiana, satisfecho por su ascenso social pero nostálgico de la belleza de la simplicidad y la intimidad familiar, Talese ha buscado responder a esa pregunta trascendente.
PEREZA ARGENTINA
Cerramos con una perplejidad. Como Estados Unidos, la Argentina también ha sido tanto un crisol de pueblos como el hogar de millones de italianos pobres del Sur, cada uno de los cuales seguramente tiene una historia interesante que contar. No obstante, con la excepción de Antonio Dal Masetto, Griselda Gambaro y algún otro cuyo nombre desconoce nuestra vasta ignorancia no puede hablarse propiamente de una narrativa de inmigración. Dicho de otra forma, ¿por qué no hay una versión criolla de Los hijos? La respuesta más superficial es que el hecho de trazar una genealogía minuciosa implica ese esfuerzo sistemático que históricamente nuestros escritores han desdeñado. Para bien y para mal, el mainstream de la literatura argentina no ha sido dictado por la transpiración sino por la inspiración, por eso carecemos de novelas oceánicas. Los argentinos no quieren escribir quieren ser escritores, notaba hace mucho, mucho tiempo Ortega y Gasset. Todo permanece igual, como en Calabria.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Aplaudo su maravillosa reseña.
ResponderEliminarAtentamente,
Diana.
Una familia argentina, de Marco Denevi. Aunque era más una sátira que otra cosa.
ResponderEliminarTengo visto y apuntado esta obra que descubrí hace muy poco. No sabía que era reeditada. Ahora deseo con más afán realizar la lectura. Andrea
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